Bienaventuranzas y paradigmas
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¿A dónde va tanta gente?
El sonar de las campanas catedralicias convoca a los oyentes y a los comensales a un novenario en que se da el banquete profético y el eucarístico. El de la palabra y el del pan transubstanciado.
Este año el mensaje se centra en las bienaventuranzas. Esa tipología proclamada en la montaña por el Maestro Jesús de Nazareth al mundo siempre untado de épocas y de sociedades.
El mundo, la época, la sociedad tienen su tipología de las desventuras.
La lista de desventurados está compuesta por los excluidos, los despojados, los disminuidos, los desestimados, los marginados, los descartados, los descalificados, los frustrados, los fracasados, los deportados, los expulsados y muchos otros participios pasados. De ellos es el reino de la deshumanización. Es como un sótano mundial en que no hay poder ni tener ni placer, con mínimos satisfactores y crecientes necesidades.
La lista del Hijo del hombre es desconcertante. Habla de felicidad, de buenaventura, de plenitud existencial. No le interesa el éxito, sino la fidelidad.
Y habla de los de corazón pobre, dueños del reino celestial. De los afligidos que encontrarán el verdadero consuelo. De los desposeídos que heredarán la tierra. De la saciedad que tendrán quienes tienen hambre y sed de justicia. De la misericordia que recibirán los misericordiosos y de cómo los limpios de corazón verán a Dios. Y no olvida a los perseguidos por causa del bien, declarando que el reino de los cielos les pertenece. Algunas traducciones dicen “felices” en lugar de bienaventurados. Es la tipología de la montaña, cuando el Maestro Jesús iniciaba su vida pública.
El mundo, la época, la sociedad, tienen sus paradigmas para lo que llaman “éxito” en el tiempo, sin esperanza de eternidad. Ya tienen aquí su recompensa. Construyen esplendor de abundancia sobre el sótano de la desventura, para el éxito que sólo es salida hacia la quiebra total.
El Hijo del hombre tiene sus bienaventuranzas que hablan de un sufrimiento que es cruz y que conduce a la luz. Dentro de los padecimientos –que parecen desierto– brota, preciosa, la flor de la esperanza.
La gente sencilla que va a la catedral los nueve días es la que mejor comprende y se identifica con cada uno de esos duros caminos felices de Jesús, por la ardua y dolorosa fidelidad que conduce a la eterna gloria feliz del crucificado que resucitó…