Café Montaigne 31
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Las Musas amaron, amamantaron y quisieron al poeta Raúl Renán, maestro, profeta y guía, a quien hace poco le llegó ese lapso de muerte que, en su caso, también es de eternidad
Sin duda, mejores tiempos los de ayer. Soy viejo. Por eso, ya hablo muchas ocasiones en tiempo pasado. O elogiando el ayer, el pasado. ¿Es bueno o malo? Sin duda, no tiene nada qué ver con una balanza moral, sino de afinidad y elección. Así de sencillo. Por lo tanto, elijo el pasado como mi nave de batalla en tiempos rápidos y de “tiempo real” en redes sociales. El ayer lo sigo disfrutando. El ayer de tertulias interminables en bares y cantinas del bello DF (aquí mi editor por lo general me pone Ciudad de México. En fin, para mí sigue siendo el bello Distrito Federal), el ayer de charlas y críticas en restaurantes y cafeterías del Centro o en plazas comerciales defeñas, donde se hilvanaban anhelos, libros, versos, exposiciones, música y viajes.
En uno de tantos viajes. O en varios, vaya. Por lo general era parada obligatoria el “gorrearle” charla, comida, hospedaje y amistad al fino narrador y crítico don Armando Oviedo Romero, que por ese entonces (décadas de los 80 y 90 del siglo pasado), era de la planta de redactores del mítico suplemento “Sábado” de UnomásUno. Junto con él oficiaban en sus páginas, recuerdo, Guillermo Fadanelli, Ignacio Trejo Fuentes, mandaban sus primeras letras Ignacio Padilla, Vicente Quirarte, Jorge Esquinca, los poetas Francisco Cervantes y Raúl Renán. Quien esto escribe colaboró en sus páginas también, con algún par de entrevistas y reseñas de libros.
Pero, pongo el acento en el último de la fila deletreado, don Raúl Renán (1928-2017). Ya por esas décadas, afincado, avecindado en el DF. Era escritor, poeta, editor. Caray, me cuesta trabajo escribirlo en el tiempo pasado: era escritor, poeta, editor. Acaba de morir el pasado 14 de junio el maestro, a los 89 años de edad. Su servidor andaba de viaje dejando colaboraciones y buscando el pago de textos, en mi ciudad adoptiva, Zacatecas. Allí recibí la llamada de Armando Oviedo, quien me avisó de la noticia infausta. De hecho, Armando y Renán se seguían viendo con frecuencia en animadas tertulias en el DF y creo recordar, en Toluca, donde tenía el maestro alguna casa para descansar. Armando fue el que me lo presentó, fue quien me acercó su mano generosa y lo demás es historia.
El maestro Raúl era grato y afable en el trato. Apenas me veía, preguntaba por mis necesidades, invitaba la ronda de tragos o comida, y claro, compartía sus conocimientos enciclopédicos en materia de poesía. De hecho, llegó a conocérsele como el “poeta experimental”. Fue promotor de eso que se llamó por aquellos años “talleres de creación”. Es decir, fue gran maestro de generaciones de lectores y escritores que encontraron en él buen guía.
ESQUINA-BAJAN
Era más bien bajito de estatura, siempre bien vestido, sacos en perfecta combinación con su camisa y pantalón.
Zapatos sin mácula. Siempre alejado de aquellos estereotipos de escritores y poetas en banca rota y pidiendo fiado.
Trabajaba para estar bien posicionado. Lo logró todo el tiempo. Cuando le conocí, ya tenía cabello casi blanco y una barba y bigote tupido de nieve. Ese tipo de fisonomía que nos hacen ver en este tipo de personas a un intelectual todo el tiempo. En su caso, lo era. Y de los mejores. Así era el maestro y poeta Raúl Renán.
Me ha pesado su muerte. Tenía lustros sin verle. Es autor de varios libros de poemas que disfruté mucho y los cuales debo de tener en mi biblioteca: “Henos Aquí”, “Serán Como Soles”, “Los Silencios de Homero”, “Mi Nombre en Juego”… en uno de sus textos, deletrea: “Una ninfa tenía esculpido en un brazo un eclipse de luna, y en el otro uno total de sol. Tierra recibió el mensaje como propio, quejándose de ver menguadas las sombras de sus días y la luz de sus noches. Este relato, similar a los que inventara Hipnos, lo escuchó Aquiles de quien le enseñó el arte de la profecía…”.
¿Quién, entonces, sino las Musas? Así, con mayúscula. No atado al mástil como Ulises, sino entregado a las bondades y al lecho almidonado de sus formas, su almibarado sexo y su lujuria mítica, las Musas amaron, amamantaron y quisieron al poeta Raúl Renán. Como editor, su trabajo es prolijo. Creo recordar que diseñó una bella colección de cajas de fósforos que al abrirlas eran pequeños poemas en hojas sueltas, de varios autores. En uno de tantos cambios de residencia y de ciudad, mi colección de “fósforos poéticos” se perdió en alguna ajada caja de cartón. Navegan en el trajín de la vida y debieron de encontrar otro puerto y otros ojos. En un texto de su libro, “Catulinarias y Sáficas”, se lee: “¿Por qué te digo… / que también es un feo vicio el vivir? / Porque es tentación de disolutos, / ocasión de ruindades, / espacio de contiendas, / valle de tentaciones, / jornada de crueldades, / tiempo de malicias, / lapso de muerte”.
LETRAS MINÚSCULAS
Los poetas son profetas. Y sí, llegó ese lapso de muerte que en su caso, es la eternidad. Descanse, maestro Renán…