La 'emboscada' del iceberg
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No dejemos que los témpanos de la vida nos distraigan de lo que realmente tiene valor
El fin de semana pasado se cumplieron 105 años de la mayor tragedia marítima de la historia en tiempos de paz, me refiero al hundimiento, en el océano Atlántico, del RMS Titanic, el trasatlántico más grande y majestuoso del mundo, accidente en cual fallecieron 1513 personas.
Efectivamente, la noche del 14 al 15 de abril de 1912, el transatlántico británico, que justamente realizaba su viaje inaugural entre Southampton y Nueva York, chocó inesperadamente, contra un inmenso iceberg frente a las costas de Terranova.
El vigía Frederick Fleet se percató del témpano a menos de 500 metros de distancia. Demasiado tarde para reaccionar debido a la velocidad que llevaba el Titanic, pues a pesar de las alertas que enviaron otros barcos sobre la posibilidad del inminente peligro y aun cuando Edward John Smith, capitán del Titanic, era un profesional experimentado, la tripulación decidió ignorar el riesgo, y no rectificó el rumbo ni disminuyó la velocidad. Esta irresponsable, imprudente, insensata y necia decisión los llevó sin remedio hacia un destino fatal.
El tremendo choque se produjo en el estribor del barco a las 23:40 horas del 14 de abril, rápidamente la proa del barco empezó a ceder; bastaron menos de tres horas para que el trasatlántico se hundiera totalmente. A las 2:20 del 15 de abril el “insumergible” Titanic yacía en el fondo del mar.
Pareciera que el iceberg le había tendido una emboscada al Titanic, así lo digo porque todo indica que el monumental témpano tomó por sorpresa a una desprevenida tripulación. Desgraciadamente, la desmedida confianza, la ausencia de binoculares en el puesto de vigía donde el centinela observaba el mar para dar aviso en caso de peligro, la falta de previsión, desorganización, la escasez de botes salvavidas, la velocidad del barco y el asombro ante lo inevitable, fueron factores que provocaron y agravaron la tragedia.
ANALOGÍA
El hundimiento del Titanic lo traigo a colación como una analogía, pues en ocasiones, la vida puede situar gigantescos icebergs que aparecen ante nosotros como peligrosas emboscadas. Así por ejemplo, nos acostumbramos a percibir la existencia como algo siempre dado, y entonces, eso maravilloso que nos brinda la cotidianidad lo hacemos costumbre, como si fueran situaciones predeterminadas por el destino. Así, paulatinamente olvidamos que mucho de lo que vivimos está condicionado por nosotros mismos, por la manera de responder a los acontecimientos, por esos paradigmas - formas de pensar - y hábitos personales que tienen la característica de que primero los hacemos y luego ellos nos hacen, nos predestinan.
Esta situación puede cegar y provocar que las personas intercambiemos lo más por lo menos y así, con el paso del tiempo pueden arribar sentimientos de vacuidad, soledad e infelicidad, signos que manifiestan que nos hemos estrellado con algún témpano y ahora navegamos a la deriva. Sin rumbo.
Lo anterior acontece por haber ignorado la prevención y posibilidad de haber influido en el entorno, en la asignación de prioridades más eternas que temporales, por haber extraviado el faro de la existencia. Esta miopía además puede hacernos malgastar importantes trozos de vida al creer en esa maligna quimera que sostiene que lo no vivido ahora se podrá disfrutar “luego”.
LA SUSTANCIA DE LA VIDA
Esta clase de témpanos, en su emboscada, hacen creer que la sustancia de la existencia - el tiempo – es imposible utilizarlo con sabiduría; tal vez, por eso y debido al influjo de la rapidez, disfrutamos solo fragmentos de vida, sin alcanzar a comprender la grandeza de su totalidad y las misteriosas conexiones que hacen que valga la pena vivirla a plenitud a pesar de las inconveniencias, a gozarla sin la tentación de recorrer atajos y fantasías que, finalmente, suelen encaminar hacia dolorosas colisiones.
La concentración en la inmediatez cierra la vista periférica; solo enfoca a lo inmediato, entonces, como alquimistas, convertimos lo amargo en más amargo y lo dulce en menos dulce y lo sencillo en complicado.
La costumbre de querer todo en el momento, provoca ignorar lo fundamental, lo que gratuitamente ya se posee: respirar, conversar, pensar, leer y amar. Disfrutar atardeceres, la compañía de los amigos, el agradecimiento por la compañía de ese perrillo fiel, el aprecio al campo, la mirada al cielo, el disfrute del olor a tierra mojada.
Tal vez, por estas razones, nos pasamos la vida trabajando por la familia y en el proceso, colisionamos y la perdemos, extraviando de paso la salud, debido a la loca manera de trabajar que se traduce en un estrés agobiante.
EL VERDADERO TESORO
Hay inclusive personas que, al llenarse de poder, dinero y posiciones profesionales, chocan con ese iceberg que provoca que se vacíen de sus auténticos amigos, de su pareja, de sus padres, de sus hermanos e hijos. Quizá por eso muchas personas suelen descubrir el valor de la familia, los amigos, el amor, el oficio y la pareja precisamente cuando su ausencia hace presencia.
A lo mejor, por estas mismas razones tendemos a la “auto jubilación” o desistimos de luchar por lo verdaderamente valioso y trascendental, perdiendo el gozo de existir, abandonando las ilusiones que tienen la fuerza de mantenernos despiertos y vibrantes. Estas causas quizás también generan aburrimiento o hastío, y nos convierten en seres insensibles incapaces de maravillarnos del vuelo de una mariposa. Posiblemente, por lo mismo, dejamos de amar y entonces arrancamos el corazón en reversa.
Estos amenazantes icebergs pueden ser la causa de eso que dijo un escritor: “¿Por qué la ausencia de la persona amada hace sufrir más de lo que su presencia hacía gozar?”.
Grave paradoja padecemos. El momento que tenemos parece escasamente disfrutable, inclusive hasta tedioso, pero cuando nos entra la razón y observamos que las horas irremediablemente se agotan, suele venir la desdicha de lo no disfrutado, de lo no gozado.
DARSE CUENTA
Creo que una de las primeras misiones del ser humano es aprender a “darse cuenta”. Es necesario darse cuenta de la existencia de los témpanos que intempestivamente aparecen para confundir lo secundario de lo fundamental, lo que merece ser vivido de lo que no conviene experimentar, que nos toman de sorpresa para que intercambiemos lo definitivo por lo transitorio.
Conviene entonces estar atentos, con los ojos bien abiertos, vigilantes de la travesía, para saber los peligros que acechan en el rumbo; también para conocer la clase de navegantes que somos, la ruta y las prioridades escogidas, no vaya a ser que tengamos el alma dormida y que, por tanto, vayamos directos hacia una definitiva colisión.
De ahí que sea recomendable - y saludable - tener la constancia, la perseverancia, el inquebrantable tesón de contar con una brújula moral que impida caer en la tentación de creernos insumergibles.
Sería entonces prudente bajar la velocidad de nuestro ritmo de vida para mirar con humildad las contingencias que emboscan, disminuir la agitación existencial para comprender que si no andamos con sigilo y cuidado, podemos hundir nuestra alma sin siquiera darnos cuenta.
TRES VIGÍAS
En la travesía de la vida es conveniente contar con la fe, la esperanza y el amor, que son tres insuperables y observantes vigías que pueden guiarnos e impedir que choquemos contra uno de los más nefastos icebergs que provocan una de las peores emboscadas posibles: hacernos olvidar que comprender tarde es como jamás haber comprendido. Tal como le sucedió, hace 105 años, a Edward John Smith el “experimentado” capitán que hizo navegar al Titanic hacia una emboscada en mucho provocada por la ingenuidad, la imprudencia y, sobretodo, por la soberbia así como la terca creencia que las personas somos autosuficientes y por tanto inmunes a colisiones fatales. Buen tema para pensar esta semana de Pascua.
cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo