Sé hombre y sé tú
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Como en el drama de Chejov, también en la obra teatral de la escritora coahuilense Marina Herrera –“Sé hombre y dispara”- hay tres hermanas, pero en este caso, sólo ellas tres cargan con el peso de la historia y sólo ellas se ocupan de reconstruir los antecedentes que las mantiene a la espera de un origen esquivo.
Calaverita de Azúcar Teatro acaba de ofrecer una breve temporada de este montaje en la Casa de la Cultura y continuará sus funciones en otros espacios escénicos de nuestra ciudad. Su director ha apostado una vez más por autores no sólo mexicanos sino locales.
De manera que tenemos frente a nosotros talento saltillense en plena actividad, dicho sin sesgos despectivos o provincianos. Muchos sabemos de la capacidad creativa de nuestros artistas, que trabajan empeñosamente por mantener con vida la cultura en esta ciudad y en el Estado.
Imposible mirar de soslayo la labor de nuestros compositores, músicos, escritores, actores, directores de escena, cantantes, bailarines y artistas plásticos. Ellos y un gran equipo de apoyo técnico hacen posible buena parte de la cultura que se produce en Coahuila. Necesitamos de ellos y ellos requieren de nuestra atención y nuestra presencia.
Entre los grupos independientes de Teatro que han trabajado desde hace pocos o muchos años en Saltillo, Calaverita de Azúcar es uno de los más tenaces, al lado del equipo que encabeza el actor y director Gustavo García, el Grupo Finisterre -José Luis Zamora y Martha Matamoros-, el Grupo Camaleón -Saúl Martínez-, Rincón del Teatro -Rogelio Palos- y otros más.
Su director, Efrén Estrada, muestra en cada montaje una interesante evolución, una que le permite recorrer múltiples vertientes del drama, desde el expresionismo y el surrealismo hasta el realismo psicológico, como el caso de esta obra en un acto de Marina Herrera.
Sin abandonar la disciplina que requiere esta forma del arte, Efrén Estrada se permite, casi podría decirse: se da el lujo de experimentar, de modo lúdico pero severo y exigente, con todo lo que tiene que ver con el Teatro: el espacio escénico, el actor, el texto dramatúrgico, la iluminación y hasta su propio rol como director de escena.
Esta vez se enfrenta a un texto que, por decirlo así, “se mueve” entre dos corrientes dramáticas: el realismo psicológico y un existencialismo cercano a Camus. “Sé hombre y dispara” es obra de una escritora talentosa que ya antes publicó un libro de cuentos de fuerte densidad emotiva: “El cuerpo incorrupto” (Col. La Fragua, Icocult, 2007).
Las tres hermanas que vemos en el escenario son, al mismo tiempo, narradoras y representantes de un drama familiar menos inusual de lo que podría parecer. Extrañamente, los protagonistas de ese drama no están en el escenario: son figuras evocadas por las tres hermanas, que hablan y se mueven mientras esperan.
Marina Herrera ha sabido leer no sólo a los grandes dramaturgos, narradores y poetas, sino también a la vida de cada día, la doméstica cotidianidad, aquello que toda familia esconde tras las sonrisas de cortesía protocolaria, las cortinas y el ropero. Porque toda familia esconde siempre algo, siempre mantiene bien guardado un secreto o un arcón de secretos.
Con “Sé hombre y dispara” Marina Herrera abre la caja de Pandora de esta familia cuyo centro dramático está ausente y “no se atreve a decir su nombre” porque es “nefando”. Al abrirla, esas tres hermanas –la joven “Celeste” (Frida Herrera), la adusta “Máxima” (Elizabeth Ramírez) y la lasciva “Loreta” (Cecilia Vázquez)- conjuran ese amordazado pretérito al que están atadas y del que pretenden liberarse gracias a la muerte.
“No esperaba ese final”, dijo alguien al salir del teatro. “Bien por la autora”, pensé. Y pensé también (pero me lo callé): “¿Hay claves autobiográficas en esta obra? ¿Marina está hablándonos subtextualmente de sí misma?”. Éstas son las preguntas que siempre se hace el público ante una obra de teatro, una novela, un cuento, una buena película.
Pero sea o no autobiográfica, la pieza de Marina Herrera se yergue por sí misma; es autónoma en la medida en que una obra de arte, un ser humano o un pueblo puede serlo. También es, por momentos, conmovedora: despliega ante el espectador un familiar álbum fotográfico que rezuma lágrimas, marchitas lágrimas que quizá, muchos años atrás, pudieron evitarse. Ah, la familia, esa decadente institución.
Hay mucho que aprender aún, pero con esta obra Marina Herrera muestra que ya es una dramaturga; Efrén Estrada confirma su ingenio como explorador escénico y las actrices ratifican la certeza de que en Saltillo hay capacidad histriónica y de que es urgente que la Universidad Autónoma de Coahuila abra ya una Facultad de Artes Escénicas en esta ciudad.