Tecnológica, la esclavitud moderna
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Hace unos días, la nota decía: “Por conducir y textear, mujer termina prensada en Saltillo”.
Hace un año la nota decía: “Mujer fallece tras ser embestida por ex funcionaria municipal que se distrae al utilizar celular”.
Nada parece funcionar, ni las multas ni la publicidad que advierte sobre los peligros de manejar y usar el celular al mismo tiempo; la distracción tecnológica tiene raíces profundas: la errónea idea de que la persona, cuanto menos influida por la realidad, más libre es.
“Hemos aceptado que la tecnología se adueñe de nuestro tiempo porque llevamos siglos deseando que la realidad deje de condicionarnos”: Matthew Crawford.
Dos prisioneros están en celdas adyacentes, se comunican uno con el otro mediante golpes en la pared; la pared es el objeto que los separa y también es su medio de comunicación.
Dos prisioneros se comunican mediante un celular, objeto que los separa y al mismo tiempo es su medio de comunicación, su cárcel.
Los teléfonos inteligentes prometen más libertad: estar en cualquier lugar todo el tiempo. La libertad se convierte en esclavitud forzada. La tiranía del Whatsapp reclama una respuesta inmediata, aunque no se trate de ninguna emergencia.
Con el celular y la comunicación hay una relación forzada y obsesiva, que puede resultar fatal.
“Los teléfonos inteligentes no son juguetes, son poderosos aparatos psicológicos que cambian no sólo lo que hacemos, sino lo que somos”.
Los niños compiten con el celular para atraer la atención de sus padres, se sienten decepcionados de no tener un padre accesible para ellos. El texto de Han Byung-Chul “En el enjambre”, dice: Los aparatos digitales hacen que las manos se atrofien. El nuevo hombre teclea en lugar de actuar. Él solamente querrá jugar y disfrutar.
Por su parte, Sherry Turkle dice en su libro “Retomar la conversación”: “Las conexiones digitales nos dan la sensación de estar en compañía sin las exigencias de la amistad”.
Sentirse conectado es una forma de evitar quedarse a solas con uno mismo. No nos gusta estar solos, acudimos al móvil para quitarnos la ansiedad, de ahí la necesidad compulsiva de compartir. Comparto, luego existo, es la nueva regla de las relaciones digitales.
La soledad favorece la reflexión personal, en ella adquirimos la calma para relacionarnos con los demás y nos preparamos para conversar y escuchar.
El celular nos promete tres cosas: nunca estarás solo, tu voz siempre será escuchada y puedes poner tu atención donde quieras.
Por estar siempre conectados es que no nos prestamos atención unos a otros. La atención se la llevan nuestros dispositivos que nos impiden empatizar con los demás, por la manía de escribir mensajes de texto en cualquier momento.
El Papa Francisco en su encíclica Laudato si, dice: “Estamos hablando de una actitud del corazón, que vive todo con serena atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después, que se entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido”.
Sherry Turkle propone también como remedios: Ponerse en dieta digital, dieta de medios sociales, crear espacios “sagrados” libres de teléfonos móviles: la mesa del comedor, la recámara, etc.
Abandonar el mito de la multitarea que resta calor y empatía en las conversaciones, potenciar el contacto visual y cultivar la capacidad de estar solos.
La tecnología nos hace olvidar lo que sabemos acerca de la vida.
El escritor Jonathan Franzen, dice que “el atractivo del libro reside en su evocación de un tiempo, no tan lejano, en el que la conversación, la privacidad y el debate matizado no eran bienes de lujo”.
El celular debe ser un medio, no un fin que nos encadene. La prioridad es la conversación.
jesus50@hotmail.com