Vida Marginal, Vida Cotidiana
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TEMAS
Una muestra de la obra plástica del artista español Enrique Climent (1897-1980), visitada el último día de su exhibición en el Museo Rubén Herrera, que dirige la pintora Magda Dávila; una exposición del artista saltillense Alejandro Cerecero de cuya estancia en Casa Purcell me entero muy tardíamente y que, para desgracia mía, ya no pude ver; algunos montajes teatrales que la celeridad de la vida cotidiana me arrebatan; una cena frugal con una amiga queridísima, su hijo, y un amigo imprevisto y estimado.
Una interminable sucesión de revisiones sintácticas, de ésas que torturan la mente de modo inquisitorial; la lectura de algunos ensayos estudiantiles sobre temas variados; la asistencia a la presentación de “Macbeth”, la ópera de Verdi-Piave/Maffei, en el Teatro de la Ciudad de Monterrey; el modesto estreno de un montaje del Grupo de Teatro de la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades –“Máquina Shakespeare”- que quiso rendir un mínimo homenaje al autor de “Hamlet”.
Un mirar el paso de los transeúntes y las densas losas que cargan sobre sus espaldas; un ir y venir de pasajeros que suben y bajan de vehículos de la más variada forma; un observar las cosas de cada día sin dejar de saberse parte de todo eso que añadimos al caldero -¿soy la uña de un gato montés, la cola de una traslúcida lagartija o el rizo de cabello negro de un niño recién nacido?-; un dejarse llevar por todos los círculos del infierno dantesco y verse rebasado por él.
Demasiadas actividades, demasiados motivos de preocupación y trabajo para una vida tan insignificante y gris. ¿Cómo harán las personas verdaderamente importantes? Contarán, supongo, con un gran equipo de asistentes, ayudantes, secretarias, auxiliares y ujieres. Si una existencia tan modesta y baja como la que vivo cuesta tantos esfuerzos, no sé de qué otra manera la de alguien importante del mundo de las finanzas, el deporte, el espectáculo –o la política, esa otra cara del espectáculo- puede sobrevivir y continuar.
No me extraña que Juan Gabriel haya muerto de un infarto masivo al corazón: con extremo sobrepeso, con conciertos tan frecuentes cuya duración mínima era de tres horas, con varios padecimientos a cuestas y con una vida tan asediada por los medios, con un equipo de trabajo tan grande al lado del cual debía mantenerse en asidua actividad, aquello debió llegar a su límite. Si el involucrado no puso a tiempo ese límite, las circunstancias lo hicieron en su lugar. Consigno al margen: larga vida a la obra musical de Juan Gabriel, el autor de tantas canciones que dejaron su impronta en la carne de México y en la memoria emocional –si así puedo decirlo- de muchos de nosotros.
Hay que escuchar “Errado” para entender algunas honduras de Alberto Aguilera Valadez.
A pesar de que no soy más que un solitario que escribe poemas que nadie publica, a pesar de no ser sino un mero amanuense que escribe algunas impresiones que causan en mí las manifestaciones artísticas, y muy especialmente, la existencia de esos entes que se autonombran “seres humanos”, su batallar de cada día, su propia odisea cotidiana, individual y colectiva; a pesar de ser sólo un “profesor” que ejerce como tal para sobrevivir –porque el arte no se vende en México, salvo raras excepciones-, aunque le encanta su modus vivendi y reconoce que aprende mucho más que sus alumnos; a pesar de eso, digo, recibo algunas invitaciones que me instalan en la realidad y me hacen sentir menos outsider, menos marginal, aunque me complace mucho serlo.
Tales invitaciones, lo sé bien, no son sino avisos publicitarios. Pero igualmente los agradezco. El Grupo de Teatro Calaverita de Azúcar, cuyo líder Efrén Estrada es un buen amigo, envía siempre las invitaciones de sus estrenos; mi admirado Javier Villarreal Lozano, director del Centro Cultural Vito Alessio Robles, jamás se olvida de hacerme llegar sus avisos; mis amigos José Luis Zamora y Martha Matamoros, del Grupo Teatral Finisterre, lo mismo; Lourdes Recéndiz García, de la Coordinación General de Difusión y Patrimonio Cultural UA de C del Centro Cultural Universitario amablemente envía una invitación “personalizada” cada vez que se monta alguna exposición.
La poeta Claudia Berrueto –ganadora del Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para obra Publicada 2016- nos mantiene informados de lo que en el ámbito de la literatura sucede en el –por desgracia desalojado y tristemente desplazado- Centro Cultural Universitario… Ella misma habrá hecho una lectura en atril de su “Desván”, libro galardonado de poemas, en el Recinto Aurora Morales, el 8 de diciembre.
Hace unos días recibí -un tanto a destiempo (un día antes) y por conducto de un amigo, no del Teatro de la Ciudad Fernando Soler ni de la Secretaría de Cultura del Estado, el anuncio del concierto que la Orquesta Filarmónica del Desierto, cuyo director es el Maestro Natanael Espinoza, en que se ofrecería la “Séptima Sinfonía”, de L. van Beethoven, en el teatro antes citado. Las invitaciones para asistir a las innumerables actividades que mis queridas amigas Kuin Bermea y su hija Aniremak, llegan todos los días, y lo agradezco profundamente; lo mismo que los constantes comunicados que los incansables Rogelio Palos y José Palacios envían con frecuencia.
Así, entre la marejada de la vida ordinaria de cada día y de sus inevitables moquetes, sopapos, desengaños y repentinas iluminaciones, disfruto/disfrutamos del virtual milagro de todo lo que hacen nuestros artistas. Por solitaria y esteparia –ay, Haller- que la vida pueda parecer, aún tenemos el feérico mundo del arte y el orbe inaudito del conocimiento. A todos ellos envío / enviamos mi/nuestra gratitud por lo que hacen y por convertirnos en cómplices de su trabajo.
Mi gratitud se extiende a dos buenos amigos que veo poco en estado de vigilia, pero que están conmigo en el otro estado: el cada vez más enloquecido Humberto Vázquez Galindo y mi mesurado Marcelino Dueñez, para mí “mon petit Marcel”, él sabe por qué.
¿Estar solo? ¿Sentirse solo? Pero ¿hasta qué grado, cuando la Poesía, la Música, el Teatro, el Cine –acabo de ver “Julieta”, de Almodóvar, y me ha dejado no sólo su mirada de la vida humana sino también la de la autora canadiense Alice Munro: ya hablaremos de esto-, la
Literatura, las Artes Visuales pueden casi colmar una vida? Digo “casi”. Falta sólo aquello que da cierta plenitud a nuestra estancia en el mundo.