Bahamas, en la tranquilidad del Caribe
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<p>Nassau es la capital del archipiélago que integra más de 700 islas de arena blanca y mar turquesa, con un pasado de piratas y galeones que hoy contrasta con hoteles de lujo y diversión con todo incluido</p>
Al tiene 31 años. Es alto, fornido y forma parte de la generación bahameña joven: de raza negra, herencia de la inmigración africana, sus raíces laten en su sangre y en su porte, pero su inglés, de acento relajado -como casi todo en Bahamas-, tiene origen genuinamente británico.
La historia dice que fueron los españoles los que, en época de conquista, llegaron a las islas primero y apodaron al archipiélago Bajamar. El nombre sólo reinó durante el tiempo del dominio español; de fines del siglo XV hasta el siglo XVII, cuando los ingleses se apoderaron de las islas y el acento les impidió pronunciar como los hispanos, dejando como resultado el nuevo y definitivo nombre que hoy conocemos: Bahamas.
Unos cuantos siglos después, Al maneja un taxi blanco por las coloridas calles de Nassau, capital de la ex colonia británica, y cuenta a la pasajera -sin prisa, como arrastrando las palabras-, que nació y fue criado en la isla. A la pregunta de cómo es vivir rodeado de playas de arena blanca, agua turquesa y una tranquilidad envidiable, responde con una sonrisa: "Es lo único que conozco".
Extraño designio del destino, que decidió poner a Al en una parte privilegiada del mapa, sin conocer urbes bulliciosas quizá, pero sí el cristalino y suave océano Atlántico occidental, en el Caribe más profundo.
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Un laberinto de piratas
Setecientas son las islas que componen el archipiélago, repartidas en más de 26 mil kilómetros cuadrados, extendidos en 800 kilómetros de océano, aunque sólo están habitadas poco más de veinte. Entre ellas hay 14 principales, siendo Nassau la población más importante, en New Providence Island. De los más de 300 mil habitantes de Bahamas, cerca de 70% se concentra aquí. Le sigue la segunda ciudad destacada, Freeport, en la isla de Grand Bahama.
Situadas al este de la península de Florida, el norte de Cuba y al noroeste de las Turks and Caicos, las islas Bahamas son, desde hace décadas, un destino muy buscado por los estadounidenses, que componen casi la totalidad de los visitantes. Le siguen Canadá y Europa, y en un porcentaje mínimo, América latina. Posiblemente eso comenzará a cambiar, ya que desde junio de este año no es necesario pasar por Estados Unidos para llegar a este paraíso. Basta con hacer escala en Panamá, acortando horas de vuelo y trámites engorrosos.
Pero hubo una era en la que no existían los aviones ni las conexiones efectivas ni los aeropuertos. Eran épocas de galeones, pólvora y tesoros escondidos. Desde fines de 1600 hasta comienzos de 1700, los cientos de islas se habían transformado en el enorme tablero de juego de piratas.
El archipiélago dibuja un auténtico laberinto insular que, en ese entonces, fue mutando en escondites perfectos para los maleantes de los mares, entre los que se tejió el mito de Edward Teach, más conocido como Barbanegra. Si hubo una historia en la que el cine y la literatura se inspiraron para recrear estas aventuras, fue sin duda la de Bahamas.
En el siglo XVIII, después de la era dorada de piratas y corsarios, la soberanía de las islas pasó al Reino Unido, con la llegada de un gran número de colonos británicos. Desde 1784 y hasta 1973 fueron colonia inglesa. Pero aún hoy permanecen dentro del Commonwealth y por ello reconociendo a su majestad, la reina Elizabeth II, como jefa de Estado. Aunque no es el único vestigio inglés que se respira en cada rincón del archipiélago: principalmente en las ciudades, la arquitectura de tipo colonial del siglo XVIII parece imitar las casitas de muñecas, con sus fachadas impecables, coquetas y coloridas, donde el rosado predomina como homenaje a la corona.
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Mixtura cultural
Ecléctica y serena a la vez, algo en la capital remite al contraste permanente que invade al viajero desde su llegada. La cultura local es una combinación perfecta entre la herencia africana y la inglesa, donde quizás en esa mixtura se halle el encanto que ofrece el lugar. Parece que uno nunca terminará de entender ese misterioso crisol, donde por siglos maceraron dos culturas prácticamente opuestas, dando como resultado una equilibrada combinación de alegría multicolor y sobriedad, perfeccionismo puntilloso y tranquilidad.
Pasó el mediodía y el calor arrasa. Con temperaturas promedio de 30°, es común sufrir los designios del clima tropical: puede ser que en un momento un chaparrón parezca tapar el sol, pero las tormentas se van tan rápido como llegan. Enseguida las nubes se corren para que vuelva la luz, y la infaltable humedad.
Nassau descansa a orillas del mar. Sus aguas cristalinas no sólo hacen de marco para un escenario perfecto, sino que también son la puerta de entrada para los miles de cruceros que llegan continuamente, durante todo el año. Desde sus costas, desembarcan cientos de turistas curiosos por descubrir las míticas islas y confirmar su fama de paraíso de compras, al ser un Estado libre de impuestos. West Bay Street es la calle principal, y sobre ella, se despliegan decenas de tiendas que ofrecen esmeraldas colombianas, joyas en oro y suvenires varios a precios convenientes.
El recorrido por el centro de la ciudad es breve, pero entretenido. Los bahameños son atentos, nada parece opacar su tranquilidad y ese cierto letargo caribeño que llevan arrastrando el acento, y también, en la mirada. Es parte del espectáculo admirar los multifacéticos peinados de sus mujeres, que de alguna manera se las ingenian para hacer desaparecer el afro natal y lucir unos producidos looks que al igual que el abundante maquillaje nada tienen de improvisados.
A medida que baja el sol, Arawak Cay, la popular calle sobre la que se encuentran los bares y restaurancitos, empieza a llenarse. Las mesas también se esparcen en la vereda, recreando un eterno espíritu de verano que es otro motivo para envidiar a los bahameños. Es viernes, y a medida que cae la noche, grupos de jóvenes y familias por igual salen por una Kalik -la cerveza tradicional- y la típica conch salad (pronúnciese conc), un plato similar al cebiche, hecho con un molusco en forma de caracol, cebolla morada, chili y mucha lima. Los cocineros la preparan fresca y a la vista, cortando a una velocidad asombrosa cada ingrediente y brindando un verdadero show que se repite en la entrada de cada restaurante.
De fondo suena el goombay, el ritmo nacional que fusiona sonidos africanos con influencias de la colonia europea y hace vibrar a quien lo escuche. Es otra muestra de contrastes que se fusionan a la perfección y reafirman que las Bahamas son mucho más que idílicas playas de postal, aunque resulta difícil encontrar una descripción exacta. Será porque hay cierta magia en el aire. Una tranquilidad respirable, que traspasa los muros de los lujosos hoteles y culmina en la simplicidad de contemplar el mar. Ese silencioso testigo de siglos de historia, de aventuras y conquistas, de tesoros escondidos y de una tradición que a su manera, en una fusión particular, sigue viva.
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Caribe sin visa
Desde junio de este año, Copa Airlines ofrece vuelos a Bahamas con escala en Panamá. De esta manera, se puede viajar sin necesidad de visa de Estados Unidos (en general se vuela hasta Miami y allí se hace la conexión). Así se abren las puertas de estas paradisíacas islas para toda América latina.
Hay vuelos desde Ezeiza y la ciudad de Córdoba hasta la capital panameña. Desde allí se arriba en poco más de dos horas y media al Aeropuerto Internacional Lynden Pindling, en Nassau. Tarifas, desde 985 dólares.
Transfer desde el aeropuerto hasta los hoteles, entre 24 y 36 dólares, con Majestic Holidays.
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Nado con delfines
Si hay una experiencia que recrea todo lo imaginable al pensar en las Bahamas es la visita a la Blue Lagoon Island. Con una costa que parece dormida y aguas cristalinas que se tornan color esmeralda al adentrarse en el mar, esta pequeña isla es el lugar ideal para pasar el día y compartirlo con los lobos marinos y delfines que habitan allí. El dato anecdótico es que entre estos últimos se encuentran las estrellas de la película Flipper .
Se llega en catamarán, en menos de una hora desde el puerto de Nassau, y la jornada incluye juegos de agua, hamacas y reposeras. Tarifas, desde 98 985 dólares.
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Atlantis, el mito viviente
Para vivir la experiencia de hospedarse en la ciudad perdida, el Hotel Atlantis recrea un mundo submarino en cada detalle. Enclavado en Paradise Island, a tan sólo un puente de distancia de Nassau, el complejo es tan imponente que para estimar su tamaño -visible desde cualquier punto de la ciudad- hay que considerar que, para su mantenimiento, emplea aproximadamente a 8 mil bahameños.
Son en verdad seis hoteles en uno, todos conectados entre sí. Cada opción tiene personalidad propia, pero siempre con una inspiración inmersa en las profundidades. Se destacan The Cove, como el más sofisticado (con habitaciones dobles desde 700 dólares la noche) y Royal Towers, quizás el más familiar (desde 300 dólares). Aunque este último alberga la habitación más costosa del complejo, llamada Bridge Tower: estrellas como Oprah Winfrey y Michael Jordan se hospedaron en los cinco mil metros cuadrados de lujo absoluto donde el mínimo de estada son cuatro noches, y el valor por noche, 25 mil dólares.
En el Atlantic, la diversión es palabra mayor, y además de las tres playas que posee, se puede disfrutar de otras opciones, aun sin ser huésped del hotel, como el casino más grande del Caribe; un acuario inmenso que atraviesa el hotel recreando las profundidades del océano (desde 40 dólares); un día en el Aquaventure Water Park, utilizando las piscinas y los juegos de agua, que incluyen toboganes, una montaña rusa acuática y un río de aguas correntosas (desde 150 dólares, el acceso diario a todo el parque), y también un día de entrenamiento con delfines y lobos marinos en el Dolphins Key (de 200 a 500 dólares).
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