Ajustes en Sinaloa: Narcoterror deja pueblos "fantasma"
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<span></span><span style="font-weight: bold;">San Ignacio, Sinaloa.-</span> Huyeron vecinos de 10 comunidades cansados de tiroteos, secuestros y siembra de mariguana <br>
Eran las últimas familias que dejaron todo para huir esa tarde del 24 de julio de 2007, cuando uno de los pocos habitantes que aún quedaba en Campanillas, poblado localizado en medio de montañas a 20 kilómetros de este municipio en la sierra sur de Sinaloa, fue abatido a las afueras de su vivienda.
Semanas antes, los pobladores presenciaron cómo los mismos gavilleros que ejecutaron a Julián Manjarrez, presunto sembrador de mariguana en las colinas que circundan al pueblo, intentaron "levantar" a otro individuo que alcanzó a atrincherarse en su vivienda donde les hizo frente con una pistola calibre .22. Los hombres sacaron a una de sus hijas y se la llevaron secuestrada, la liberaron días después cuando su padre aceptó pagar 400 mil pesos.
Las incursiones sucesivas de la gavilla -para "cobrarse una cuenta"- encabezada por un individuo al que sólo se le conoce por el apellido Gallardo, fueron suficientes para que este poblado de medio centenar de casas y alrededor de 300 habitantes pasara a ser el décimo que se quedó sin gente en San Ignacio.
Campanillas, junto a El Verano, Bordontita, El Chilar, Santa Apolonia, Pueblo Nuevo, Huaracha, Güillapa, Contraestaca y Tepehuajes, es uno de los pueblos fantasma donde de tres años a la fecha el Consejo Estatal Electoral de Sinaloa (CEE) suspendió la instalación de casillas para elecciones locales y federales por la ausencia de pobladores.
Estas comunidades que llegaron a tener entre 100 y más del millar de habitantes no son las únicas en donde este 14 de octubre, en que se renovará el Congreso local y las 18 alcaldías, no habrá elecciones.
Herencia del narco
Al norte del estado, en el municipio de Mocorito, también aparecen en el mapa del terror, herencia del narco, poblados como Sasalpa, Comanito y Chicorato, en noviembre pasado escenario de la incursión de un grupo de 50 hombres armados liderados por una mujer, Raquel Angulo Soto; en la búsqueda infructuosa de Manuel Buelna Rostros, conocido en la región como "El Güero" Rostros, dejaron tras su paso al menos 24 viviendas y 19 vehículos arrasados por el fuego.
Fue el saldo de un ajuste de cuentas "a medias", pues el objetivo de la venganza huyó y su rival José Luis Angulo Soto, hermano de la jefa del comando, ya no pudo cobrarse la deuda al ser detenido hace unas semanas en Hermosillo.
El éxodo silencioso generado por las guerras del narco comenzó en octubre de hace tres años cuando arreciaron las disputas armadas entre sembradores y jefes regionales en la sierra de Sinaloa, la cual ha dejado decenas de muertos. En la parte montañosa del sur del estado, el Ejército no patrulla pese a que a las afueras de San Ignacio está la base de la 24 compañía de infantería no encuadrada -unidades móviles que no pertenecen a ningún batallón y conocidas por sus siglas como CINE-. Pero sus elementos, según los pobladores, desde hace años no se acercan al territorio de las gavillas.
Geografía del terror
Era un hombre vestido con pantalón negro, botas y sombrero del mismo color. Parecía que era el que mandaba, pues fue el único que apareció y a él se dirigieron los representantes de las autoridades municipales para solicitar su autorización con el fin de realizar una lectura pública de cuentos infantiles en aquel poblado de la sierra.
Cuando Isabel Ramírez, locutora y promotora de lecturas públicas de cuentos para niños en Mazatlán, miró a su alrededor y observó calles vacías y las casas con las puertas cerradas, pensó que en ese pueblo no había nadie y la función no se llevaría a cabo.
Bastó una señal con el brazo de aquel hombre, recuerda, para que de pronto comenzaran a salir de sus casas mujeres y niños para reunirse en la plaza principal y escuchar la lectura como parte del homenaje a Cri-Cri en el centenario de su nacimiento.
"Esto fue en abril pasado durante la semana cultural infantil. Seleccioné cuatro cuentos y llevé la lectura por invitación del área de cultura a varios poblados de San Ignacio. Jamás imaginé encontrar esas imágenes de gente atemorizada, como que les costaba trabajo disimular su miedo, y la imagen de aquel tipo que parecía que en realidad era el que mandaba en el lugar me sorprendió mucho, pues así como llegó así desapareció", recuerda esta mujer que ha hecho de los programas infantiles su especialidad cultural en el puerto.
Un capo célebre
Localizado a 75 kilómetros al norte de Mazatlán, San Ignacio es una población de poco más de 20 mil habitantes, enclavado entre montañas y construido a orillas del río Piaxtla. Pocos kilómetros antes de llegar hay una señal en el camino que apunta a San Juan, es la desviación que conduce al pueblo donde en abril de 1947 nació el legendario Manuel Salcido Uzueta, "El Cochiloco", de los capos más célebres en Sinaloa en los años 80 y quien murió acribillado en 1991 en Guadalajara.
Al río lo cruza un puente que a manera de preámbulo anuncia la aparición de calles limpias y adoquinadas, construcciones añejas de techos altos, la mayoría con teja roja, y fachadas multicolores. La arquitectura jesuita de su iglesia y la novo hispana de sus casas bien conservadas del centro han hecho que este pueblo aspire a entrar en la lista turística de los considerados como "mágicos".
Su belleza no tiene relación con la imagen de uno de los municipios más violentos del estado, porque aquí la vida apacible y monótona de los habitantes no tiene nada que ver con el terror que impera a sólo dos horas de distancia montaña arriba.
El primer éxodo
El poblado de El Verano, donde a principios de octubre de 2004 se dio el primer éxodo de 30 familias que huyeron atemorizadas por las gavillas, se encuentra a un día de camino desde la cabecera municipal.
Para ir hasta allá se necesitan caballos y un salvoconducto, es decir, ser un habitante de la región sin rencillas con bandas armadas; o en su caso, una guardia bien equipada de agentes, dice José Luis Millán, comerciante ferretero en San Ignacio.
Enseguida vino el éxodo de Santa Apolonia, las 22 familias que ahí vivían abandonaron sus casas para radicar en Culiacán y en Cruz de Elota. Después siguió Pueblo Nuevo, donde 25 familias huyeron atemorizadas por la ola de ejecuciones registrada a principios de 2005.
"Apenas en helicóptero se puede ir, pues los caminos son intransitables", dice Salvador Vega Carlos, director de Seguridad Pública y Tránsito en el municipio. "Para ir al Verano, al Chilar o a Santa Apolonia se necesitan días de camino o una avioneta.
Nosotros no vamos salvo cuando es necesario, no tenemos equipo y los elementos con que contamos (60) son insuficientes para cubrir los poblados de la sierra".
San Ignacio es de los pocos municipios sinaloenses donde gobierna el Partido Acción Nacional (PAN) con Ignacio Manjarrez como edil. Éste pidió al gobernador priísta Jesús Aguilar Padilla apoyo estatal para las comunidades serranas, ya que al paso de los años, fueron abandonadas a su suerte.
Campanillas
La geografía del terror comienza por el camino norte del municipio que lleva a El Platanar, la primera comunidad al pie de la sierra donde la poca gente que ahí vive atestiguó varios secuestros. Cuando el vehículo avanza por la vialidad de terracería -intransitable por las lluvias de octubre-, aparecen a los lados campos abandonados sembrados de maíz, es como una foto instantánea de la ausencia de quien sembró y ya no cosechó.
Campanillas es una comunidad serrana fundada a principios del siglo pasado, con construcciones de adobe y teja que poco a poco fueron sustituidas por materiales más sólidos como cemento y ladrillo. Los postes de luz y la tubería de agua potable dan cuenta de que los aproximadamente 300 habitantes tenían los servicios básicos. Un kinder con columpios semitapados por lo alto del pasto y la escuela primaria cerrada, con aulas vacías y pupitres tirados, son los referentes de que la población infantil tenía ahí sus centros escolares sin necesidad de viajar a San Ignacio. La iglesia pintada de azul celeste tiene candado y de su interior ya fueron sacados bancas, efigies de santos y crucifijos.
Los únicos seres vivos en el lugar son los perros, gatos, pollos y gallinas, abandonados a su suerte por los últimos pobladores. La inteligencia de los animales hace que se acerquen con los recién llegados como si buscaran algo de comer, no hay mucho pero un poco de maíz que los policías les tiran en el piso permite continuar el recorrido.
En las huertas hay árboles de limones, guayabas y ciruelas sin cortar; en las viviendas aparecen trastos arrumbados junto a utensilios de cocina, ropa, sillones y hamacas.
La cocina popular "La Ilusión", auspiciada por el DIF municipal, luce vacía con trastes y estufas abandonados, afuera se aprecian huellas de que alguien vino para sacar los últimos objetos. "La gente ha regresado por sus cosas, se fueron todos pero poco a poco algunos regresaron en camionetas para sacar sus cosas, así dejaron todo, cerrado con llave o con candado. Partieron a San Ignacio, otros a Culiacán o Mazatlán", explica uno de los agentes de seguridad municipales comisionados para acompañar a los reporteros.
A fines de septiembre, el comisariado ejidal notificó por escrito al Consejo Estatal Electoral que la comunidad había sido abandonada en su totalidad debido a "los incidentes delictivos" suscitados en el último año. El CCE determinó que el consejo distrital número 18, al que pertenece San Ignacio, eliminara por falta de votantes un casilla más, para sumar 10 las que ya no serán instaladas en igual número de poblados sin gente. Son los pueblos donde la autoridad no existe por lo que en las próximas elecciones tampoco habrá electores que quieran renovarla.