2020...

Como cualquier año que se precie de tener trescientos sesenta y tantos días, el 2019 estuvo marcado por pérdidas dolorosas. Y sin dudas el vacío más grande de este año que hoy expira nos lo deja el Príncipe de la Canción.

Tenía ya el bien querido y muy llorado José Rómulo Sosa varios años alejado de los escenarios, muchos más retirado de los estudios de grabación y aún más de cualquier lista de popularidad; no obstante, su catálogo jamás salió del repertorio más íntimo y honesto de México.

Cuando algún mexicano se siente decepcionado por su desempeño en ese intrincado juego llamado amor, puede contar siempre con el inexpugnable refugio de aquella voz que se desplazaba por el aire como cualquier otra onda sonora, pero que a la vez poseía peso, volumen, textura, y una temperatura y color cambiantes siempre en función de la melodía a la que prestara servicio. México perdió este 2019 a uno de sus hijos predilectos: José José.

Pero el mundo no se detiene por la partida de nadie, ni siquiera de los mejores. En términos periodísticos y de interés general, el tema expiró algunas semanas después del deceso, y si extendió su vigencia fue gracias a que en la muerte del intérprete de “Mi Vida” fue tan comprometida como esa existencia a la que refiere la canción.

Mujeres, alcohol, drogas blandas, drogas duras lo tuvieron oscilando entre el estrellato y la más penosa indigencia. ¡Y al final, una puñalada de su propia sangre! Esta biografía compite en serio con la de los tipos más duros de los géneros más pesados.

Peero otra vez: ¿A qué vienen los encomios y las lamentaciones a toro pasado? ¿Para qué tocar esa llaga precisamente hoy, el día último del año?

Tras de su fallecimiento, naturalmente repasé yo como tantos su discografía selecta, al tiempo que le daba seguimiento al bochornoso chisme en que se convirtieron sus funerales. Y no estaba de más echarle también un vistazo a lo que al respecto tenían que decir los video-blogueros (“vlogueros”), esa variante de comunicador/divulgador alumbrada en la presente generación de las redes sociales.

Antes de que frunza el ceño con desdén, déjeme decirle que, como en todo, existen niveles y hay en efecto por ahí, en las redes y plataformas, mucho lerdo pontificando sobre los temas más diversos, sin el conocimiento, la experiencia, la preparación o la más somera investigación que justifique ver su cara en una pantalla, ni los megabytes que consume la reproducción de sus bodrios.

No obstante, los hay también, jóvenes y no tan jóvenes, que están haciendo un honesto esfuerzo por descollar de entre ese “gigaverso” de mediocridad, y se están ganando un nombre como gurúes también en las más variadas disciplinas.

Mis intereses me han llevado a seguir a varios “vlogueros” que hacen crítica y análisis musical, no sólo desde su gusto personal o la perspectiva colectiva, sino desde las bases de la teoría musical o las técnicas de grabación. Casi la totalidad de estos son extranjeros: españoles, británicos, italianos, sudamericanos y gringos –faltaba más– por lo que la mayoría no sabía quién era ese tal Príncipe de la Canción que todos sus ciberseguidores mexicanos les solicitaban dedicar algún análisis, comentario o video alusivo.

Algunos aceptaron el reto y sin el menor antecedente o conocimiento sobre la trayectoria, lo escucharon por primera vez. Sobra decir que en cada ocasión lo refrendaron como un auténtico superdotado de la interpretación, dueño no sólo del timbre, la potencia y la claridad, sino también de unas dinámicas y recursos operísticos perfectamente dosificados.

Los paisanos invariablemente solicitaron que se analizara el video de aquella épica, casi mítica interpretación de “El Triste” de 1970, con la que forjó su leyenda con apenas 22 años.

Insisto, la mayoría de los videoblogueros, que cuentan a sus suscriptores y reproducciones por millones (cifras perfectamente verificables en sus respectivos canales) y constituyen la primera generación de comunicadores con alcances realmente globales, jamás habían tenido la suerte de escuchar una grabación del artista mexicano (y no tendrían por qué haberlo hecho, el mundo es muy amplio, la música muy vasta y la época dorada de nuestro histrión pasó hace varias décadas).

No obstante, uno tras uno se rindió ante la portentosa demostración de talento de nuestro Príncipe. Algunas instructoras de canto, que ni siquiera hablan español y que por completo ignoran de qué se está hablando en aquella desgarradora canción, también tuvieron que admitir que la voz de José Sosa era, lo mismo que su capacidad interpretativa, un verdadero fenómeno, en el mejor sentido de la palabra.

José José tuvo este fugaz “revival” cibernético: Llegó a países en los que jamás sonó y a una generación por completo desembarazada y olvidada de los crooners, baladistas y bohemios del romanticismo. Mas, por modesto que sea el porcentaje de extraviados alrededor del mundo que se lleguen a enganchar y se enamoren de por vida de aquel cantante mexicano del siglo pasado, se contarán por millares.

Gracias a las nuevas y anárquicas formas de hacer comunicación, y a tecnologías que no se anticipaban en vida del cantante, José José constituirá un legado aún vigente dentro de algunas décadas y trascenderá fronteras que ni él, pese al éxito del que gozó, pudo anticipar jamás.

A unas horas de iniciar el 2020, sólo quería recordar que es necesario hacer lo que más nos gusta, lo que mejor sabemos, lo que más amamos, con toda la pasión que seamos capaces de invertir.

Independientemente de cuán dura se nos presente la vida y nuestros demonios personales (esos se cuecen aparte), cerciorémonos de alcanzar cierto grado de excelencia en nuestro diario quehacer. Después de todo, nunca se sabe la trascendencia que nuestra obra pueda alcanzar, una vez que no estemos ya por aquí, en este problemático mundo.

¡Feliz año!

 

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