Adaptación a la moral política
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Este verano incipiente nos ha sorprendido por su inestabilidad. Altas temperaturas inesperadas, trombas con vientos huracanados y súbitas granizadas, temperaturas amigables que reconfortan el ánimo. Ha sido una brusca transición de la florida primavera al descanso veraniego. Hasta parece que refleja la transición del anterior sistema político al actual.
‘Adaptarse’ ha sido un principio que ha generado la evolución y el desarrollo de los pueblos, sociedades, familias y personas. Pero el proceso de adaptación no es nada simple ni automático para los seres vivos, ni mucho menos para los humanos. Es complejo, intuitivo, racional y amenazante
En cada ocasión que un cambio de los diferentes sistemas en que convivimos nos requiere cambiar, nuestra adaptación nos plantea el dilema de dejar algo conocido e iniciar algo que no hemos experimentado, caminar sin diseño de veredas.
Un cambio de trabajo, de adjudicación presupuestal federal, de domicilio, de estado civil, de religión o creencias, exige un proceso de adaptación que no solo implica incomodidades, sino ajustes en las creencias, relaciones y reglas de comportamiento.
Los cambios políticos del nuevo régimen han generado una mezcla de expectativas positivas y negativas, sueños paradisíacos y tempestades amenazantes, desde el beneficio de aliviar la pobreza endémica, académica, económica de los ciudadanos, hasta el temor de estarse gestando una dictadura blanda o dura, militar o política, que excluya la división y autonomía de los tres poderes y haga predominar una ideología de poder político monolítico, una amenaza a la libertad.
Esta incertidumbre social y gubernamental, a la cual hay que adaptarse y al mismo tiempo inconformarse, frena la necesaria solidaridad ciudadana. No solo está generada por la tradicional desconfianza de los mexicanos hacia la clase política, que hoy incluye no solo a los gobernantes, partidos políticos, sindicatos, sino a las diferentes interpretaciones del plan nacional de gobierno, las decisiones de proyectos, la claridad de los ‘números’ y estadísticas, que publican diariamente los columnistas, intelectuales, académicos y expertos científicos.
Las reglas son uno de los tres pilares de cualquier sistema humano. Los otros dos son los personajes que lo componen y las relaciones-interacciones que tienen esos pilares. Un conjunto de reglas, “las reglas morales” lo constituye de manera fundamental. Algo tan antiguo como los “Diez Mandamientos”. Se ha dicho que si todas las personas cumplieran con ellos, se resolverían todos los problemas. ¿Por qué no sucede este ideal incuestionable? Porque esas leyes están sujetas a la interpretación personal adecuada y su aplicación incondicional. Dos condiciones muy difíciles de llevar a cabo por todos y en todas las circunstancias. Eso explica, aunque no justifica, la cultura de corrupción establecida y creciente en nuestro país.
La “Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas” ha creado “un cuadernillo de 29 páginas” llamado Cartilla Moral, “uno de los esfuerzos que impulsa el presidente AMLO para erradicar la violencia y corrupción que afecta al país”. Es un loable intento para restaurar la primacía de la moral en el sistema político nacional como lo ha predicado secularmente la Iglesia Católica.
Ojalá que todas las Iglesias y Religiones se unan en el propósito de exigir una práctica efectiva de moral política, la cual se puede definir en la teoría, pero en la práctica está sujeta a la incertidumbre de toda adaptación nacional e internacional… y a la conciencia moral de cada político.
Este es uno de los innumerables procesos de transición que incluye el vivir, solamente las piedras y los cerros no están sujetos a esos procesos. Transiciones que implican cambios, adaptaciones, logros, riesgos, pérdidas y ganancias calculadas o imaginadas.