América latina y México en la geopolítica y la geoeconomía
COMPARTIR
TEMAS
Protestas masivas se presentan en muchos países, por demandas de índole política en cuanto a incrementar la participación de la sociedad en la toma de decisiones, así como de orden económico para exigir reivindicaciones sociales y de bienestar (educación, precios de energéticos, pensiones, salud, salarios, etcétera).
El modelo neoliberal aplicado en décadas, o su retorno a países latinoamericanos, ha generado naturalmente desigualdades sociales e inequidad en la satisfacción integral de necesidades. La reducción de costos de producción para precios competitivos minimiza el costo del “factor” trabajo y la innovación tecnológica desplaza mano de obra, generando reducción del ingreso agregado, desempleo e informalidad (y otras consecuencias que distorsionan el tejido social).
Resulta significativo que en Bolivia, como un país exitoso económica y socialmente, se haya perpetrado un golpe de Estado para derrocar al presidente Evo Morales, quien fue electo, según el Centro de Investigación Económica y Política con sede en Washington, sin fraude por más de 10% de los votos en las elecciones del 20 de octubre pasado.
Según organismos internacionales, algunos logros en 13 años de gobierno boliviano son: crecimiento económico promedio de poco menos de 5%; inflación alrededor del 2%; crecimiento del PIB per cápita en más de 64%; reducción del desempleo de más de 8% a 4%; reducción de la pobreza en más del 24% de la población; incremento del presupuesto para salud en 173%; elevación del promedio de esperanza de vida de 64 a 71 años; entre otros.
Ante las protestas de reivindicación social y económica en Honduras, Chile, Argentina, Ecuador, Colombia, Brasil y, en menor medida, en Perú, la gestión de centro-izquierda del indio aimara boliviano es un ejemplo a seguir. La causa del golpe conservador en Bolivia no fue la economía, sino los intereses de Estados Unidos y las oligarquías regionales, para evitar en los países de la región un modelo económico de redistribución de la riqueza con intervención y orientación estatal.
Con la Organización de Estados Americanos (OEA) en posición ideológica mayoritaria de derecha, el renovado avance de la izquierda política en el subcontinente ha encendido los focos rojos, porque con gobiernos de centro-izquierda en polos extremos, México con López Obrador y Argentina con Fernández, el Movimiento al Socialismo de Evo Morales no debía operar más como modelo progresista referente latinoamericano, más si en ese territorio se encuentra, a la fecha, la reserva más grande de litio en el mundo; ahora hasta orden de aprensión se pretende contra el presidente Morales.
Por otra parte, la desaceleración económica mundial –incluida América Latina- se debe, entre otras causas, a la reducción del ingreso y la demanda agregada de la mayoría de la población, lo que genera expectativas negativas de producción, comercialización y ganancia, complicándose aún más la solución de exigencias generalizadas de bienestar. Desde esta perspectiva las estrategias de la derecha continental no son precisas ni certeras, inclusive con el desatino de culpar abiertamente a Caracas y La Habana de organizar las masivas y amplias manifestaciones sociales, como si las demandas no fueran reales en el nivel de vida de millones de hondureños, chilenos, ecuatorianos, argentinos, brasileños y colombianos.
La situación política en Latinoamérica es de vital importancia en el enfoque de largo plazo, no sólo de gobiernos estadounidenses en turno, sino también del poder económico continental, de ahí el caso de Bolivia, el acoso y bloqueo permanente al régimen de Venezuela y el recrudecimiento del embargo económico a Cuba –desde hace 59 años-.
Sin embargo, el avance de China como potencia económica, política y militar en el mundo –con estratégica alianza con Rusia- y su presencia en América Latina son de cuidado para el bloque occidental dominante (Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea), por eso no es recomendable el enfrentamiento directo con gobiernos de centro-izquierda, y lo saben.
Con inteligencia y prudencia diplomáticas de alto nivel, corresponde hoy, históricamente, a México retomar el papel de interlocutor y mediador entre el país dominante norteamericano y los países hermanos de hispano américa –como en 50 años del siglo XX-, representación estratégica que se abandonó desde hace más de 30 años. Llegó la hora.