AMLO, el falso pacifista
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A estas alturas ya no resulta extraño que el presidente Andrés Manuel López Obrador se haya convertido en la efigie misma de la contradicción. A fuerza de aseveraciones convenencieras, decisiones desarticuladas y acciones que van en perfecta línea con todo aquello que durante años ha jurado aborrecer, el Presidente ha ido pulverizando tanto su engañosa imagen de redentor como la credibilidad de su otrora poderoso movimiento. Tras 18 meses de haber tomado las riendas de un país ensangrentado, disfuncional, hastiado de corrupción y urgido de esperanza, la posibilidad de cambio ya se percibe hoy como una lejana quimera, una fantasía cada vez más difusa en esa pira de polarización y sinsentidos en que se ha convertido el escenario político nacional.
Lo peligroso es que asuntos tan delicados como el combate a la violencia sigan empantanados en los marasmos retóricos de la cuarta transformación, sin las acciones inteligentes que el problema exige, pero ahora, con más puertas abiertas a la militarización que el López Obrador opositor tanto denostó. ¿Será que al López Obrador presidente ya no le quedó de otra que asumir el evidente fracaso de sus no-estrategias y que no hay manera, en todo el sexenio, de fortalecer a las corporaciones de seguridad?
Aquella absurdidad de los “abrazos, no balazos” pudo haber servido en su momento como una pincelada discursiva, pero insistir con esa paráfrasis simplista del supuesto nuevo enfoque en el combate a la inseguridad reveló muy pronto que se carecía de un plan bien articulado. Y es que pretender que los billetazos mal distribuidos de los programas asistencialistas iban a disminuir automáticamente la criminalidad, era una tontería. Porque mientras esos recursos se entregaban sin mecanismos de transparencia ni reglas claras de operación, los termómetros de violencia e incidencia delictiva iban enrojeciéndose mes a mes.
Pero cuando el mantra de los “abrazos, no balazos” perdió eficacia, cuando era obvio que sus conjuros estaban siendo revertidos y crecía el reclamo de una estrategia contundente y verdadera para frenar la ola delictiva, apareció otra respuesta absurda: la conformación, cada vez más próxima, de la Constitución Moral para que, en consecuencia, todas las escenas de la vida nacional estuvieran llenas de bonhomía, honestidad y un alto sentido de la justicia.
Así que mientras esas loables, pero muy utópicas intenciones cobraban forma, en otra pista se trabajaba en configurar la corporación en la cual reposarían todas las esperanzas de lograr un México pacificado: la Guardia Nacional, ese órgano que combinaría las estrategias que desde los cuerpos policiacos y las Fuerzas Armadas no se lograron articular en beneficio de la ciudadanía. La Guardia habría de privilegiar las labores de inteligencia más allá de la fuerza desmedida que con tanta sangre había bañado al país en los sexenios anteriores. Pero como todo en la 4T está lleno de contradicciones, primero se dijo que el objetivo del Gobierno Federal era lograr, para 2021, el reclutamiento de 50 mil elementos para la Guardia Nacional, que su distribución sería paulatina y georeferenciada. No obstante, con audaces movimientos de prestidigitación, para el primer año ya se había cumplido la meta de reclutamiento, ya se habían mapeado los territorios y ya la Guardia estaba capacitada para operar, aunque después se distrajera en los designios de Donald Trump para contener, desde México, el flujo de migrantes centroamericanos.
Si bien con el acuerdo que ordena a las Fuerzas Armadas apoyar a la Guardia Nacional en labores de seguridad hasta 2024, el López Obrador presidente parece contradecir de forma avasalladora al López Obrador opositor, lo cierto es que AMLO nunca ha sido del todo antimilitar. Cuando se discutía la ley de la Guardia Nacional y se dejó fuera el artículo 4, que establecía justamente que “de manera excepcional, en tanto la Guardia Nacional desarrolla su estructura, capacidades e implantación territorial, la Fuerza Armada permanente prestará su colaboración para la seguridad pública” (es decir, el fundamento del acuerdo recién publicado), AMLO se dijo insatisfecho y molesto por la exclusión de este artículo del dictamen, el cual, por cierto, también desaprobaron legisladores de su propio partido.
En 2017, siendo precandidato, pidió no temerle a la muy criticada e inconstitucional Ley de Seguridad Interior, promovida durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, que básicamente pretendía normalizar la mano dura del Ejército en las labores de seguridad con los inherentes riesgos a los derechos humanos. El argumento de AMLO para no temerle a la denostada ley fue: “en la Constitución sigue quedando claro que el Presidente es el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, así que no hay que tenerle miedo a la Ley de Seguridad Interior, porque yo no voy a ordenar nunca la represión del pueblo”. Es decir, la lógica que lo caracteriza: sus buenas intenciones son más fuertes que las decisiones inconstitucionales, aun si él mismo las avala. Un yerro más que lo convierte en un falso pacifista.
@manuserrato
Manuel Serrato
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