Amo demasiado a mi país para ser nacionalista
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El populismo y el nacionalismo son dos caras de una misma moneda y las guerras, crisis económicas del pasado están ahí como una muestra de lo que significan.
Si hay algo trágico en hechos como la salida de los británicos de la Unión Europea, es que irónicamente, esta Unión fue construida como la solución para enterrar los impulsos atávicos nacionalistas del Siglo 20. El nacionalismo que llevó a Gavrilo Princip a asesinar al archiduque Francisco Fernando, y con ello al estallido de la Primera Guerra Mundial.
El nacionalismo que provocó la guerra civil española y que perduró hasta la muerte de Franco. El que años después enarboló Musollinni y Hitler, este último, un hombre que deseaba difundir sus ideas y así lo hizo con sus campañas y discursos de odio que describían la forma en que Alemania debería ser, la forma en que estaba destinada a ser. Su idea era librar a Alemania de todos los comunistas, los judíos, y cualquier otro enemigo que se interpusiera en su camino. El resultado lo sabemos todos, la Segunda Guerra Mundial.
El nacionalismo que jugó un factor importante en la lucha por la independencia de Vietnam, bajo el liderazgo del movimiento encabezado por Ho Chi Minh. El mismo nacionalismo impulsado por Slobodan Milosevic, el serbio que se encargó de disolver con su pensamiento enfermizo a Yugoslavia y que impulsó a matarse a todos contra todos, de una forma tan sistemática que quienes antes fueron pueblos hermanos se dividieron como fue en el caso de Bosnia-Herzegovina, Serbia, Croacia, Eslovenia, Macedonia y Albania y además, todos a favor y en contra de los musulmanes.
Pero el nacionalismo tiene muy poco de racional y más bien promueve un sentimiento de superioridad de raza, una política que aprovecharon muy bien dictadores que apelaban al genio de los pueblos y a la sensación de que solos podían más. De que su cultura o raza es mejor que otra y por lo tanto los otros son inferiores.
Y si, ese fue el nacionalismo que la creación de la Unión Europea buscó combatir y que ahora ha sido puesta en duda por la salida del Reino Unido. Es el nacionalismo el que se encargó de boicotear y bombardear la Unión Europea, como una reacción a lo que en principio comenzó como un mercado común europeo, que creció hasta adoptar una moneda única -No en Inglaterra- hasta avanzar en la integración en materia de justicia, asuntos del interior, política macroeconómica y migración.
Un nacionalismo exacerbado que hace a quien lo promueve, el sentirse superior y no aceptar por ejemplo el que la Unión Europea se haya ampliado hacia Europa Oriental con la inclusión de 12 nuevos estados miembros con distintas historias, estructuras económicas y tradiciones democráticas que, aunque hicieron el proceso de toma de decisiones en Bruselas —Capital Europea— aún más engorroso, significaba el que todo un continente avanzara hacia la igualdad y con eso la paz futura.
Pero el nacionalismo ha ganado la batalla de la opinión pública en países como Gran Bretaña. La crisis económica, el miedo a la inmigración, y un sentido más general de que ellos deciden muy poco en su vida diaria y que todo se decidía entre todos los países de la Unión y un sentimiento de superioridad y de que esa Unión los estaba afectando en lugar de beneficiando, fue el alimento en los sentimientos negativos para finalmente decidir dejar esta Unión, que como tal ha recibido su primera baja.
Pero más allá de eso, existe la sensación del resurgimiento de estos movimientos nacionalistas en gran parte de Europa, que empujados por una sensación común de desesperación y frustración de muchos adultos que han perdido su empleo y de miles de jóvenes que se sienten sin oportunidades, provocan el recrudecimiento de una forma robusta del nacionalismo populista. Un amplio sector de la población que está decepcionada de la democracia y ven en el populismo una opción viable y el ejemplo de Trump está ahí, latente.
Pero no podemos olvidar las lecciones de la historia. El populismo y el nacionalismo son dos caras de una misma moneda y las guerras, crisis económicas del pasado están ahí como una muestra de lo que esa opción significa. El Premio Nobel de Literatura, Albert Camus lo denunciaba en su obra “Cartas a un Amigo Alemán”, un libro 1943 en donde dice: “Amo demasiado a mi país para ser nacionalista”.
Aun así, el nacionalismo regresó para quedarse.