Apuntes prenavideños
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“Oficio noble y bizarro, el del barro… Dios fue el primer alfarero y el hombre su primer cacharro”.
Asoman sus cabezas desde varios montículos de musgo. Encantadores ojos negros nos observan desde la altura de un par de escalones, lo que los hace ver más grandes, y fascina a los niños al sólo notar su presencia. Son corderos de barro que en esta temporada acompañan a las cajas de musgo y hacen juego natural con los paquetes de heno. (“La plaga de los pinos… qué descubrimiento”, gritan emocionados los chiquillos). Del tamaño de un muñeco de brazos, los corderitos se venden rápido.
Saldrán de ahí, la Plaza Francisco I. Madero, en el centro de la ciudad, para ser instalados en los Nacimientos, en vísperas ya de esa fiesta decembrina. Algunos quedarán perfectos en el jardín de la entrada principal.
Mientras la ciudad se ha convertido en un caos el fin de semana que precede por dos a la fiesta de Navidad, este pedacito conserva un agradable sabor tradicional.
Este espacio, luego de la mudanza de venta de objetos navideños de la plaza San Francisco hace pocos años, es el único sitio a la redonda donde puede observarse al aire libre, en el centro, aún la venta de las figuras del Nacimiento, las luces para el pino, los adornos, los papeles decorativos, algunas esferas.
Acuden familias que recorren alrededor de la plaza y la terminan en muy poco tiempo, pues el paseo es pequeño. Van en busca de una pieza más que enriquecerá su Nacimiento o un adorno que les alegrará la puerta de la residencia. Los niños se entretienen en la magia de las figuras y, de pronto, aparece ante sus ojos un nuevo modelo.
La novedad del año. Si bien en el pasado destacaron las figuras de plástico, en este mismo espacio, en esta misma plaza, pronosticando un futuro incierto para las de barro, en esta ocasión la buena nueva es que las piezas han llegado otra vez elaboradas con barro, ese material tan propio del mexicano, con el cual se logran artesanías de gran belleza. Una ingenua recreación de la cocina de una casa del sur de México, donde destaca un jarrito de barro y un “aventador” para avivar el fuego de la leña.
Flota en el ambiente una bella atmósfera de recogimiento. Las artesanías, el musgo, el heno, le confieren un sabor de campo muy agradable. Heno y musgo traídos de nuestras sierras, las que tenemos a la vista, las de Arteaga, recogida por su gente.
Pero el encanto desaparece al estridente sonido de los camiones del servicio público, sobre todo de ellos, y los automóviles que ascienden por General Cepeda o circulan por Castelar. Todo encanto se rompe.
La decisión de haberse traído para esta parte de la ciudad, para esta plaza, lo que tradicionalmente se vendía en la de San Francisco, hizo que mucha gente dejara de acudir a comprar. Queda justamente en la “parada” de los camiones, pero son esos autobuses los que rompen con la armonía del lugar, y para quienes no viajan en ellos, el acceso es poco amigable, recorriendo calles cuyas banquetas lucen peligrosamente desiguales.
Una pequeña isla en medio del tráfico que circunda a su alrededor y en las calles del centro. Por lo que se ve desde ahora, la ciudad en esta parte requerirá de atención doble para la temporada. El sábado 12, y en días anteriores, con las peregrinaciones al Santuario, el centro se vio desbordado por el caos vehicular. Habría que ver la manera en que se trabaja, en el futuro, la forma de agilizar el tránsito.
En fin. Por lo pronto, para la temporada que se nos acerca, y para efectos de esta fiesta ya en marcha, pensamos ahora en la plaza Francisco I. Madero. En esos materiales, el barro, en primera instancia, salido de los artesanos mexicanos que va espléndidamente.
El ambiente, en este espacio, hace sentir la presencia mexicana en una fiesta en la que se congregan sentimientos de todo orden, y emociones provenientes de muchas culturas. Bien por ese regreso al barro, material de nobleza tal que hace sentir las figuras de una calidez entrañable. Calidez que se repetirá, al pie del pino, o en la recreación del pueblo y la cueva de Belén, dentro del hogar.