Asegurar lo esencial
COMPARTIR
TEMAS
Muchas personas venden seguros.
Se asegura la vida, la casa, el automóvil, la tienda. Los pianistas sus dedos. Los corredores sus pies... Todo se asegura. Y le llaman asegurar a que todo tenga precio. Que se reciba en efectivo una cantidad compensadora del bien perdido.
Para evitar riesgos, estos compran trancas y candados. Aquellos, caja fuerte para esconderla. Se levantan altas bardas coronadas de vidrios o alambradas filosas o de púas. Se instalan recias rejas en las ventanas y se compran perros bravos y ladradores. Se blindan los vehículos.
Hay políticas públicas de vigilancia, con cámaras, con policías y guardias, armados unos y con escudos otros. Hay patrullaje con radiocomunicación y números de pánico y emergencia para situaciones de acoso o de asalto. Hay cortinas metálicas para proteger escaparates en las calles comerciales y así evitar destrozos de manifestantes. Parece, sin embargo, todo insuficiente frente a una violencia de constantes brotes y tsunamis multitudinarios.
Se descuida lo más vulnerable en lo humano: queda desprotegida el alma. No hay bardas hirientes ni candados, ni bravos guardianes ni blindajes impenetrables contra los prejuicios, los resentimientos, los apegos desbocados y los miedos invasores. No se protege la vista de las imágenes televisadas contaminantes ni la paz interior de todos los pensamientos devastadores. La persona está a la intemperie frente a todas las influencias deshumanizantes.
Se tolera también lo intolerable. La libertad mal entendida quita límites de protección y hace posible todos los libertinajes. Van creciendo las malas yerbas de discriminaciones, los fanatismos, los odios, las descalificaciones, el menosprecio y la ridiculización, la crítica deformada que no sirve ni completa el acierto ajeno, sino lo calumnia y lo difama.
Los jóvenes van llegando a una vida de falsificaciones y simulaciones, a un terreno minado y no encuentran en quien confiar. Los decepciona la inautenticidad y, los más inteligentes, construyen comunidades que van contra la corriente y descubren verdaderos valores y horizontes de trascendencia. Aprenden a discernir, a soñar, a planear, a comprometerse y a reconstruir. Desde una verdadera fe se hacen capaces de desenmascarar todas las credulidades inconsistentes y contradictorias.
“Me asaltaron”, “me robaron”, “secuestraron a mi amiga”, “violaron a mi vecina”, “hubo una masacre”, “falta seguridad”, se escucha en todos los ambientes. Pero lo más inseguro es la interioridad de la persona. Se contagia de furia, de belicosidad, de ira. Quien fue víctima se hace agresor. No se venden seguros para no enojarse, para no vengarse, para no contagiarse de lo mismo que se condena.
La mayor seguridad personal es una salvación. Por eso el Adviento puede ser esperanzador si se entiende como la preparación para recibir a un salvador. Cada persona podrá tener su propia seguridad interior. La salvación es algo que hace tiempo llegó para todos, pero cada quien, en cada época y en cada año, tendrá su oportunidad de aceptar o rechazar.
Dichoso el que no se deja robar la esperanza y, frente a cualquier viento contrario, logra ascender descartando caída o retroceso. Así se asegura lo esencial en medio de los desmoronamientos accidentales y secundarios...