Asolación contemporánea
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Por: Luis V. Gullén
Caminé lentamente por el pasillo arrastrando los pies, con la camisa desfajada y la corbata suelta como es mi costumbre después de un día en el trabajo. Al llegar a la puerta del departamento instintivamente alcé la mano para ver la hora en el reloj, «¡otra vez tarde!» pensé de inmediato, tercera vez que me pasaba en la semana, resignado la bajé en busca del llavero en las bolsas del pantalón, por inercia seleccioné la lleve que la memoria me indicaba y la introduje en la cerradura. Por fin estaba en casa.
Encendí la luz de la sala, en el piso había cuatro sobres blancos, los recogí y con paso cansado caminé hacia el solitario puff azul de la sala; me dejé caer sobre él, necesitaba relajarme un instante, así que extendí todo mi cuerpo, clavé la mirada en el techo tratando de dejar la mente en blanco unos segundos; suspiré y me llevé uno a uno los sobres enfrente del rostro, recibo de luz, teléfono, agua y gas, «dinero, dinero, dinero» pensé al mismo tiempo que los estrujaba antes de lanzarlos con violencia contra la pared que los detuvo de golpe en un sonido seco que terminó con la paz del departamento.
Harto de la rutina, de mis pensamientos, malos y buenos hábitos, simplemente de la existencia, me levanté del puff, golpeé mis mejillas y enfilé hacia la cocina. Ahí mi viejo frigobar me esperaba pacientemente postrado en una esquina; de su interior saqué el último vestigio de la fiesta del fin de semana, un pedazo de hamburguesa y una cerveza victoria de lata. En la parrilla de la estufa estaba la vieja tetera que me obsequiaron años atrás con el té que me había preparado en la mañana y que no me tomé, encendí la llama y regresé al puff. En el suelo, el contestador parpadeaba, con el pie pulsé el botón para reproducir y me tendí de nuevo en el puff.
Tienes cuatro mensajes —dijo la voz robótica del contestador antes del bip molesto que siempre hacía.
—Buenas tardes señor Fernando —reconocí la voz de mi casero—, recuerde que el viernes es el último día para pagar la renta; debe ponerse al corriente con los dos meses de adeudo, de lo contrario, le tendré que pedir que desaloje a finales de mes —di una mordida a mi hamburguesa y otra vez aquel bip molesto del contestador hizo eco en el vacío.
—Fercho, me acabo de enterar lo del trabajo, no sabes cuanto lo lamento, si quieres mándame tu CV y se lo paso a mi ex jefe, encontraremos algo para ti de volada, eres muy talentoso. Lo que necesites, sabes que aquí estoy para ti —Le di un largo trago a mi cerveza y me recosté completamente. Otro bip.
—Fernando, mañana la cita en el juzgado es a las 12. Los papales del divorcio te debieron llegar ayer, por favor, ya no lo hagas más difícil –sonó otra vez el contestador, pero esta vez me causó risa, mordí una vez más la hamburguesa y un repentino sentimiento de ira se apoderó de mí.
—¡Puuuuutaaaaa!, como si no supiera que te estás cogiendo al gerente de ventas de la empresa –grité con todas mis fuerzas hacia el contestador que, estoico, recibió mi seña fálica sin inmutarse un poco, pero que se vengó inmediatamente con su maldito bip. Se hizo el silencio y una respiración vacilante salió del aparato, después, silencio una vez más, un sollozo casi imperceptible tras varios segundos de incertidumbre. Me incorporé y comencé a caminar hacia el contestador cuando una voz familiar me cortó el paso.
—Fergi, he tratado de llamarte al celular durante todo el día pero no contestas, en el trabajo no me supieron decir donde estabas, así que llamé a casa esperando encontrarte o que escuches este mensaje cuando llegues —dijo la voz femenina entre sollozos y volví a caminar hacia el contestador—. Recuerdas que hace dos días cuando hablamos, te comenté que había llevado a papá al médico porque se sentía mal y que lo habían tenido en observación un rato pero que había salido bien y lo teníamos en casa, pues no estaba tan bien. Piojo, al parecer, los médicos pasaron por alto un pequeño dolor que sentía en el brazo, culparon al frío que ha hecho por acá, pero no era eso, pues hoy en la mañana cuando mamá se despertó para darle el desayuno, ya se había ido… –se hizo un silencio mortal en la habitación, no creía lo que estaba escuchando, lo que mi hermana trataba de decirme con la voz entrecortada por el nudo en la garganta que evidentemente tenía—, al parecer fue un infarto fulminante que lo tomó por sorpresa en la noche —la cerveza y hamburguesa se cayeron de mis manos al tiempo que mis fuerzas comenzaban a flaquear y mi mirada se clavaba en el blanco de la pared que ahora me parecía un vacío enorme.
—Lo que trato de decir es que papá falleció esta mañana Piojo; sé que su relación los últimos años no era nada buena, pero aquí no estamos bien, mamá está desconsolada y necesita a su único hijo varón en casa. Jimena tampoco está muy bien que digamos y yo, yo te necesito más que nunca Fer. Sabemos que también estás pasando por un proceso complicado con lo del divorcio, pero ojalá puedas venir. Me hace mucha falta mi hermanito aquí, a las tres nos haces falta.
Sonó una vez más el bip del contestador, sin embargo no me molestó, ni siquiera lo percibí; en un segundo mi mundo se vino abajo junto con mi cuerpo que se desplomó de rodillas en el suelo, sentí como un licuado de emociones subía hacia mis ojos con cada recuerdo de un pasado lejano que estrellé contra la pared en forma de golpes desesperados y las lágrimas comenzaron a brotar... Desde la cocina, el silbido de la tetera resonó por todo el departamento; el té estaba listo.
Luis V. Gullén
PERIODISTA Y ESCRITOR
Especialista en Visualización Creativa por la Universidad de la Comunicación y Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco.
Periodista cultural y escritor de cuentos cortos que ha publicado en algunos medios digitales de la Ciudad de México.