Bien común, tarea común
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“Día soleado”, te dice Siri.
Es cierto, brilla el sol pero el aire se siente helado porque viene de la sierra. Hay nubecillas, nimbos y cirros en estampida. Al atardecer lluvia en episodios. Son pataleos invernales porque casi ya toca la puerta la semana primaveral.
Se informan las masacres en mezquitas de Nueva Zelanda. Se comenta y se investiga el tremendo avionazo en Etiopía. Los medios viralizan las catástrofes para llenar primeras planas y salpicar noticiarios de voz. Los enredados mensajean en la plaza pública de la sociedad cibernética. Las conferencias madrugadoras tratan de derretir desconfianzas relampagueando testimonios, aclaraciones y compromisos.
Entusiasmo y esperanza en multitudes. Y hay actitudes de incredulidad, de desconfianza, de sospechosismo, de soplo a jocoque desde quemaduras lácteas. Como todavía la velocidad es de arranque y se siguen esparciendo promesas, proyectos e iniciativas programáticas, no son todavía visibles resultados, soluciones, logros, cumplimientos. La marcha es lenta y los procesos complicados.
La corrupción no está erradicada pero ya no es tolerada. Esto supone un estado de alerta que aplique sanciones y no dé señales de hacer excepciones o incurrir en permisión contradictoria. Se decía, no hace tanto, que vivimos en un país en que todo mundo tiene metida la mano en el bolsillo de otro, Que aquí fue donde le robaron la lamparita a Diógenes que buscaba, con ella, a un hombre honrado. Que aquí siempre va la luz por delante y se llegaba hasta el “o plata o plomo”.”Nos arreglamos con buena bolsa o mejor nos entenderemos con su viuda”.
Se afirmaba que: “si metieran a la cárcel a los corruptos no quedaría afuera alguien que cerrara la reja”.
Algunos piensan que esta sociedad sin corrupción sería como leche deslactosada, café descafeinado o agua deshidratada. Por eso desde arriba se dijo que era “un fenómeno cultural”, como si fuera parte de la idiosincrasia o sello de nuestra identidad. Es cierto que llovió arriba y por eso goteó abajo. Que el mal ejemplo de mandatarios sin mandato y funcionarios sin función, que tomaron su puesto como una oportunidad de succionar la ubre del presupuesto, hizo que abajo se vieran las sustracciones y las desviaciones como algo natural.
Por eso se habla de que no sucederá “de la noche a la mañana”, que el plazo es largo y el avance lento. Que solo es posible si es colaboración unánime y que el único camino que llega es ese de la legalidad. Lo no tolerado se resiste a ser ordenado. A la autoridad le toca el no tolerar el hurto ni el soborno para sí mismo y su equipo y para los gobernados. Es la mínima ética de un régimen en cualquier nivel. Es lo único que puede generar confianza, especialmente si no hay dispendio, lujo ni ostentación sino austeridad y sencillez.
Al árbol se le conoce por sus frutos. Si los proyectos se convierten en hechos consumados se podrán entonces valorar, sin juicios prematuros, los aciertos y los desaciertos. Se podrá calificar no sólo la autenticidad de un gobierno sino la colaboración de una ciudadanía que no fue solo espectadora y critica sino complementaria y cuidadosa de su mandato.