Café Montaigne 106
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TEMAS
¿Cuál es su leitmotiv para escribir señor lector? Ya cuando lo tiene, ¿cómo se inspira, lo mastica en el cerebro hasta tenerlo listo y ya luego lo escupe de una sentada en la siempre paciente hoja en blanco? ¿Acaso primero lo redacta en notas sueltas y luego lo deja caer sistemáticamente en su ordenador personal? Pero vaya, ¿el escribir es una inspiración o es más un esfuerzo físico como cualquier otro? ¿Es cuestión de riñones y un combate cuerpo a cuerpo con la fatídica hoja en blanco? Pero esta “inspiración”, digámosle así, no pocas veces llega aparejada con la “obligación” de dar fe y testimonio de un aquí y ahora en nuestra existencia. Avanzamos y es el caso contemporáneo en nuestro País con la sobreoferta de libros sobre el narcotráfico. Ya sea como ficción (Élmer Mendoza es quién más lo ha explotado poniendo siempre en el papel la misma fórmula con regulares resultados) o los autollamados “libros de investigación” y crónicas sobre el flagelo mexicano del siglo 20 y 21: el narcotráfico y su poder omnímodo y bestial.
Pero, ¿cuáles han sido los resortes, los temas o andanzas en otras etapas, en otros países, en otras latitudes; temas, resortes, inspiración la cual puede ser identificable y con lo cual identificamos a ciertos autores? A vuelapluma, hay un rasgo fundamental el cual permea a la novelística soviética del último tercio del siglo 19 y las primeras décadas del siglo 20: la servidumbre humana como arista y personaje identificable sobre el cual, como pivote o eje vertebral, se crearon algunas de las “ficciones” mejor escritas de la literatura rusa y universal. Sergio Pitol ha llamado a esto no sólo obras de “ficción”, sino ensayo-novela política, de indagación moral, interpretación de la historia y tratado filosófico. Es decir, todo. Textos ambiciosos y totales.
En “La Casa de la Tribu”, Sergio Pitol reunió prólogos, presentaciones y asedios sobre una literatura un tanto ajenos a nuestras aficiones y apetencias. Traductor y erudito conocedor sobre la literatura producida en la Europa del Este y lo que en la antigüedad llamábamos la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, el novelista y exembajador mexicano en Checoslovaquia, Italia y Francia (ya unido a la eternidad), abrevó de sus aguas estudiando con atención a los narradores de los siglos 18, 19 y la primera mitad del siglo 20. Pitol se pregunta: “¿Cuáles podrían ser las constantes que configurarían ese amplio panorama novelístico?” (Aquí se refiere especialmente a la obra narrativa de Alejandro Pushkin, Lermontov, Gogol, Turgueniev, Dostoievski, Tolstoi, Chejov). Pitol identifica tres vertientes importantes: el sentimiento gregario, el temor a la exclusión y el tercer gran tema, el sentimiento de culpa, “el agobio de vivir en un mundo donde la servidumbre forma el entorno del individuo. Las extrañas dolencias que produce la existencia de esa amorfa masa cautiva en el alma de los protagonistas rusos y de sus autores son notables”.
ESQUINA-BAJAN
La servidumbre (una especie de eufemismo por el severo término de esclavitud) fue abolida en Rusia apenas en 1861. Antes y después de esto, las “consecuencias espirituales” (sigo con las ideas del novelista veracruzano) permean la vida y la obra del escritor ruso. Pitol nos cuenta algunas anécdotas espeluznantes, cito in extenso: “En las novelas rusas los azotes se reparten con más profusión que el pan: a los niños, a los viejos, a los miserables, a las mujeres, a cada momento a los siervos. A Turgueniev lo descomponían los recuerdos de la crueldad mostrada por su madre a los siervos de su propiedad. Corrían rumores de que su madre (aunque algunos biógrafos atribuyen el hecho a su abuela) había azotado a un niño, hijo de una sierva, hasta hacerlo perder el conocimiento. Irritada la mujer por lo que suponía una comedia para evitar el castigo y cegada por la ira, acabó por ahogar al niño con un almohadón”.
¿Lo anterior es “inspiración” para escribir o simple testimonio? Avanzamos. Cuentan los biógrafos: los siervos de la casa de Fedor Dostoievski una noche se rebelaron contra la avaricia y crueldad de su amo, “atacaron la casa y no se detuvieron sino hasta haber descuartizado al propietario (el padre del escritor)”. Al enterarse, Dostoievski sufrió su primer ataque de epilepsia. Lev Tolstoi jugó la suerte de sus siervos a las cartas. Luego se flagelaría grandemente. Antón Chéjov escribiría en una carta: “Escriba usted el relato de un joven –se refería a sí mismo–, hijo de siervos, antiguo empleado de tienda, cantante, liceísta, estudiante, educado en el respeto a los cargos, en el hábito de besar la mano de los popes, de reverenciar las ideas ajenas, de dar las gracias por cada trozo de pan, que fue azotado muchas veces, que ha ido a dar lecciones sin el calzado apropiado, que ha sido camorrista, que ha hecho sufrir a los animales, a quien le gustaba almorzar en la casa de sus parientes ricos, que –sin necesidad alguna– sólo por tener conciencia de su nimiedad ha sido hipócrita con Dios y con los hombres, escriba usted cómo ese joven extirpa de su ser, gota a gota, al esclavo, y un buen día al despertar advierte que por sus venas ya no corre sangre de siervos sino verdadera sangre, sangre humana”.
Andrei Siniavsky lo subrayó en un texto crítico y certero: “El nihilista, el religioso, el militante de izquierda, todos inesperadamente concuerdan en plantearse de manera decidida y terminante esta pregunta: ¿qué es más importante, el arte o el bien social, y en qué consiste, en consecuencia, el deber y la utilidad del artista? La búsqueda de una respuesta lleva a algunos autores a dirigir armas contra su propio oficio, considerándolo inadecuado y estrecho para su elevada misión. El escritor está dispuesto a no escribir más en busca de algo distinto y grande”.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Inspiración, denuncia, estampa realista o compromiso político el escribir hoy del narcotráfico, como ayer sobre la servidumbre humana en la Rusia socialista o el gigantesco campo de concentración llamado Cuba?