Café Montaigne 113
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Le platicaba en la anterior columna –nuestra reunión sabatina de “Café Montaigne”– de mi vista a la bella Ciudad de México. Fui a tan bella y cosmopolita ciudad sólo por ir. Así de sencillo. Esta vez no fui de entrada por salida ni por apretados compromisos de trabajo. Nada de eso. Fui por el placer de ir y perder el tiempo. El placer de viajar, pues. Dice a la letra Nehemías en la Biblia (2:6): “…¿Cuánto durará tu viaje y cuándo volverás?”. Se viaja por viajar. Me fui con el ticket de ida, solamente. Eso de comprar boleto de ida y regreso es propio de turistas los cuales traen siempre su maleta bien empacada, su itinerario en la mano y sus horarios de comida y dormir, todo en su sitio. Yo me fui a viajar. Un viajero, así de sencillo.
Al día siguiente de mi llegada, el escritor Armando Oviedo pasó por mí al hotel en el centro de la ciudad (Slim Town, le dicen con sorna e ironía los habitantes de esta metrópoli) donde habitualmente me hospedo. El hotel es bueno y sin pretensiones de la zona de Reforma y sus torres bien delineadas. Apenas nos vimos, nos abrazamos. Y sí, cómo no ir a almorzar al Sanborns del Palacio de los Azulejos en Madero (de miedo, pero aunque me duela, voy a este lugar de alto impacto para seguir enriqueciendo con mi plata al creso de Carlos Slim. En fin). Ya bastimentados abordamos un taxi y enfilamos nuestros pasos a la Basílica o Santuario de la bella Virgen María de Guadalupe. Como siempre, un deslumbramiento para la mirada. Dijo de ella en letras redondas nuestro Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz: “Madre de dioses y de hombres, de astros y hormigas, del maíz y del maguey… madre-montaña… madre-agua… madre natural y sobrenatural, hecha de tierra americana y teología europea”.
Años los cuales no iba a postrarme ante ella y demostrarle mi amor y respeto. Años de no ir a su casa para decirle de mi amor filial hacia ella y del encanto y fascinación al admirar su tez morena, sus manos aterciopeladas, su mi-rada dulce y de soslayo, y admirar sus ropajes siempre frescos y vivos. Así lo hice. ¿Esta devoción, esta fe de los mexicanos y de no poca gente en la humanidad en todo país del mundo, siempre ha sido así? Pues sí. Siempre ha sido así. Hagamos un rápido recuento y a vuela pluma. La arbitrariedad de lo aquí recopilado es conforme los recuerdos llegan a mi precaria memoria y busco la cita correcta en el libro respectivo. Trabajo ahora ya con reposo y luego de llegar del viaje de la Ciudad de México. Pero, no pocas ocasiones y al momento de redactar estas notas, no he dado con el volumen respectivo. La gran mayoría sí los he encontrado en mis desordenados libreros. Aquí va una pequeña recopilación de la grandeza de nuestra bella y única María Virgen de Guadalupe.
ESQUINA-BAJAN
El sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla sembró lo siguiente: “el fervor religioso y entusiasmo patriótico” al izar en su bandera de la insurgencia la imagen de la Virgen de Guadalupe. Incluso, hasta antes de ser fusilado, llevaba zurcida a sus ropas una imagen de la Guadalupana. Otro héroe y mártir, José María Morelos y Pavón, llevó en su nombre (José María) tatuado su destino. Todo mundo habla de su marcado guadalupanismo; en Morelia y aún hoy, se puede apreciar en la cual fue su casa una escultura de la Virgen, la cual él mandó a poner en su pórtico. Cristóbal Colón, ese navegante y viajero insomne, encontró tierra americana en la fiesta de la Virgen del Pilar un 12 de octubre (Día de la Raza, hoy día el cual ya nada dice a los niños y jóvenes internautas. Los millennials no leen). Desde entonces, María se empezó a multiplicar en nuestro continente y tomó residencia de estas tierras.
La primera misa en el continente americano se celebró en una, digamos, “ca-pilla” la cual se dedicó a la Virgen de la Merced. En su “diario de viaje”, dejó por escrito del milagro de haber “descubierto” tierra a la cual se bautizó luego americana y no las Indias, y en agradecimiento prometió visitar como peregrino los santuarios de Guadalupe, Cinta en España y de Loreto en Italia. Ignacio Manuel Altamirano, aquel entrañable escritor de “Navidad en las montañas”, proclamó “la igualdad ante la Virgen” como el último vínculo el cual nos unía en los “casos desesperados”. Pues sí, ante la imagen de la guadalupana todos nos unimos. Para Guillermo Prieto es: “Y tú, la excelsa, la de luz vestida. / Alza, oh Madre de Dios, alza triunfante / la causa de los libres, tan querida” ¿Lo notó? La libertad ancilada o regalo por intercesión de la Virgen y en especial por la Virgen de Guadalupe.
El escritor Guillermo Prieto tiene razón. Es uno de los varios papeles los cuales desarrolla la Virgen María, la Virgen de Guadalupe. En el Evangelio de Juan y al realizar su primer milagro (de tipo gastronómico), el maestro Jesucristo, usted lo sabe, convierte el agua en el mejor vino para una boda donde éste empezaba a escasear. Es cuando su mamá, la Virgen María se convierte en intercesora entre él, su hijo y los hombres (usted y yo, señor lector). Ella les dice a los allí reunidos: “Haced cuánto él les ordene…”. ¿Cuántas vírgenes hay, es la misma o es diferente? La imaginación, la fe y la piedad de los hombres la han llamado de mil modos y nombres, según el lugar donde se habita, según el calendario, según la necesidad de cada comunidad e incluso, según la climatología imperante. Es decir, por eso la conocemos como “espejo de justicia”, “sede de la sabiduría”, “rosa mística”, “salud de los afligidos y enfermos”, “madre de la tormenta y de las aguas bravas”, “faro y muro contra las torbellinos”, “puerta del cielo”, “estrella de la mañana”… sus nombres, como su belleza, no tienen fin.
LETRAS MINÚSCULAS
Fui a postrarme de rodillas a su santuario en la Ciudad de México, ante la única, la bella, la emperatriz de América, la Virgen María de Guadalupe…