Café Montaigne 139
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TEMAS
Todos acumulamos algo con el paso del tiempo y de la vida. Todos y algún día atesoramos (caso sin sentirlo ni planearlo) desde objetos (algo material) hasta historias (algo inmaterial). Coleccionistas. Somos coleccionistas. Insisto, muchas de las ocasiones dichas colecciones, inventarios, se apilan solos en nuestra vida. Conocí a una señora, madre de una buena amiga mía en Campeche, la escritora Enzia Verduchi –cuando me hospedó en su residencia en un viaje pretérito– la cual tenía una colección impresionante de campanas. Campanas de todas partes del mundo y de todo tipo de materiales. Tenía, recuerdo, dos vitrinas llenas de ellas y otra más ya casi la llenaba. En esta tenía algunas tazas y platos de delicada cerámica europea.
Hay otros humanos los cuales coleccionan fracasos: es el caso del panista Guillermo Anaya Llamas, dueño del Partido Acción Nacional en Coahuila, el cual no obstante su torpe y errático andar sigue en política y siempre con buen ranking, a pesar de llevar en sus alforjas tres derrotas consecutivas en las urnas. Puf. Hay gente la cual colecciona dinero. Para mí, es un hombre real, no un personaje, es el famoso Ebenezer Scrooge de “Cuento de Navidad” del genial Charles Dickens, el cual atesora doblones de oro y libras esterlinas en sus cuadernos de prestamista. Su avaricia (Andrés Manuel López Obrador le quiere imitar, pero no alcanza tal grado, sólo llega a una liga menor de la avaricia: el ahorro, mientras los enfermos de cáncer mueren diario) lo llevará a tener pesadillas en las noches más altas. Se salvará vía sueños terribles y fantasmas tocando en sus sienes y su pálida frente.
Estimado lector de esta tertulia sabatina de café, ¿cuál es el motivo de su colección, hay algo lo cual atesore y tenga de ello mucho, demasiado? ¿Acaso usted atesora y colecciona ediciones de “Don Quijote de la Mancha”, acaso usted colecciona autos de fórmula en miniatura, usted colecciona lámparas de lectura, tiene usted colección de tazas y platos para café…? En fin, todo es coleccionable y apilable, pero usted sabe lo siguiente o comparte esta afición, digamos, un tanto “rara”? Tengo una amiga en Monterrey la cual está enamorada de las ventanas. Colecciona ventanas. Así de sencillo. Lo mismo colecciona poemas, postales, fotografías y pedazos de ventanas arrancadas de cuajo a sus puntales en casas y residencias solariegas. ¿Usted sabía de alguien así, un humano el cual colecciona retazos de ventanas?
Ella me cuenta, lo hace desde siempre. Desde sus primeros recuerdos sobre la tierra. Tal vez por eso mi amiga tiene unos ojos enormes y bellos, para observar el mundo y sus productos desde la ventana de sus pupilas. Por estos días, he tenido un extraño sentimiento de optimismo con el presagio de la llegada inminente de la primavera. Un día cualquiera, justo cuando asomó en el horizonte un sol tibio y tímido, mi amiga la regiomontana me marcó a mi desvencijado celular y preguntó por la velocidad del viento y pidió le recordara de un poema el cual ha hecho suyo, escrito por el poeta alejandrino Konstantinos Kavafis.
ESQUINA-BAJAN
De memoria, le di dos o tres títulos. Aunque hacían mención a su tema favorito, no, ninguno era. Mi frágil memoria no retenía el título y los versos del escritor Kavafis. Era precisamente “Ventanas”, donde, desde sus “habitaciones oscuras donde vivo / pesados días” el poeta contempla con anhelo las ventanas. “Cuándo se abrirá –balbucea el poeta en su bello texto–/ una de ellas y que ha de traerme”. Remata el rapsoda egipcio, pero “esa ventana no se encuentra, o yo no sé / hallarla”.
Mi amiga regiomontana colecciona ventanas como brazaletes, blusas de encaje o cintas de directores franceses. Mi amiga colecciona poemas de ventanas como otras mujeres coleccionan joyas, amantes o besos. ¿De dónde le viene semejante afición y gusto? Sólo ella y Dios lo saben. Me ha contado de todas las referencias las cuales ella ha atesorado. Me cuenta de tragaluces ha pasto, los cuales ha encontrado en la obra de ese neoyorkino de mirada de fiera, Paul Auster. Cierto día, exultante, me contó de un libro imposible, conseguido por una bicoca en una librería anticuaria en la Ciudad de México, “Ventanas de Manhattan”, del narrador ibérico Antonio Muñoz Molina. Caray, una joya.
No lo creí. Un día y sin medir el tiempo calamitoso, el cual poco a poco se difumina tanto en Monterrey como en Saltillo, llegó con dicho libro bajo el brazo, arropado en bolso de piel. Muñoz Molina, tuerto en tierra de ciegos, ha dedicado parte de su vida a asomarse en las ventanas de Manhattan. Observa los decorados, los patios trepidantes los cuales nunca callan; observa las galerías y los cuadros allí colgados; observa, moroso, las sillas y plantas de un decorado antiguo… Otro día mi amiga llegó hablando de un aclamado pintor norteamericano, Edward Hopper (Nyack, EU, 1822-1967), el cual desde la ventana de su hotel, cafetería o auto, retrató como ningún otro el vacío existencial de los transeúntes de esta América nuestra y la emperrada desolación y desdicha de nuestras casas, calles y la ajada fachada y memoria de viviendas, rostros, ventanas, edificios y cuerpos en bandeja. La niña de las ventanas traía en sus manos un libro de estampas de este pintor, el cual vivió aquí en Saltillo y Monterrey. Lo hojeaba como si estuviese abriendo una ventana; el fulgor, la pesada melancolía de Edward Hopper nos empezó arropar aquella tarde de colores inciertos. ¿Hopper abría o cerraba las ventanas de su vida? Bien lo dice Kavafis: “…salí al balcón / salí para distraer mis pensamientos mirando / un poco la ciudad que amo…”.
LETRAS MINÚSCULAS
Mi amiga atesora ventanas en sus ojos, en lugar de apilar bolsos, zapatos de tacón o joyas. Extraña colección la suya…