Café Montaigne 157. ¿Para salir de su encierro en quién confía usted como voz autorizada para ello?
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¿Sigue usted confinado siguiendo los protocolos de aislamiento, señor lector? O bien, tal vez poco a poco usted ya sale de su ensimismamiento y asombro, y sale a pelear una guerra, una guerra donde no hay vencedores ni vencidos, sino sobrevivientes. Sólo sobrevivimos. Nos han jodido la vida, así de sencillo, el daño y tiempo perdido es irreparable. Al día de hoy, el bacilo sigue cosechando muertes. Peor que nunca. Le digo que está muy bien diseñado. Las grandes potencias mundiales saben lo que hacen y, claro, saben lo que usted y yo hacemos. No es cuestión ya de creer o no en conspiraciones (mitos aparte), es una realidad asfixiante. Y resulta también asombroso, por decirlo eufemísticamente, cómo los seres humanos han renunciado a su libertad y privacidad para ser monitoreados en “tiempo real” –charlas, palabras, documentos, movimientos y ni se diga en materia de imágenes– por la red de internet y el gran ojo censor el cual todo lo observa y lo encapsula. Hoy los cuerpos son privados y los desnudos son públicos.
Todo se comparte en segundos. El procesamiento de datos es brutal y quien mejor conoce a su pareja o su hijo no es usted, sino Internet y su red de ventas y compras. Internet (los gobiernos: pienso en China, Estados Unidos, Rusia; y las grandes corporaciones: pienso en las farmacéuticas, en los proveedores de servicios e insumos médicos) conoce a todo el mundo. Tan es así que como un moderno Moisés, aquel que trajo dando vueltas y vueltas al pueblo de Israel en el desierto por 40 años prometiéndoles su tierra sagrada otorgada por Iahvé, dando tiempo en ese lapso de que murieran los viejos y llegarán los jóvenes fuertes y vigorosos a construir una fe y comunidad nueva y fuerte, en un nuevo Éxodo, el virus chino creado en laboratorio se ha cebado (no es gratuito ni aleatorio, piénselo, medítelo) en los viejos.
El virus está muy bien planeado y diseñado. Eso de las pensiones es tanta lana que alguien la quiere para sí. Y toda. Más del 95 por ciento de los muertos en Europa son mayores de 60 años (datos de la Organización Mundial de la Salud. Voz de Hans Klug). Otro dato para que usted cuadre su puzle: en Estados Unidos, por ejemplo en Chicago, los negros son un 30 por ciento de su población, pero el 70 por ciento de los fallecidos por causa del bicho son de este grupo étnico, de esta raza. Así de sencillo y complicado lo anterior. Hay datos más crudos, que luego le daré al respecto, pero sin duda quien lo resumió perfectamente fue la alcaldesa de Chicago, Lori Lightfoot: “Esto quita la respiración”.
Caray, me he desviado mucho hoy de lo que quería platicarle, pero bueno. ¿Usted sigue confinado, ya salió de su asilamiento? ¿Para salir de su encierro en quién confía usted como voz autorizada para ello, quien diga que ya se puede salir sin problema alguno: en un médico, en un policía, en un taxista, en un locutor, en un arquitecto?
ESQUINA-BAJAN
De niño y de la mano de mi padre, año con año, asistía engalanado a los desfiles del 16 de septiembre y 20 de noviembre; el primero, aniversario de la revuelta popular mexicana en contra del mal gobierno que comandaba el dictador Porfirio Díaz, y desfile el otro en honor de nuestra Independencia mexicana en contra de los españoles. Infante con ojos desorbitados, admiraba la pulcritud y los uniformes almidonados de la milicia mexicana.
Los soldados, de paso gallardo y mirada de piedra, desfilaban, marchaban con movimiento fuerte, duro y rasposo. Los acordes de tambores y cornetas de las diferentes bandas ponían mis pelos de punta. Luego venían los policías, los cuales se vestían con sus mejores galas para la ocasión. Su tropa estaba integrada por gente de pueblo: morenos, aperlados, varones que al desempeñar dicho puesto como policía urbano encontraban en el servicio público la razón de su vida económica activa. Daban respeto y se les admiraba. Al menos eso recuerdo de mis mocedades. Ya luego hubo una época de franco deterioro institucional. Quienes cometían las peores fechorías no eran ciudadanos rencorosos, sino policías con placa y uniforme. Tenían permiso para delinquir. Por eso, y si usted recuerda, cuando empezó a bramar la guerra del narcotráfico y los grupos delincuenciales mataban policías a granel (lo siguen haciendo), nadie, nadie se conmovía por la muerte de policías. Nadie o pocos se compadecían de ellos. Su mala fama era terrible.
¿Usted a quien respeta, qué oficio o profesión admira en México hoy? Acaso la del militar, la del policía; tal vez usted respeta y admira a un médico, a un doctor, a un arquitecto; a un investigador, a un profesor, a un abogado; o tal vez usted tiene en su más alta escala de valores a un cura, a un sacerdote. Lo bien cierto es lo siguiente: según la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología, levantada por el Inegi y el Conacyt (2018), 4 de cada 10 mexicanos respetan y admiran el trabajo realizado por los cuerpos de enfermería. Incluso admiran más a los enfermeros que a los médicos (hay más de medio millón de enfermeros en México, según los datos del Inegi. De cada 100 enfermeros, 85 son mujeres). Entonces si esta admiración está asentada en encuestas verificables, ¿por qué no se ha reflejado en el mundo real en este México de pandemia? Los ataques han sido primitivos y brutales en contra de médicos y enfermeras. Los ataques se han producido en 28 de los 32 estados de la República Mexicana. Lo anterior nos retrata de cuerpo entero. Por lo anterior, se lo digo de nuevo: nunca, nunca creo en encuesta alguna. Menos ahora el votar por internet. ¡Puf!
LETRAS MINÚSCULAS
El mayor himno amoroso en admiración y respeto a un médico está en la Biblia. Si acaso no lo conoce, se lo presentaré en próximo texto.