Café Montaigne 158
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Gracias por leerme. Gracias por leer estos textos de quien esto escribe. Esta saga de folios titulada dentro de “Café Montaigne”, “Historias de la pandemia”, han sido bien recibidos por usted. Gracias, usted manda. Me han pedido más letras y claro, hay decenas, decenas de historias por contar de estos tiempos aciagos que aún hoy, nos marchitan y avinagran. Hay de todo tipo de historias y anécdotas. Hay tantas historias como humanos nos hemos movido en esta dura batalla contra el virus chino. ¿Cómo ha peleado usted la guerra, cómo le ha ido, cómo la sigue librando? ¿Sigue usted en soledad en su residencia, sigue aislado? ¿Cómo se siente hoy, cómo se ha sentido? Si acaso usted tiene alguna enfermedad la cual carga como fardo en sus espaldas, ¿le ha afectado en su aislamiento? ¿Ya se siente harto, hasta la madre de semanas o tal vez ya meses, al menos tres, de estar encerrado?
Va lo siguiente, estimado lector: haga de cuenta que usted y un buen club de amigos y amigas se unen para librar lo mejor posible esta maldita plaga. Usted junto con los suyos, son alrededor de 90 personas. Se contrata a personal de limpieza, lavandería, cocina, administración. Un total de 42 empleados como staff. Tienen un lugar, digamos, fortificado. Todo se programa: alimentos, limpieza, pagos de servicios, cocina, etcétera. Todos cumplen como los machos y aguantan. No se reciben visitas ni proveedores para no ser mordidos por el bicho diabólico. Digamos, 21 días de marzo, 30 días de abril y 6 días de mayo. Caray, un heroísmo: tiempo interminable, lerdo, apabullante y en aislamiento casi total. De admirarse. Pero, el maldito “pero” siempre existe (es la ley de Murphy, por lo demás), luego de días, semanas y meses de estar cumpliendo el asilamiento y la brutal soledad, un maldito día, todos o casi todos amanecen contagiados y mordidos por el pinche bicho asesino… ¿Qué sentimiento tendría usted, qué pensaría, usted qué haría?
Parece novela, cuento de terror. Lo es. Y esto ha pasado en diversos asilos de ancianos y centros de salud mental en México. El ejemplo funesto es el de la vecina ciudad de Monterrey; bueno, en Guadalupe, zona conurbada. Sucedió en un asilo de ancianos y la infausta noticia se dio a conocer el 5 de mayo por Manuel de la O Cavazos, secretario de Salud del Estado de Nuevo León. Tanto sacrificio… para nada. Una empleada que fue a cocinar al asilo de ancianos (Casa de Retiro Luis Elizondo), portadora del bacilo y mal diagnosticada en un centro de salud, contagió a más de 50 ancianos. Una tragedia. Pero, todos, empleados y huéspedes, quedaron aislados y la gran parte de ellos, hospitalizados. Y desgraciadamente, la edad media de dichos ancianos era de 84 años. Con lo que usted ya adivina: 40 por ciento de ellos tenían diabetes mellitus (la muerte dulce) y otros 40 por ciento tenían hipertensión: el cóctel insólito explotó.
ESQUINA-BAJAN
El llamado rey de la selva, el gran león, decían los antiguos naturalistas, dormía sin bajar los párpados. Siempre listo para la batalla y el combate, siempre vigilante. La anterior y poderosa metáfora y cuento, era tan conocido, que Sor Juana Inés de la Cruz la utilizó en su poema señero, “Primero Sueño”. Los hombres viejos como yo, casi no dormimos. En mi caso, en toda mi vida he dormido muy poco. Asaeteado por el demonio y peste del insomnio, he dormido poco desde siempre. No pocas veces duermo con los ojos abiertos. Al menos eso creo. O eso siento. Y para seguirlo diciendo con Sor Juana Inés de la Cruz, es cuando uno ve la “pavoroso sombra fugitiva.”
Al momento de redactar estas notas, ¿usted cree que estos pobres viejos, ancianos han dormido desde que se les diagnosticó ser portadores del virus chino? ¿Y sus familias? Caray, pues de eso se estaban cuidando y por eso estaban aislados, por eso estaban en soledad desde marzo. Tantos y tantos días tirados a la basura. Y ya con un costo brutal de vidas. Como en otros asilos de ancianos en el País. Y usted lo sabe, más del 80 por ciento de los contagiados y que llegan a la muerte por el maldito bacilo, son personas arriba de 60 años. Sí, como este grupo de ancianos.
¿Cuál sería su sentimiento, señor lector de estar usted involucrado, qué pensaría, cómo reaccionaría? Le repito, ya llevaban cumpliendo con su hibernación obligada, 21 días de marzo, 30 días de abril y 6 días de mayo. No poca cosa. Hay una letra segura: hemos nacido para morir. Tarde o temprano. Un verso del poeta Philippe Lowell (Puerto de Essex, Inglaterra, 1965), lo dice con una economía de palabras dignas de elogio. Por eso los poetas son santos y no sirven para nada; pero sin ellos, estamos perdidos: “¿Avivar la llama de mi vela?/ Seré un cadáver antes de la llegada de la luz del día…” La resonancia bíblica es obvia y es un eco divino: nadie puede agregar un palmo, un codo a su estatura, a su vida, si Dios no lo desea (Mateo 6:27). Pero caray, qué manera tan bárbara de padecer y morir de estos ancianos de Monterrey. Se prepararon para ello, para librar el contagio; iban cumpliendo, iban bien… hasta que todo salió mal.
¿A quién culpar?, ¿al maldito virus?, ¿a Andrés Manuel López Obrador arrodillado ante Donald Trump?, ¿al secretario de Salud, Jorge Alcocer?, ¿a la cocinera infectada y que no lo sabía?, ¿a Jaime Rodríguez?, ¿al IMSS?... Al día de hoy que redacto estas letras, van más de 30 mil muertes aceptadas directamente provocadas por el virus oriental. Una tragedia sin control por parte de AMLO y sus huestes. Agregue usted lo siguiente: México tiene al año más de 150 mil muertes por afecciones cardiacas, más de 100 mil muertes motivadas por la defunción dulce (diabetes), más de 50 mil muertes por enfermedades pulmonares (Datos del Sistema Nacional de Salud).
LETRAS MINÚSCULAS
La historia siempre se repite, es circular: brote de COVID-19 en el asilo “Las Viñas” aquí en La Hibernia. Sí, ya hay muertos…