Café Montaigne 163
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Recomendaciones médicas dictadas por el Ayuntamiento: “Aislamiento riguroso de los enfermos”. “Desinfección cuidadosa de la habitación, ropa de uso de cama y enseres domésticos”. “Prohibir salir o entrar a la ciudad sin previo reconocimiento médico y cuarentena obligatoria”. “Prohibir libre tránsito”. ¿Le suenan conocidas y reconocidas dichas recomendaciones médicas y de salud comunitaria? No, no son las que ahora casi idénticas se han publicado por decreto tanto aquí en Saltillo, como en Monclova, como en Ciudad Acuña, como en Piedras Negras como casi en Coahuila todo (sólo la región lagunera con sus habitantes tan extraños y exóticos, ciudadanos desordenados y con poca civilidad, aunque el decreto fuese publicado, jamás harían caso. Son sociedades cerradas sobre sí mismas. Los costos de la pandemia están a la vista allá). Los encargos por usted leídos son del año 1902, cuando a Mazatlán, Sinaloa, llegó la terrible “fiebre con bolas” (enfermedad con altísima fiebre y bolas en ingles y axilas). Así se le bautizó cuando nadie sabía lo que era.
Sí, señor lector, era la temible y mortal “peste bubónica”. De espanto aquello. Vea y recuerde usted la fecha de la cual estamos hablando: 1902 y el lugar de su brote y las condiciones higiénicas de aquellos lugares y tiempos, Mazatlán. Llamo su atención en lo siguiente: de los diez puntos que en ese entonces recomendó para paliar la propagación de semejante flagelo el doctor Martiniano Carvajal, es increíble que todas, casi las diez recomendaciones aún son letra viva y deberían de ponerse en práctica en territorio nacional para contener el avance demoniaco del bacilo chino.
De pestes, pandemias, flagelos y demonios sanitarios estamos hasta la madre ya, pero para luchar contra la peste y la ignorancia, nada mejor que la documentación, los libros, leer buenos libros sobre el tema. Y uno de ellos el cual llega “como anillo al dedo” (para usar la jerga del tirano de Tabasco, Andrés Manuel López Obrador) en estos momentos de indefensión y angustia, es un opúsculo del médico y escritor sampetrino, pero avecindado en Monclova desde toda su vida, Guillermo Enrique Guerra Valdés. El libro del doctor monclovense es “Breve Historia de la Salud en México. De la Colonia a Nuestros Días”.
Caray, libro de colección en edición de autor. El libro me lo ha hecho llegar el fino doctor y escritor vía la mano de su nieto, el abogado Gerardo Blanco Guerra, el Oficial Mayor del Congreso del Estado en estos tiempos difíciles de existencia. Son poco más de 95 páginas bien y pulcramente redactadas con lo básico y sustancioso lo cual se anuncia en su subtítulo: un recorrido puntual y elemental de la salud e higiene en el devenir histórico en nuestro País, amén de reseñar las epidemias más graves que han asolado al País. Su recorrido histórico termina en los periodos presidenciales de Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho (1946).
ESQUINA-BAJAN
Cuando llegaron los españoles a América a descubrirla o encontrarla, es intrascendente ya el concepto o el adjetivo para definir lo anterior: descubrimiento o encuentro de dos culturas; decía, cuando los españoles llegaron a América trajeron con ellos la cruz y la espada. Trajeron libros con olor a canela y otras especias y granos, pero también trajeron ratas, pulgas, bichos raros, cucarachas. Enfermedades contagiosas ni se diga: sarampión, viruela, tosferina, peste, difteria, gripe, rabia, sífilis, lepra, tuberculosis, fiebre amarilla… puf, el recuento da dolor y se parte el alma. Ahora bien y seamos francos: era inevitable. Era la época. No podemos ni debemos contribuir a seguir alimentando una leyenda negra de los ibéricos.
Así fue en su momento. No podemos cambiar los hechos pasados, por más que el descocado presidente de Morena que no de todos los mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, exija a los hermanos españoles un “perdón” que es absurdo al día de hoy. Derribando estatuas de Cristóbal Colón o de Hernán Cortés a lo largo y ancho de América no vamos a cambiar nada, sólo echar sal y vinagre en una herida la cual ya debería estar cicatrizada hace lustros, decenas de lustros. Y ya que nombramos al abominable Cortés, siendo capitán éste acá en nuestro País, llegó en 1520 la armada de Pánfilo de Narváez. En uno de sus navíos venía un negro, un infectado de viruela. La viruela llegaría a América y los nativos morirían como “chinches, a montones”.
El entrecomillado es una cita textual de un llamado cronista de Indias, fray Toribio de Benavente mejor conocido como “Motolinía”. Y llamo su atención en el lenguaje y redacción en la comparación que utiliza en su escrito, los indios morían como chinches, a montones. Pues sí, ellos trajeron las chinches y era lo que ellos conocían. Su metáfora se cumple y es de prosapia española nada más. Claro, también los describe de cuerpo e “inteligencia” entera. Caray, comparar a los indios con chinches. “La viruela en la Nueva España” es el primer capítulo del libro del doctor Guillermo Guerra Valdés.
Este atildado doctor, lo he escrito antes, pertenece a esa estirpe de escritores mexicanos e internacionales que han combinado a la perfección dos actividades fundamentales para el desarrollo del ser humano: la medicina y la escritura. A esta estirpe y linaje pertenecen (no en tiempo pasado, sino presente. Con sus letras y estampas, están más vivos que nunca): Mariano Azuela, Elías Nandino, Enrique González Martínez. En un plano transcontinental tenemos a Antonio Lobo Antunes, a Pío Baroja, a la legión rusa integrada por Anton Chejov, Mijail Bulgakov; Louis-Ferdinand Céline, Arthur Conan Doyle…
LETRAS MINÚSCULAS
Sin faltar en esta lista, ese estudiante eterno de medicina, suicida él y saltillense de abolengo, Manuel Acuña. Segunda parte el próximo sábado en esta tertulia de “Café Montaigne”.