Café Montaigne 179
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¿Cuándo dejar de leer ficción? No lo sé. Hay pros y contras en lo anterior. De repente sucede con los lectores profesionales, digamos así, aunque suena pretencioso claro, como éstos han tenido una buena vida de lecturas, llega un momento en el abordaje de cuentos y novelas al momento de tenerlos en las manos, estos ya no “saben”, ya no entretienen, ni hacen meditar, reflexionar y tampoco generan placer. Es decir, si tenemos cinco sentidos (vista, oído, olfato, gusto y tacto) exteriores, también tenemos sentidos interiores, para decirlo con San Juan de la Cruz, el poeta y místico. Estos sentidos internos son la imaginativa (imaginación) y fantasía. La imaginación nos permite “volver a ver” y sentir dentro de nosotros: la música, los olores, los sabores… la fantasía nos permite combinar, ajustar y acomodar conjuntamente y dentro de nosotros, las diferentes imágenes convocadas. Entran en juego y también, eso llamado “pasiones”. También podemos llamarles apetitos. El coctel está listo: los cinco sentidos y los sentidos internos arriba deletreados.
Cuando usted lee una novela como “El perfume” de Patrick Suskind, y debido a la excelente prosa la cual nutre a esta ficción, no pocos lectores han “olido”, afirman de haber olido los diferentes aromas y esencias a las cuales se hace referencia en esta portentosa novela. Pero así como esta obra de ficción nos proporciona elementos (mediante la lectura) de nuestros sentidos internos los cuales ya luego se aparecen como sentidos externos, hay otro tipo de sentidos, pasiones, estímulos y cualidades los cuales nos llegan arropados en otras letras y en otros autores. Es decir, si usted lee la alta poesía mística de San Juan de la Cruz o Concha Urquiza, aquí entre nosotros en México, lo más probable como lector, es de su experiencia de cierto tipo de pasiones: gozo, esperanza, dolor, temor, todo emparentado con Dios el Altísimo.
Pero igual, al leer cierto tipo de letras de ficción, como la poesía, la buena poesía de Octavio Paz, Ramón López Velarde, Amado Nervo, Seamus Heaney, Antonio de Galicia y Rivera, T.S. Eliot… nos enfrentamos con lo mismo: no el encontrar a Dios como en los versos del carmelita, sino encontrar las pulsaciones del cuerpo y el alma (resabio platónico). Las sensaciones y sentimientos afloran. Lea usted el texto, un haikú en triángulo isósceles clásico con medida de 5-8-5 de Antonio de Galicia. El texto se llama “Escritura”: “Vara en la arena/ deletreo torpemente:/ sí, aquí yazgo.” ¿Cuáles son sus reminiscencias, a dónde se fue volando usted con semejante poema, señor lector? Sí, es un ejercicio de aproximación y relectura de Jesucristo en aquel mítico pasaje en los Evangelios. Claro, usted lo recuerda. ¿No es así? aquí lo vamos a recordar.
ESQUINA-BAJAN
El más grande y bendito ágrafo de todos los tiempos es Jesús, el Cristo. Jesucristo, el maestro. El otro, todo mundo lo sabe, es Sócrates. Jesucristo no dejó nada por escrito de puño y letra. ¿El motivo? Nunca lo sabremos. En alguna clase de Teología con ese viejo sabio y gruñón, ese hombre de Dios con voz de trueno, don Antonio Usabiaga Guevara –siempre añorado, siempre recordado y claro, cuánta falta le hace a este pueblo para equilibrar la ignorancia con sus siempre incendiarias homilías–, este alumno le preguntó si Jesucristo sabía leer y escribir…
Pregunta ingenua y torpe, pero nada menor, la cual don Antonio Usabiaga despachó con clase, erudición y datos los cuales son de sobra conocidos por los lectores enfermos y obcecados: ¿Jesucristo sabía leer y escribir? Sí. En el Evangelio de Juan, en el capítulo 8, versículos 5 al 11, específicamente en el episodio el cual se refiere a “la mujer adúltera”, se lee textual: “… Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.” Más adelante, en otro verso se vuelve a leer: “Inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.” Jesucristo escribía en la arena. En otro pasaje se dice, escribía con una “vara.” Lea entonces de nuevo el haikú del escritor Antonio de Galicia: “Vara en la arena/ deletreo torpemente:/ sí, aquí yazgo.” Vea entonces usted como tres versos poderosos nos han detonado toda su genealogía y urdimbre al respecto. El verso de Galicia y Rivera, ¿es ficción pura? ¿Cuándo deja de leer ficción? ¿Es mejor leer libros de historia, biografías, ensayos eruditos o dejar de lado lo anterior para enfrentar la poesía como la de Galicia y Rivera, la de Octavio Paz?
¿Hay una edad especial y plena para leer novelas y hay o debe de haber una edad para dejarlas de lado? Para un ibérico, el gran Joseph Pla en un libro de notas, borradores, escritos al margen y todo eso lo cual rodea a uno cuando está pergeñando líneas no en la arena, sino en libretas y en las costuras de los libros ajenos, se lee lo siguiente: “Considero que un hombre que después de los 40 años todavía lee novelas es un puro cretino”. Caray, a mis 55 años leo aún novelas y pues sí, en la taxonomía de Pla, soy un cretino. Ni más ni menos. Pero avanzamos: si Antonio de Galicia nos posibilitó explorar con apenas tres líneas de su poema toda una genealogía de la escritura al volver a Jesucristo escribiendo en la arena, pues es necesario citar a Michel de Montaigne el cual escribía con plumas de ganso; Javier Marías lo hacía en una Olympia Carrera de Luxe; el norteamericano Philip Roth, ahora lo hace en un ordenador personal y desde los años noventa del siglo pasado. Pero por mucho tiempo, toda su vida, antes de la llegada del artilugio electrónico, Roth escribía en una sólida máquina de escribir, la cual era como “un cañón, grande, negra, inamovible”, según nos cuenta la reportera Andrea Aguilar.
De estos golpes de martillo, el autor de “Pastoral americana” cambió a una Olivetti portátil y por insistencia de sus amigos, dejaría tinta y papel y mudaría hábitos a un ordenador personal.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Dejar de leer poesía y novelas y cuentos? Vamos iniciando este asedio.