Café Montaigne 81
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Nota aclaratoria: los duendes de mi computadora me jugaron una charada. Los hados de la ciber-tecnología metieron el dedo y por error mío, este texto, “Café Montaigne 81”, debió de ser el primero la semana pasada del díptico el cual hoy se cumple. Aunque, cada texto es redondo en sí mismo. Vale pues la aclaración, espero lo disfrute y si gusta, relea luego de éste, el anterior.
De ultramar, me llegó vía paquetería, una antología de poemas y de poetas, tan extraña como perturbadora. Apenas la abrí y otee sus páginas, sentí un calosfrío recorrer mi lengua, mis manos y mi cuerpo todo. De hecho, escapó dos veces de mis manos. Parecía tener vida propia el libro empastado a la usanza antigua, intonso y envuelto en piel de becerro. El volumen de regular tamaño escapó de mis manos dos ocasiones. Fue como derramar tinta de mi pocillo, cuando me pongo a pergeñar mis mal medidos poemas y los transcribo con mi caligrafía temblorosa en papel italiano de regular calidad (Fabreano, se llama). Dos veces el volumen cayó de mis manos. Fue sin temor a equivocarme, aquella famosa enfermedad de gente la cual amamos el arte, y amamos tanto al arte, a la literatura, a cualquier manifestación artística, la cual literalmente nos enferma y nos deja postrados en cama no poco tiempo. El famoso y terrible “Síndrome de Stendhal”; ese espasmo, esa turbación, ese cosquilleo el cual termina en una pasión nada sana y nos lleva al desmayo total, cuando somos perturbados a tal grado por una obra de arte.
Esto y no otra cosa me ha sucedió al leer la antología de textos “Hijos de la sombra oscura”, libro con selección, prólogo y notas de Phillipe Lowell, un crítico y lector inglés de vocación navegante, tan ácido, como exigente es en sus lecturas seleccionadas. El libro es publicado por Mandrágora Editores en su edición para lengua española. Lengua española entendida con circulación en España. Ignoro si el volumen ya está disponible en librerías de la ciudad de México. De entrada, el título es harto sintomático y mueve a reflexión: tres palabras y dos artículos los cuales abren y cierran lejanías y sin contradicción de por medio. ¿Hay sombras claras? Para decirlo con el oxímoron harto conocido de Octavio Paz. Trastorna el remache, el remarcar la huella y el carácter noctívago y pesaroso de estos hijos aquí reunidos: “sombra oscura”, dice en su título el antologador. Reniego entonces de esta sombra, la cual pasa cantando embozada.
¿Luz sobre la belleza oscura? No lo sé. El texto, la antología de poetas y de poemas insisto, es un rugido de una fiera herida de muerte ante la caída de la noche espesa y cerrada. Sabe entonces, de su destino final: echada la fiera en cualquier triste matorral como mudo camuflaje, será devorada por los animales carniceros los cuales se alimentan de carroña viva, despojos de una bestia, de un robusto y espléndido animal el cual, ya no puede ni tiene ánimos de emprender una batalla más. La batalla por su vida misma. A esta sangre ya olfateada por los depredadores nocturnos (insomnio, angustia, depresión, tristeza) me huele esta antología de textos preñados de desasosiego, ictericia y espanto.
ESQUINA-BAJAN
“Hijos de la sombra oscura” es su título. Aquí, la sombra no es sólo un vago y triste tizón, sino nombre propio y alto, con su fiel escudero armado, la oscuridad, la cual refleja el apellido y eco de estas tinieblas, estos hijos señalados con una cruz –la melancolía hoy para nosotros, la terrible ictericia del siglo XV– tatuada en la frente, como un miércoles de ceniza eterno, perenne. El título tiene eco y creo, lo ha dejado ver el tuerto marinero inglés Phillipe Lowell (Puerto de Essex, Inglaterra, 1965), está fundado su título en unos viejos y apolillados versos de un malogrado poeta mexicano del cual ya nadie habla. En su momento, tampoco hablaron mucho de él: Rafael Vega Albela (se suicidó en marzo de 1940).
El viejo tuerto de Lowell, quien traduce del español y francés, siendo su lengua materna el inglés, ha rescatado del olvido a este poeta, entrañable amigo de Octavio Paz, quien publicó sus (pocos) textos en la revista “Taller.” De la brevedad, lo excelso. Lowell imagino, buceó en todas las revistas de la época (publicadas en facsimilar creo recordar, para la editorial Fondo Cultura Económica) y selecciona los siguientes versos del hijo de la lobreguez tenebrosa, Vega Albela: “Ya no te busco, sueño,/ sino a la muerte oscura…/ pues para vivir dolido/ sobra el llanto/ y para morir sin duelo/ basta el sueño.” Sombra oscura es muerte oscura. Y lo anterior me ha remitido al siguiente parágrafo perturbador de la Biblia: “La luz en las tinieblas resplandece,/ pero las tinieblas no prevalecerán.” Dice el evangelista Juan.
Para desgracia y desdicha de todos, aquí las tinieblas son legión y ganan la partida. Siempre van a ganar. ¿Tiene la poesía poderes de salvación? No lo sé. En este caso y para mí, absolutamente no. Hay un sabor nefando a dolor, derrota y tempestad en esta selección amplia y generosa de poetas hijos de la sombra negra. ¿Cómo es el mundo moderno, el actual, el contemporáneo? Pues como siempre lo ha sido: un mundo cruel, acechado por la desdicha eterna de sus habitantes, los ciudadanos los cuales deambulan con su pequeña muerte bajo el brazo, apretados en el transporte colectivo; acodados en los bares y cafetines de poca monta, en clubs y tugurios para hombres solos donde se intercambian billetes cochambrosos por caricias fingidas de hembras en celo, a las cuales les escurre el maquillaje barato de sus ojos enromes y tristes. Este mundo dijo alguna vez Arthur Rimbaud, era el “infierno.” Para T.S. Eliot, engullido por el cristianismo, su flagelo es el mismo de Rimbaud, pero llevado al extremo de la palabra: es el “purgatorio”. No importa el nombre, sino dónde anida: en nuestros huesos.
LETRAS MINÚSCULAS
Libro harto perturbador.