Café Montaigne 91
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Hace algunos años, buscando un viejo volumen de Baltasar Gracián, di con uno de Mariano José de Larra (España, 1809-1837). Escribió dramaturgia y novela, pero paradójicamente, lo considerado como arte efímero, como lo son las columnas periodísticas, son al día de hoy lo cual lo tiene con su nombre tatuado con letras en la inmortalidad. No arte efímero, sino arte definitivo, para decirlo con las palabras de uno de sus lectores más devotos: nada menos el mismísimo Azorín.
Buscando a Gracián y su “Oráculo manual”, di con Mariano José de Larra y sus “Artículos de costumbres”. Para el comentario y confeccionamiento de este perfil, de esta charla sabatina con usted, sigo la edición de la editorial Espasa-Calpe Argentina de 1942. La antología fue preparada por Azorín con prólogo de él mismo, en noviembre de 1941. El libro está empastado a la usanza holandesa con costillas bordadas en oro, papel pergamino y caracteres tipográficos de Borgoña.
Vida fugaz y meteórica. Mariano José de Larra vive menos de tres décadas. A los 28 años ya está muerto y ya había redactado suficientes artículos, ensayos, poemas, una novela y un drama, para pasar a la historia y al día de hoy, ser perfectamente moderno. En este año, 2019, se cumplen 210 años de su nacimiento. Mariano José de Larra firmaba como “El duende”, “Juan Pérez de Munguía” y finalmente, el seudónimo el cual lo hizo célebre, “Fígaro.” Pluma como escalpelo, lo era. Se le admiraba, pero más se le temía. En voz de Azorín, “la prosa de Larra es limpia, clara, sin rezumos pedantescos…” Larra maneja la ironía con suficiencia y donaire. Nadie escapa al bisturí del “Fígaro”. Lo mismo reseña una puesta teatral, una novedad literaria o retrata fielmente el mundo político y social de la época, a los cual hoy le llamamos el “costumbrismo”.
Marcado más por el padre y no por la madre (como este escritor el cual lo platicó en la charla del sábado pasado), una especie de Juan Rulfo ibérico, la infancia vivida en Francia lo haría olvidar el castellano y de vuelta a su patria, se olvidaría del francés. Escribe y corrige en ambos idiomas, pero su apuesta por el castellano lo llevaría a la inmortalidad. Pero, no todo fue miel sobre frutas frescas. El eminente crítico, Menéndez y Pelayo, dijo en su momento: “Fígaro es inferior, como costumbrista, no sólo a Estébanez Calderón, sino hasta al insulso y agarbanzado Mesonero Romanos”. Benito Pérez Galdón le endereza también un dardo casi letal: “Era un muchacho que hacía malos versos y no muy buena prosa”. Las opiniones son contradictorias, volvamos a Azorín: “La juventud actual ama a Larra cada vez más; repara la injusticia de los años pasados y la injusticia de las cosas. ¡Fígaro resucita!”.
ESQUINA-BAJAN
Leopoldo Alas, Clarín, por su parte dice: “Fígaro es el primer escritor de su tiempo; veía horizontes que sus contemporáneos no columbraban siquiera”. Siguen dos líneas de Juan Valera: “Conviene hablar de un autor que, a más de poeta lírico y dramático, fue crítico eminente.” Don Mariano José de Larra no deja jamás títere con cabeza. De manera irónica, con la pluma satírica de la cual hace gala, pero con el sustantivo y el adjetivo perfecto, se inmiscuye en todos los estratos de la sociedad ibérica y a todos critica y contra todo mantiene una opinión punzante. Escribe el esteta español: “Justa cosa es que los hombres, que desean aventajarse a los demás vivientes, procuren con el mayor empeño no pasar la vida en silencio como las bestias, a quienes la naturaleza crió inclinadas a la tierra...” ¿Lo notó estimado lector y contertulio? Sí, es aplicable ahora a las generaciones de jóvenes los cuales imitan a las reses: miran al piso, no al cielo. Sólo ven su pantalla plana.
Otro español, Andrés Trapiello, nos regala la siguiente perla: “el único delito más grave que la deserción es la neutralidad”. Y Larra fue todo, menos neutral. Y esta pasión, esta apuesta de vida fue finalmente el motivo de aspirarlo hasta la tumba. Una y otra vez regresa una pregunta con un fuerte tufo de moralina, una y otra vez y con el paso de los años, regresa la misma y ubicua pregunta de siempre, vestida con otros ropajes: en países necesitados y urgidos de líderes e intelectuales emblemáticos, cuando estos nacen y cargan sobre sus hombres con la sociedad, el gobierno e incluso la guerra misma: ¿cuál es el papel del intelectual en todo esto?
Preso de un frenesí amoroso mal correspondido, romántico de corazón, melancólico de humor y entregado a la superstición por fe y vocación, en una noche fría y lluviosa del 13 de febrero de 1837, luego de un fugaz encuentro con su amante, Dolores Armijo, casada ella, lejos de hacer las paces y volver a retomar su relación, ella rompió con los amores los cuales eran un cotilleo en Madrid y le exigió su correspondencia. En su casa, luego del fugaz encuentro, el columnista abatido, aunque adinerado, con vasta influencia en la sociedad, leído y temido por casi todos, se descerrajó un tiro con su pistola. El cadáver fue encontrado por su hija Adela, cuando fue a la habitación del escritor a desearle las buenas noches. Terminaba la vida terrena de Mariano José de Larra y empezaba su leyenda. Su hija Adela tenía apenas 6 años. Don Mariano no llegó a cumplir los 28 años. Le faltaron 39 días para alcanzar la fecha de su nacimiento. José de Larra los cumpliría el 24 de marzo. Fecha fatídica, igual el número 13: numerología la cual le acosaba. Romántico, su suicidio sacudió a la sociedad española del siglo XIX.
LETRAS MINÚSCULAS
Aún hoy, su disparo tiene eco en la eternidad. 210 años del maestro Mariano José de Larra.