Café Montaigne 92
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Caray, Dios me ama y como Dios me cumple mis antojos en materia musical para seguir viviendo, he ido a disfrutar a Apocalyptica todas las ocasiones en las cuales han tocado en México
Es mi pasión, mi vida misma. Es la música. Ignoro si pudiese prescindir de un buen vino y un buen queso –nunca lo he intentado, ni quiero–. Pero si acaso un día no puedo tomar ni un buen vino tinto ni probar un buen queso, tal vez lo pudiese superar. Ignoro si pudiese estar sin leer un buen libro de poesía en meses o años, nunca lo he intentado ni quiero intentarlo. Pero si acaso se presente en mi vida, creo poder superarlo. Pero, de lo cual estoy seguro es una cosa: sin música, sería imposible vivir. No en mi caso. Sin música en mi vida es imposible y no tiene motivo seguir existiendo.
Sé pocas cosas sobre la música, de hecho, mis filias y fobias en este aspecto se pueden reducir –como la vida misma– a un lacónico y evasivo: “me gusta o no me gusta.” Ignoro muchas cosas sobre música y músicos, lo único bien cierto es algo sencillo, la música ha cambiado mi vida y de acuerdo con el filósofo y pesimista rumano, E. M. Cioran, comparto su opinión lapidaria: la música es el único arte verdadero de la existencia. Una atribución más sobre este arte verdadero. La anécdota está íntegra en ese libro portentoso “Vivir para contarla”, esa novela-biografía del monstruo de Aracataca, Gabriel García Márquez. El Gabo cuenta lo siguiente: en México, entre 1965 y 1966, mientras escribía “Cien años de soledad”, sólo tenía dos discos los cuales se gastaron de tanto ser oídos: los “Preludios” de Debussy y “Qué noche la de aquel día”, de los Beatles. “Más tarde –cuenta García Márquez– cuando por fin tuve en Barcelona casi tantos (discos) como siempre quise, me pareció demasiado convencional la clasificación alfabética, y adopté para mi comodidad privada el orden por instrumentos: el chelo, que es mi favorito, de Vivaldi a Brahms; el violín desde Corelli hasta Schonberg; el clave y el piano, de Bach a Bartok. Hasta descubrir el milagro de que todo lo que suena es música, incluidos los platos y los cubiertos en el lavadero, siempre que cumplan la ilusión de indicarnos por dónde va la vida.”
Del amplio espectro de la música clásica, escojo hoy dos parcelas por elección y gusto, no por clasificación o condena. Al igual al maestro Nobel colombiano, y con las distancias sanas del caso, el instrumento el cual me seduce todo el día, es el violonchelo (cello en inglés); y dentro de estas apetencias, prefiero la música barroca, específicamente las cuerdas. Pero, no puedo dejar de escuchar un buen violín. Escucho y no me canso de deleitarme con discos fundamentales, los cuales me dan la posibilidad de tener ritmo, agarrar eso de jóvenes lo cual le espetábamos a nuestros padres: agarrar la onda, la teoría ondulatoria de ritmo, tono y medida. Uno de estos discos fundamentales es la caja de “The cello suites” de Johannes S. Bach, grabadas por el genio chino-francés-norteamericano Yo-Yo Ma y claro, usted lo sabe si me ha leído con frecuencia, la colección completa de discos del grupo finlandés de chelistas, Apocalyptica.
ESQUINA BAJAN
Caray, Dios me ama y como Dios me cumple mis antojos en materia musical para seguir viviendo, he ido a disfrutar a Apocalyptica todas las ocasiones en las cuales han tocado en México (Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey). Ellos y nadie más, fueron los primeros en fundir (refundición, podría ser el término intelectual de esto) el heavy metal con la música llamada clásica. Hoy, hay varias agrupaciones y ejecutantes alrededor del mundo con tal variedad, los cuales se han posicionado como los mejores ejecutantes de eso llamado en inglés, “crossover.” Insisto, hay agrupaciones, duetos y solistas de varias partes del mundo. Y usted lo sabe mejor: las fronteras de los géneros musicales, como las fronteras de los géneros periodísticos o de literatura, se han abolido desde hace mucho tiempo a la fecha. Y de hecho, todo influye en todo. El gran pintor Vasily Kandisnky tenía su motivo de inspiración para su pintura, en la obra del músico Richard Wagner.
Gabriel García Márquez cuenta en sus memorias de haber encontrado a dos músicos catalanes “jóvenes y acuciosos” los cuales habían descubierto afinidades sorprendentes entre “El otoño del patriarca”, la sexta novela del Gabo, y el “Tercer concierto para piano” de Béla Bartok. Es cierto, lo escuchaba sin misericordia –dice en sus memorias el colombiano al cual todos amamos y releemos con pasión– mientras escribía, “porque me creaba un estado de ánimo muy especial y un poco extraño, pero nunca pensé que hubiera podido influirme hasta el punto de que se notara en mi escritura.” Ya luego, él mismo Santo de Aracataca, García Márquez dice de haber cambiado a Federico Chopin para los episodios reposados y los sextetos de Brahms para las tardes felices. ¡Caray con su lectura musical!
Yo tengo años escuchando al grupo finlandés Apocalyptica, trío (primero fue cuarteto) de chelistas los cuales estudiaron poco más de diez años música clásica en la prestigiada Sibelius Academy in Helsinki para graduarse de una forma sui géneris: amantes del rock metalero, interpretarían al poderoso grupo Metallica en sus cellos. El resultado fue deslumbrante. Y como enamoró a todo el mundo, hoy varios músicos y agrupaciones han seguido sus pasos. Entre ellos, un alemán virtuoso como pocos, David Garrett, al cual fui a ver y escuchar con su violín, a la Arena Monterrey en único concierto ofrecido el miércoles 7 de noviembre del año pasado en la ciudad de Monterrey, N. L. un deslumbramiento para los sentidos. Músicos, agrupaciones y conciertos los cuales para desgracia de todos, nunca van a llegar a este Estado.
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Continuará la próxima semana