Café Montaigne 96
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TEMAS
Escribo estas líneas en primavera. Cualquier día de la primavera pero, por el calor sofocante, parece verano. Saltillo ya no es lo de antes. El cambio climático tan sobado es una realidad de huella de gigante. Cambiaron los vientos, las estaciones: cambiaron los tiempos del calor y del estío, cambiaron los inviernos y su ventisca. Hoy un calor sopla como fuego en nuestro cuello y oídos, y la bestia del infierno resopla con baba llameante. De hecho, ya sólo hay dos estaciones fijas: el calor y un incipiente invierno. Al menos aquí y en esta parte del mundo. Escribo estas notas en primavera. Parece ya lo más rudo del verano. Es mediodía y he dejado de tomar mi café amargo. Por la mañana me dan ganas de vivir con él. Por la tarde y a partir del mediodía es imposible beberlo y soportarlo. Me he decantado entonces por llenar un vaso con una buena medida de “Jack Daniels”, par de hielos y algo de agua mineral. Sólo eso. Me refresca el gaznate.
Usted lo sabe, no me gusta el calor, no me gusta el verano. Abomino del calor cuando éste pasa cantando. Desde el uso de mi razón y memoria, desde mi infancia temprana, no me gusta el calor. Nunca me ha gustado. Su pegajosa humedad embota mis sentidos y el remolino de moscas, insectos y bichos los cuales aquí y en esta estación son incubados por miles, revolotean no sólo sobre mi cabeza y mis ojos, sino sobre mis ideas y reniego del sudor escurriendo lento en mi cuerpo. Maldigo el calor cuando éste llega y se estaciona en mi residencia. No soy el único en renegar del calor y su enjambre de mosquitos. No he sido el único. El escritor polaco, quien vivió un largo tiempo en Argentina, Witold Gombrowicz (Polonia 1904-1969), un escritor tan raro como inclasificable. Según Enrique Vila-Matas, fue dueño de una prosa “oscura, sonámbula y extravagante”.
Gombrowicz es autor de una celebrada novela: “Ferdydurke” (1937), de la cual sólo he leído fragmentos extensos en la red de redes llamada internet, por no encontrarla disponible en el mercado editorial. Son igual de celebrados textos suyos como “Recuerdos de Polonia”, “Diario Argentino” y “Peregrinaciones Argentinas”. Cito un fragmento extenso de “Ferdydurke”, en el cual el narrador se queja de lo mismo, lo cual lastima y molesta a este servidor: “¿No ocurre acaso que cualquier llamada telefónica o cualquier mosca pueden distraer al lector de la lectura justamente en ese supremo momento en que todas las partes y tramas se juntan en la unidad de la solución final? ¿Y si en ese momento entrase, digamos, su hermano y dijese algo? La noble labor del escritor se echa a perder a causa de una mosca, un hermano o un teléfono. ¡Oh, malas mosquitas!...”.
ESQUINA-BAJAN
La plaga de moscas y moscardones nos azota a los literatos. La disquisición plañidera de Gombrowicz me hizo recordar el mismo tema tratado por Francis Scott Fitzgerald en su mítico “Crack-Up”. Justo cuando el sueño llega en la noche más alta, se presenta el vuelo del mosquito, su zumbido letal y su milimétrico planear sobre territorio ajeno. Adviene entonces la desesperación, la sordidez y la costumbre de lo semitrágico lo cual siempre está emparentado con lo ridículo. Escribe Fitzgerald: “Es asombroso lo malo que puede llegar a ser un mosquito, mucho peor que un enjambre… un mosquito adquiere personalidad: la odiosa, siniestra categoría de la lucha a muerte”. Nada más. Nada menos, lector. El mosco resuena en nuestro oído como un helicóptero artillado y es imposible matarlo cuando el cansancio, el maldito calor, el sudor, el malhumor y el insomnio aprietan. Se puede sobrevivir dignamente al frío, pero no al calor.
Una mosca nos puede derrotar. Puede uno e incluso pedir perdón a los dioses más altos cuando uno de estos insectos nos hace la vida imposible en 24 horas, tiempo el cual dura su ingrata vida. Uno termina devastado, derrotado. ¿Puede uno entonces convertir este tormento, este delirio del calor y sus insectos, en una enseñanza de vida? Sí, cuando este tipo de historias y anécdotas están en voz y posesión de un hombre de tal genio y carácter como Francis S. Fitzgerald. En una de las cartas enviadas a su hija, Scottie, la cual relativamente hace poco tiempo ha sido traducida, el gran Fitzgerald le enumera una serie de cosas de las cuales debe de preocuparse y otras las cuales son intrascendentes. Escribe el autor de “El Gran Gatsby”: “Preocúpate del coraje, de la higiene, de la eficacia, de la equitación… No te preocupes por la opinión de los demás, por las muñecas. Por el pasado, por el futuro, por hacerte mayor, por alguien te supere, por el triunfo, por el fracaso, por los mosquitos, por las moscas, por los insectos en general, por los padres…”. Fácil y rápido escribirlo, pero en vida no pocas veces en sus epístolas y en su obra misma, Francis S. Fitzgerald padecería el calor y los moscos como una plaga devastadora e imparable.
Hay un poeta polaco del siglo pasado, Jaroslaw Iwaszkiewicz, el cual no fue inmune a esta plaga llamada moscas e insectos. ¿Vale más una mosca, un gusano a un caballo en el medio rural o un perro el cual nos ha acompañado una buena parte de nuestra vida? Leamos al escritor en algunos fragmentos: “El poeta dice: / mujer, ¿no ves estas dos moscas inmóviles / sobre la repisa de la ventana / matadas con el insecticida? / No valen más para el universo / que nuestro queridos perros / muertos que yacen bajo esta piedra…”. La creación es única y, si somos creyentes, todos valemos igual a ojos del Altísimo. Pero, una mosca, un insecto siempre será motivo de recelo en esta época de calor sofocante, el cual no deja hueso sano.
LETRAS MINÚSCULAS
Tengo un abanico de pedestal. Por un momento ahuyenta a las moscas, las cuales llegaron sin invitación. Pero el aire me molesta, lastima mis ojos. Esta guerra apenas inicia. Tres textos más para ensayar la relación de moscas, insectos, bichos, calor demencial y literatura.