Callejones saltillenses
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El Saltillo viejo tiene callejones que se formaron junto con las primeras casas, levantadas en hileras respetando el libre paso del curso natural de las aguas que bajan desde los lomeríos del sur. Así se fueron formando las calles y callejuelas, muchas retorcidas porque siguieron el cauce de los arroyos.
Algunas pocas veces caen fuertes aguaceros en Saltillo. Según los registros, el cielo solía ser en otros tiempos más benigno con la región y los negros nubarrones dejaban caer frecuentemente sus aguas sobre las sedientas tierras saltillenses en tal cantidad que los arroyos se desbordaban y sus impetuosas aguas se precipitaban con fuerza llevándose cuanto encontraban en el camino. Hoy sucede de vez en cuando, y cuando pasa el agua anega de lado a lado las empinadas calles del centro y en poco tiempo quedan desocupadas.
Aquí el sur es “arriba” y el norte es “abajo”. Allá arriba, en los barrios de Santa Anita, Ojo de Agua, Águila de Oro y el antiguo de Guanajuato, quedaron los callejones más empinados, con sus banquetas hechas de tramos de escalones y su fisonomía original. Ahí se ubican el callejón de Altamira, el del Beso, el de la Llorona, el de Miraflores, el del Humo, el de la Delgadina. El corazón de la ciudad también tiene los suyos: dos al costado norte de la Catedral, el de Santos Rojo, antes llamado de la Pulmonía, y el llamado del Truco; y de oriente a poniente el callejón Cinco de Mayo que corre de las calles de Allende a Hidalgo. El lado poniente también tiene el muy conocido callejón del Diablo en el tramo norte de la calle Cuauhtémoc, y en el lado oriente, ya en la parte norte de la ciudad se ubica el callejón del Oso. La mayoría tiene nombres íntimamente ligados a algún personaje que habitó en la callejuela o a un sucedido que ahí tuvo lugar, y en otros el origen del nombre reside en leyendas de aparecidos y viejas consejas populares conservadas por la tradición.
Todas las ciudades con antigüedad de al menos 300 años tienen su callejón del Beso. Saltillo también, y la tradición cuenta que su estrechez permitía el paso únicamente de una persona y que cada noche se veía obstruido por tres galanes que platicaban con tres bellas damitas asomadas a las ventanas en las que se hacían las amorosas entrevistas rejas de por medio. Una romántica historia de amor, a diferencia de otras que le dieron nombres a los callejones y que entrañan tragedias surgidas de la pasión y los celos, o que remiten a historias espeluznantes de aparecidos y fantasmas. Atendiendo al sentimiento nacionalista, surgido con la República Restaurada, las autoridades decidieron cambiar algunos de esos antiguos y encantadores nombres de los callejones por otros de personajes que se distinguieron en una acción militar o un episodio de la vida estatal o nacional.
Es el caso del antiguo callejón del Truco, que hoy lleva el nombre de Ildefonso Vázquez y corre de oriente a poniente entre Hidalgo y Bravo, una cuadra abajo de la Catedral. El callejón se llamaba así porque en las primeras décadas del siglo 19, a la hora de las Ánimas, se instalaba en el lugar en que hace esquina con Hidalgo un pastelero francés con un brasero sobre el cual ponía una vasija de barro. De aquel misterioso artefacto, a manera de horno, salían unos deliciosos pastelillos que vendía calientitos, recién horneados. El pregón del pastelero los anunciaba: “Pasen, marchantes, pasen; aquí hay ricos pasteles y trucos a cinco por un real”. El truco no era la vasija sino el arte del pastelero, que ponía al fuego un simple tubo de harina y de la tinaja salía, como por acto de magia, un pastelillo relleno de una asombrosa mermelada de frutas. Ese era el truco que le dio su antiguo nombre al callejón ahora de Ildefonso Vázquez.