Cambiar conservando
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Desde el Maniqueísmo de los persas se subrayan las dualidades.
Los binomios de contraposición. En esa escuela aceptaban un dios bueno y otro malo. El bueno era autor de todo lo espiritual y el malo de todo lo material. Agustín de Hipona, el santo de genio e intuición africana, desenmascaró sus contradicciones y señaló el mal sin entidad, solo como carencia de bien. Como la oscuridad es carencia de luz. Como la muerte es carencia de vida y la mentira carencia de verdad.
La tendencia polémica de la humanidad necesita al adversario. El pro busca al contra para justificar su posición. Así se multiplican las tensiones entre polos opuestos. El creyente y el agnóstico, el socialista y el capitalista, el de izquierda y el de derecha. Los monárquicos y los demócratas, los teóricos y los prácticos, los nacionalistas y los malinchistas, los ricos y los pobres, los privilegiados y los marginados, los migrantes y los residentes, los críticos y los participantes, los heterófilos y los homófobos, los blancos y los negros, los jóvenes y los viejos, los sanos y los enfermos, los cuerdos y los enloquecidos, los conservadores y los liberales...
El único cambio valioso es el que conserva lo esencial. La única conservación virtuosa es la que cambia en lo accidental. Se conservan la vida, la verdad, la justicia y la honradez, la libertad y el amor. Solo así es posible el cambio auténtico de la adaptación que solo reforma para transformar lo pésimo en bueno y lo bueno en mejor, en camino a la excelencia.
Todo lo que es valioso integra lo conservador y lo liberal. No como inmovilidad con atropellamiento, no como regresión con aceleración sin rumbo, acelerando mucho sin tocar el volante. La conservación liberal, como la liberalidad conservadora aumentarían la velocidad sin perder la dirección. Ni pura liberalidad ni pura conservación. El mejor liberal es el que conserva lo valioso en todos los cambios, sin dispersión o apresuramiento. El mejor conservador es el que descubre y defiende lo constitutivo sin cerrarse a toda novedad de avance.
La rienda y la espuela se necesitan recíprocamente. En el viaje social son aceptables y encomiables las dos voces en su momento apropiado: la que dice: ¡adelante! y la que, viendo los baches del camino y las terracerías, grita oportunamente: ¡no tan aprisa!
Lo que es distinto no necesariamente ha de ser opuesto ni mucho menos separado. El liberal necesita al conservador y el conservador al liberal, no para excluirse sino para integrarse. Cambiar conservando y conservar cambiando dan equilibrio justo que multiplica los aciertos en lo personal, en lo familiar, en lo social y en lo político,
Querer conservar la corrupción acentuándola es tan grave como buscar cambiar la honestidad anulándola. Los conflictos inevitables se pueden manejar sabiamente. Pueden aprovecharse las tensiones para lanzar, más lejos y más certeras, las flechas de iniciativas audaces y valerosas.
Si el liberalismo se corrompió hasta hacerse “neo”. Puede también corromperse haciéndose libertinaje ejecutivo, legislativo o judicial. La corrupción del conservadurismo es identificarse con ella, intentando siempre más de lo mismo, atropellando la justicia y eternizando las desigualdades.
Que la actitud liberal del ciudadano integre en todo la actitud conservadora de todo lo que configura la mejor versión de una nación porque todos tienen voz en la verdad, la libertad, la justicia y viven el respeto a la vida y a la dignidad por todos compartidas...