Canto a dos voces 1/2
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La vida pasa. Es un soplo, una voluta de humo, una nube pasajera, la nada. O el todo. Según sea su enfoque, señor lector. La vida pasa y cuando uno reacciona y ve el calendario, las hojillas de los almanaques las cuales uno arrancaba de niño en su casa y leía los aforismos y enseñanzas de la parte de atrás (ya no existen, salvo en ciertos lugares de la ciudad de México, como coleccionismo), ya siempre son pocas por vivir, por arrancar. La vida pasa y eso es bueno. Al menos para mí. Usted lo sabe, soy viejo. Me jacto de ello. No hay nostalgia al escribirlo. Hay bondad y acaso alegría. No alegría, sino agradecimiento hacia la misma vida por haber vivido. Soy viejo. Bueno pues, no tanto, pero me gusta sentirme viejo. Y si usted me ha favorecido con su lectura, lo he contado, me he querido parecer a mi padre, el sastre José Cedillo Rivera. Ni ayer ni ahora lleno sus zapatos ni sus trajes. Lo sigo amando y admirando como siempre. Hoy soy viejo, pero lejos de su bien medido alfabeto.
¿A dónde voy? Siga leyendo por favor. ¿Todo tiempo pasado ha sido mejor? Para mí, sí. ¿Es estar atado al pasado y no liberarme de mis amarras? No. Lo puedo probar, como en esta ocasión con este comentario en este generoso espacio. Como soy viejo, soy un lector de libros, diarios y revistas. No leo nada por computadora. Es rara la vez cuando lo hago. ¿Es defecto o virtud? No es cuestión moral, es cuestión de elección y yo he elegido tal vez eso llamado “cultura de la resistencia”. Jamás quiero habitar ese mundillo pedestre y primitivo llamado redes sociales donde se pudren las generaciones de “nuevos valores” a los cuales les he bautizado como “generación sin lenguaje”. Es un retroceso y las consecuencias ya se empiezan a vivir. No pocas veces hacen públicas y magnifican sus miserias. No es el caso analizarlo hoy. Soy viejo y sigo comprando y apilando libros, revistas y periódicos… aunque tal vez ya no pueda leerlo todo.
No es tremendista lo anterior, es la realidad. Tampoco quiero ni busco ser eterno. Con este golpe de vida tengo. Así de sencillo. Insisto, muy bien vivida mi vida. Y como soy viejo (nada de eso de ser “adulto mayor”, “adulto en plenitud” y esas barrabasadas de las nuevas generaciones. Son términos eufemísticos, tal vez hasta jurídicos, pero lejos de la vida real y literaria. Uno es viejo, se acabó. Y viejo viene del latín “veclus”, “vetulus”, es decir, de cierta edad, y claro, más atrás, de “vetus”, viejo. Trate usted de encontrar una buena definición de “adulto mayor”, “adulto en plenitud”, puf, la pura ignorancia y temor a las correctas palabras y lenguaje), a estas alturas de mi existencia aún me sigue maravillando todo, todo lo cual se atraviesa a mi paso y todo me sigue asombrando al día de hoy, no obstante mi vejez presumible.
ESQUINA-BAJAN
Vengo llegando de Guadalajara. Fui par de días. Ignoro ahora de mi fijación por esta ciudad. Han de ser las musas las cuales deambulan allá y pasan caminando con aires del mundo el cual no las merece. Sin duda, pocas mujeres mexicanas tan atractivas como las mujeres tapatías. Quizá y sólo quizá se le comparan las mujeres de Culiacán y las de un pueblo perdido en la serranía de Durango del cual ya no tengo el nombre en mi memoria al cual un día fui de chavo y sí, me quise casar con todas y al mismo tiempo. De hecho, a eso iban o van muchos varones: a escoger mujer en la plaza. Mujeres más lindas y buenas, de ojos de color e imponentes, pocas las he admirado. En fin, le decía de mi afición a ir a Guadalajara cuando tengo en peso. Ahora, en lugar de correr para la ciudad de México, voy a Guadalajara.
Y aquí, vagando en sus bazares de antigüedades y librerías anticuarias, entrando y saliendo sin orden ni concierto de ellas, di con un bazar/librería tan extraño como su dueño encorvado, el cual pensé era parte de los objetos inanimados los cuales atiborraban el local. Falsa mi percepción. El viejo encorvado, oloroso a naftalina, con chaleco afelpado, espejuelos arcaicos, y recargado en su bastón con empañadura de feroz lobo y al parecer de plata, me saludó con voz cavernosa: “Pase señor, de seguro hay algo para usted…”. Su cordialidad me conquistó. Aquello era un bazar de asombros. Dos cuadros llamaron mi atención inmediatamente. Sin duda, uno era un Francisco Toledo; el otro, un Rodolfo Morales. No quise preguntar precio.
Más allá, un Leonora Carrington. Luego, una artista regiomontana de la cual ni regalado quiero algo de ella, Martha Chapa. Pero, dos pasos después, el deslumbramiento… sin duda, era un Roberto Matta. Sí, ese artista chileno y ciudadano del mundo, el cual fue despachado a Londres en su momento, cuando le declaró su amor a la mismísima Gabriela Mistral (1934). Y fue despachado a Londres y su niebla perpetua, para “que se enfriara”, según cuenta en un texto jocoso y perfecto, el poeta Gonzalo Rojas. Matta, “el descarado libérrimo”, estaba allí con un gran óleo y yo hecho un pendejo frente a su magnífica obra. El viejo oloroso a naftalina y lavándula, con pipa en sus labios y deletreando cada paso en su bastón, hasta llegar a mí, me espetó con voz apenas audible: “Este cuadro tarde o temprano será suyo, no desespere. Pero mire, mire este libro…”. Era “Duotto. Canto a dos voces”, sí, bella edición de Roberto Matta y Gonzalo Rojas, espléndido y espectacularmente editado. Un lujo editorial.
LETRAS MINÚSCULAS
Continuará el próximo lunes…