Capacidad de asombro
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¿Cuál es la memoria más lejana que tienes de algo que te asombró? Alguien me decía que yo tenía muy buena memoria para detalles insignificantes o poco relevantes, tal vez sea cierto (aunque dicen que hay un refresco, del que no recuerdo su nombre, y creo me gusta, que es muy malo para la memoria), pero a veces esa memoria también retiene eventos y experiencias muy trascendentales y valiosas para mí. Recuerdo como si fuera ayer, aquella noche, a fines de los setenta, en la que por primera vez me asombré de entender lo insignificantes que somos como planeta en medio del universo.
Monclova. Noche de verano sin luna, sentado en una mecedora metálica entre mis abuelos Alfonso y Rita. Estábamos escuchando el juego de los Astros de Houston en una estación de radio que probablemente era de Eagle Pass o Laredo. Recuerdo que era una noche calurosa, pero con un viento fresco que parece extinto ya en casi todo Coahuila. De pronto, entre innings y durante los anuncios de la transmisión, mi abuelo me pide voltear hacia arriba y buscar entre las estrellas alguna que esté paseándose por el cielo a alta velocidad. Como si fuera una misión imposible empecé a escanear el cielo de lado a lado. De pronto, encontré lo que estaba seguro era una estrella rebelde que volaba muy rápido de Oeste a Este (izquierda a derecha en el cielo, frente a la puerta de casa de mis abuelos, que veía al Norte). La seguí hasta que desapareció menos de un minuto más tarde. Me dijo que buscara otra y durante el par de horas que pasamos escuchando el juego de beisbol debo haber visto unas cuatro o cinco de estas estrellas rebeldes. Con calma, una vez desocupado del juego y habiendo visto que su nieto parecía tener un nuevo hobby (que me duraría para siempre), mi abuelo me explicó que no eran estrellas sino satélites hechos por el hombre que eran lanzados con cohetes desde Rusia o Estados Unidos (en aquel entonces también China y Europa habían lanzado satélites al espacio, pero mi abuelo no los mencionó). Esos satélites, me dijo, van a unos 20 mil kilómetros por hora y tardan un par de horas en darle la vuelta a la tierra. Todavía, de vez en cuando, busco y encuentro uno de esos satélites que me transportan a casa de mis abuelos hace casi 40 años. Me vuelvo a asombrar casi como la primera vez.
En el mundo de hoy en día, con efectos especiales, televisión, internet y celulares siempre en mano, generalmente estamos volteando hacia abajo o en el mejor de los casos a una pantalla frente a nosotros. Voltear hacia arriba parece prohibido, especialmente en la noche. A todo mundo le gustan los paisajes, pero pocos tomamos el tiempo para apreciar la maravilla que tenemos al alcance de la vista casi cada día, y lo increíble que es que la humanidad sea capaz de poner unos aparatos en órbita a cientos o miles de kilómetros de altura que pueden dar muchas vueltas al mundo cada día.
Esta semana volví a comprobar mi capacidad de asombro al ver el video del lanzamiento de la última misión conjunta entre Space X (de Elon Musk) y la NASA, para probar una cápsula que puede llevar y traer humanos al espacio de una manera relativamente cómoda y financieramente más viable. El cohete principal es capaz de separarse, regresar y aterrizar en una plataforma flotante apenas 10 minutos después de despegar para poder ser reutilizado. La cápsula tiene ventanas, siete asientos, y comodidades atípicas en vehículos espaciales y, aunque será algo costoso para el primer pasajero comercial ir al espacio ($80 millones de dólares), se puede percibir que hay todavía mucho de qué asombrarnos si tan sólo estamos dispuestos a voltear hacia arriba. Inténtalo un día (o noche) de estos.
*Les recomiendo ver los videos de la misión del “Crew Dragon”. Aquí les dejo uno: https://bit.ly/2H7Hwfb
@josedenigris
josedenigris@yahoo.com