Celso
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Jamás intentó ser ejemplo para nadie, pero... logró lo que pocos artistas alcanzan: inmortalizarse
El Bronco dijo en un foro especializado para personas expertas en turismo: “La muerte todo lo perdona”. Jaime Rodríguez Calderón se refería al músico popular Celso Piña, quien falleciera dos días antes por un ataque cardíaco a los 66 años de edad. El mismo día del foro se había escuchado permanentemente, en los equipos de sonido del Palacio de Gobierno, música del conjunto que comandaba Celso.
El hombre polémico a lo largo de su vida, por la crítica de moralistas que lo señalaban por sus compañías y costumbres, contenía grandezas pocas veces vistas en un ser humano triunfador como lo fue él.
La genealogista Emma Montemayor compartió una anécdota de su madre con Celso Piña: “Ese día al topárselo vio cómo le pedía a la dependienta de la tortillería unos 50 kilos de tortillas. Mi madre le preguntó que para qué quería tantas tortillas, contestándole él que eran para un comedor de niños que iba a visitar y para los que tocaría. Cuando mi mamá supo por la dependienta que el señor era el músico Celso Piña, lo reconoció y después de felicitarlo se atrevió a comentarle que lo que no le gustaba era que saliera con esa bola de jóvenes que parecían malos por la vestimenta y los tatuajes, a lo que contestó Celso que entre ellos había muchos con talento y más nobleza que otros de la alta sociedad, que por andar bien vestidos se podría pensar que eran buenos, pero que no lo eran”.
Tengo algunas anécdotas personales con Celso. Compartiré una de ellas. Cuando en junio de 2005 pensamos en él para coronar el elenco del festival Mundo Fest que se desarrolló con el paradigma de dejar el sitio del espectáculo más limpio de como se encontraba antes de iniciar; lo hicimos por el “arrastre” que este artista de multitudes tenía.
La explanada de los Héroes del Palacio de Gobierno estatal, ese 6 de junio, lució muy limpia después de la actuación del rebelde del acordeón. Él mismo promovió que los asistentes colaboraran en levantar los residuos y depositarlos en bolsas y contenedores. Celso ayudó materialmente a desarrollar esta acción. En el evento me percaté que había también millonarios que sabían bailar al más puro estilo colombiano esta música que logró introducirse en el gusto de los norteños mexicanos como una segunda piel.
Luego del concierto de Celso nos fuimos a cenar a un lugar popular sobre la avenida Madero de Monterrey, en una sintonía en la que todos los que estábamos teníamos en común el deseo de hacer algo por el planeta.
Ían Woolf, joven ambientalista en ese momento, había tenido la idea del festival al que por cierto sería bueno darle vida de nuevo.
Acompañé a Celso Piña cuando le entregaron la Medalla al Mérito Cívico y volví a convivir con él como cuando se presentaba en el programa de televisión que conduje por años.
No suelo poner en mi casa a la vista de los visitantes fotografías y documentos personales, pero tengo en el área del comedor una fotografía de Celso Piña junto a las de otros creadores populares, aunque Celso, a quien ahora recuerdo, tiene un sitio especial.
En esos tiempos es difícil encontrar personas ejemplares. Celso jamás intentó ser ejemplo para nadie, pero al innovar con tecnología de punta la música de inspiración colombiana y promoverla en el mundo, logró lo que pocos artistas alcanzan: inmortalizarse. Celso Piña ahora es una leyenda a la que, como dijo El Bronco, la muerte le ha perdonado todo aunque al acordeonista seguramente no le importaría porque siempre estuvo seguro de lo que hacía, por eso sonreía a todos y festejaba la vida con sus canciones bullangueras.