Conciliar lo que creemos y lo que vivimos por estos días es de vital importancia
COMPARTIR
TEMAS
Una cosa es la espiritualidad y otra cosa la religión, la primera engloba la segunda y es un tema connatural al ser humano. La existencia de las religiones lo demuestra, porque por medio de ellas, cualquiera que ésta sea, se aspira a la trascendencia. Y por supuesto, como afirma Hegel, no tiene por qué estar distanciada de la racionalidad y la lógica. ¿Recuerda a Joseph Ratzinger y la “Fides et Ratio”?
El problema ha sido la confusión que se ha dado, creyendo que lo religioso y lo espiritual es la misma cosa. Menudo problema se le arma al ser humano cuando sólo se queda en el hecho religioso y no encuentra significado a lo que realiza, quedándose solamente en el culto, en la liturgia o en la religiosidad popular que es una expresión por alcanzar lo divino sin tomar en cuenta la relación con sus semejantes. De hecho, el concepto religión significa “unir a” –religar– y tiene una dimensión vertical, pero también horizontal. La religión y la espiritualidad, razonablemente, no pueden estar al margen de la forma como vivimos.
Por eso, si no se da razón de lo que se cree, el edificio de creencias se convierte en un tema de poder, de enriquecimiento, de sometimiento y de control. De ahí la crítica a las religiones que operan más bien como grandes empresas transnacionales, donde sus líderes dicen tan poco en lo espiritual asentando sus reales más bien en el hecho religioso, generando un divorcio entre lo que dicen y lo que hacen. Ejemplos sobran.
Por eso, no se pueden descalificar las religiones naturales, o el animismo, o el judaísmo, el cristianismo o el islam, colocando a una como superior a la otra. O al budismo, el taoísmo y el confusionismo a los que se les ha acusado de ser una espiritualidad sin Dios. O el caso de las religiones africanas o las de la América Precolombina que fueron una cancelación, suplantación e imposición de un sistema de creencias que se consideraron inferiores y que más que espiritualidad fueron la expresión más nítida de control, dominio y hegemonía de una cultura sobre otra.
Ahí es donde comenzamos a distinguir entre la religión como un conjunto de prácticas y la espiritualidad que empata con los significados que encontramos a esas prácticas.
Por eso, la religión y la espiritualidad tienen que estar en sintonía con la razón. Cuando esto no ocurre, hay grandes y jugosas ganancias, se da una disfuncionalidad entre lo que se dice y lo que se hace y, como dijera el enorme Carlos Marx, la religión se convierte en “opio del pueblo”. Es decir, la práctica religiosa se convierte en una droga adormecedora o calmante que saca de la realidad a las personas, que se queda en lo etéreo y que se desliga de la vida.
En ese sentido, lo que celebramos por estos días –la Navidad– es un hecho religioso que carece de sentido cuando no se entiende en perspectiva. Muchas personas por todos lados se han quedado en la dimensión comercial y mercadológica.
Aguinaldos, pinos, cohetes, regalos, esferas, abrazos, romeritos, tamales, bacalao, pavo, vino, cervezas, nacimientos y rosarios están de más, cuando no se conectan a la vida y al sentido de lo que la historia nos cuenta pasó en Belén en el año 6 de nuestra era; y entonces la pregunta sería: ¿cómo conectamos el acontecimiento de la Natividad con la cotidianidad? o ¿cómo paso de lo religioso a lo espiritual? Ahí está la clave del paso del mito al logos.
Lo religioso se trasluce a través de mitos, ritos, fiestas y costumbres, la espiritualidad nos compromete con la divinidad, la creación y, por supuesto, con el otro, quien quiera que éste sea. Una cosa es complemento de la otra.
Sin lugar a dudas, por estos tiempos pagamos caro la factura de no haber entendido lo que implica la religión y la espiritualidad teniendo como soporte a la razón para poder entender e impactar a la comunidad en la que vivimos. La construcción de un discurso mercantilista de las verdades que profesamos se han convertido en la base de una sociedad dividida y me atrevería a decir que polarizada, el divorcio entre lo que creemos y lo que vivimos, que incluso el misterio de la Navidad se ha convertido en uno de los ejemplos más nítidos de esto, ¿no lo cree? Así las cosas.