Consecuencias trágicas
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7 abril 2019
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‘Lo que debe ser un movimiento para defender a víctimas no debe convertirse en una histérica cacería de brujas’
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El movimiento Me Too (en español, Yo también) es una causa social que nació y se viralizó rápida e internacionalmente en redes sociales. Es el ejemplo por excelencia de la manera en que las grandes masas se movilizan en los tiempos actuales. Lejos y en los libros de Historia han quedado los tiempos en que las causas eran compartidas de boca en boca y con carteles que invitaban a las protestas públicas.
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Aquellos jóvenes de los años 60 del siglo pasado que querían romper con el sistema de su época, hubieran tenido otro destino y un impacto infinitamente mayor de haber contado con internet. En la actualidad, Me Too se volvió popular en todo el mundo en cuestión de horas debido a su función práctica: denunciar abusos, principalmente de naturaleza sexual, que las mujeres sufren en sus entornos laborales y en la vida diaria.
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Una inmensa cantidad de celebridades hollywoodenses apoyaron esta causa, creando un fondo para apoyar a mujeres víctimas de abusos. El detonante de este movimiento fueron las acusaciones de abuso sexual que recibió el poderoso productor de cine estadounidense Harvey Weinstein. Muchos casos de abusos contra mujeres famosas se dieron a conocer y eso, afortunadamente, abrió la posibilidad a mujeres de todos los estratos sociales de denunciar y defenderse.
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Alzar la voz para salvar y proteger a víctimas de cualquier tipo de abuso, debe ser siempre una prioridad. Eso no está en la mesa de las negociaciones. Sin embargo, es importante que este tipo de movimientos obtengan reconocimiento oficial y el apoyo de los gobiernos y las grandes corporaciones para darles estructura y validez. La naturaleza social de los movimientos que surgen espontáneos, hace que estos tengan alcances limitados.
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Las movilizaciones que se llevan a cabo exclusivamente en el entorno social, sin el apoyo de especialistas, tienden a generar polarizaciones, excesos y daños colaterales. Esto fue particularmente evidente hace unos días en nuestro país, con las versiones locales del movimiento Me Too en Twitter. Allí se empezaron a hacer denuncias anónimas a figuras reconocidas de diferentes sectores. Una de esas denuncias señaló a Armando Vega Gil, músico fundador del grupo Botellita de Jerez, como al abusador sexual de una niña de 13 años de edad.
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De inmediato, Vega Gil publicó una carta de despedida en la que negaba la acusación y se declaraba incapaz de seguir adelante, poniendo punto final a la situación cometiendo suicidio en la madrugada del pasado 1 de abril. Este acto cimbró a la opinión pública y dividió fuertemente a la sociedad entre quienes se manifestaron en contra de las denuncias anónimas y aquellos que las defienden. Ahora muchos se preguntan ¿está Me Too llegando demasiado lejos?
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No podemos declarar a Armando Vega Gil culpable o inocente en esta situación porque no tenemos pruebas. Pero sí es momento de hacer un alto, reflexionar y enderezar el rumbo. Lo que debe ser un movimiento para defender a víctimas no debe convertirse en una histérica cacería de brujas. Por lo pronto, esta guerra ya está cambiando para siempre el modo en que nos relacionamos las personas. Y eso traerá grandes consecuencias, algunas muy positivas y otras tan oscuras que ni siquiera podemos imaginar todavía.
Toda opinión es muy valiosa.
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