Corona de trueno
COMPARTIR
TEMAS
El sol poniente corta cintas rojas y azules en el cielo. La noche está cerca y eso significa que también lo están las inisisa que enviaron para asesinarnos.
Los rebeldes dicen que después de que despegué las sombras de ese jabalí, esa bestia del pecado que había invocado, me desmayé. Tiene sentido que yo no lo recuerde, pero hace que me resulte más difícil creer lo que sucedió. Y no recordarlo hace que sea más fácil cuestionar las cosas, preguntarme si en verdad sucedieron. Tal vez nunca invoqué mi propio pecado, ése que se convirtió en una bestia resplandeciente.
Tal vez la batalla en Palacio fue un sueño. Tal vez podría decir lo mismo de los arashi que surgieron del cielo y prendieron fuego a Kos, mi ciudad. Tal vez también soñé la traición de la princesa Karima. Y la de Bo.
Es fácil desear que las cosas sean diferentes.
Es difícil, se siente imposible, regresar y hacerlas mejor.
Estoy justo al borde de un acantilado, el valle se extiende debajo. Hay más verde ahí abajo de lo que he visto en toda mi vida, tan diferente de los marrones y rojos de Kos.
Cada vez que cierro los ojos, veo esas calles y las joyas de la Ciudad de las Gemas centelleando al sol, amenazando con cegarte si las miras directamente. Veo a los habitantes de Kos vagando por esa parte del Foro donde los joyeros vendían sus mercancías, todos con túnicas y envoltorios de colores brillantes, gritando para ser escuchados por encima de los otros, regateando precios, examinando gemas, girando los bastones, collares o pendientes entre sus manos. Luego, abro los ojos otra vez y todo lo que veo frente a mí es extraño.
Se escucha una explosión a lo lejos. Ni siquiera necesito entrecerrar los ojos para saber que proviene de Kos. No es el continuo rugir de los arashi, esos enormes monstruos míticos que surgieron del cielo, atraídos por el ejército de bestias del pecado que Karima y sus Magos de Palacio habían convocado. Suena más como un Bautismo. Como una dahia siendo demolida, todo un vecindario convertido en escombros. Mi pecho se calienta por la ira. Se suponía que las cosas serían diferentes. No puedo creer que Karima sea tan insensible como los anteriores gobernantes de Kos. Aún recuerdo su contacto.
Puedo sentir sus dedos surcando a lo largo de las marcas de pecado en mis brazos y hombros.
Las hojas se agitan en las ramas de los árboles por encima de mi cabeza y doy vuelta justo a tiempo para ver a Noor saltar y aterrizar detrás de mí con la gracia de un gato callejero. Los ojos de pupila blanca brillan bajo el manto negro que cubre su cabeza. Entrené a esta joven Devoradora de pecados alguna vez, en un bosque como éste. Ella se unió a nosotros en la batalla para salvar a Kos y escapó de la ciudad con nosotros cuando todo estuvo perdido.
—Oga —dice, a modo de saludo. Todavía no sé si me llama jefe para burlarse o si lo dice en serio. Me sorprendería si todavía me considerara un líder.
—¿Qué hay de nuevo, Noor? —me siento cerca del acantilado. Ella se sienta a mi lado, con los puños a los costados. Cada vez que la veo, está lista para noquear la mandíbula o arrancarle los ojos a alguien.
—Pronto será la hora de comer.
—Bien —gruño mientras me levanto.
Debería considerarme afortunado de tener incluso esta pequeña porción de tiempo para mí. Casi quiero pedir a Noor que permanezca conmigo y veamos la puesta de sol, pero algunos de los Magos rebeldes han estado haciendo un escándalo sobre las inisisa que pasan volando. Dicen que son exploradoras.
Con forma de pájaros y, a veces, de murciélagos.
Y si me escabullera lejos de la espesura del bosque y una de esas cosas me descubriera, Karima sabría exactamente dónde enviar su ejército. Si yo fuera el único por el que tuviera que preocuparme, esto no sería un problema, pero sé que tan pronto como salga y me descubran, todas las bestias del pecado sueltas en Kos serán enviadas directamente detrás de mí.
Noor, Ras y los demás tratarían de interponerse, los Magos rebeldes intentarían protegerme y el resultado sería un montón de cadáveres, sólo porque quise observar un atardecer. Bajo estas circunstancias, parece que no llegar tarde a la cena es lo menos que puedo hacer. No hay necesidad de que el trabajo de todos sea más difícil de lo que ya es.
Aunque en el bosque todos somos iguales, los aki y los Magos aún cenan separados. Hace algún tiempo, nosotros trabajábamos para ellos. Por algunos ramzi, nosotros, los aki, íbamos adonde los Magos nos enviaban. Ellos extraían el pecado de algún rico de Kos y, una vez que lo cazábamos y devorábamos, obtenían una bolsa llena de dinero. Luego nos entregaban una pequeña porción del pago, lo suficiente apenas para alimentarnos.
Algunos de los Devoradores de pecados me hacen compañía: son mis guardaespaldas. No estoy seguro de cómo sentirme al respecto. Cuando estuve a cargo de estos chicos, cuando los entrené bajo la atenta mirada de otros Magos de Palacio, su piel era intachable, sin tatuajes, sin marcas de batallas contra las inisisa. Entonces tuve que entrenarlos. Ahora se sientan o se paran o pasean a mi alrededor con tazones de sopa de egusi, y veo la marca de las alas abiertas de un pájaro del pecado en uno de sus brazos; un león del pecado se levanta sobre sus patas traseras a lo largo del muslo de otro aki; una niña aki tiene un gorrión del pecado tatuado justo debajo de su ojo izquierdo. Hablan entre sí, pero en su mayoría se mantienen en un estoico estado silencioso, como se supone que los guardaespaldas deben hacer. Es algo que Bo solía hacer.
Fragmento inicial de la novela Corona de trueno
de Tochi Onyebuchi, cortesía de Océano.
Tochi Onyebuchi
novelista
Vive en Connecticut, donde además de presumir cuatro títulos universitarios en espectros del conocimiento tan distantes como las artes, la escritura, la economía y la jurisprudencia, trabaja en la industria tecnológica. Sus escritos han aparecido en importantes revistas de ficción científica como Asimov’s e Ideomancer. Es autor de las novelas: Bestias de la noche y Corona de trueno.