Coronavirus casi deja sin comer a vendedores ambulantes de Saltillo
Tiene miedo de contagiarse, pues vende afuera de un hospital, pero si deja de trabajar no tendrá ingresos
Elvia tiene una sonrisa como su único escudo contra el virus que aqueja al mundo. No usa cubrebocas, ni guantes, los doscientos pesos que ahora gana diarios, en una jornada de nueve horas bajo el sol, no le alcanzan para comprar más que lo necesario: tortillas y leche para la cena.
“Yo estoy aquí todos los días todo el día, antes vendía entre mil pesos y mil doscientos diarios, ayer vendí nomás doscientos pesos en todo el día, y hoy tengo aquí desde las 11 y no he vendido nada”, cuenta.
Elvia vende frituras a un costado de la Cruz Roja; todos los días llega desde las 10:00 am y se va pasadas las 7:00 de la noche, una vez que vendió la mayoría de sus papitas y dulces.
La joven veinteañera es originaria de Puebla y llegó a Saltillo hace dos meses junto con su esposo y su hermano para ganarse la vida vendiendo fruta y chicharrines en las calles de la capital coahuilense.
Antes atendía jubilosa a los niños que se acercaban a comprarle un dulce o una paleta, como recompensa por haberse portado bien en el doctor, y aguantar el “piquete” para mejorarse.
Hoy, aunque quisiera darles ese mismo ánimo y regalarles una sonrisa, los niños ya no le compran. Un túnel que cubre la entrada a la sala de espera del nosocomio le impide ver hacia adentro cuánta gente hay.
Nadie se acerca a comprar pues de manera voluntaria optaron por no comer nada en la calle, “según les dicen las mamás que es para prevenir que se enfermen de algo más”, refiere.
“Después vendía mucho, la gente que venía en la consulta salía y me compraba papitas o me compraba dulces y les dejaban estar ahí adentro comiéndoselos en lo que esperaba, pero ahorita ya ve que hasta guardia ahí en la puerta, así que nomás salen y se van”, cuenta.
La contingencia por el coronavirus, no sólo reforzó las medidas de prevención del hospital, sino que redujo el número de personas que acuden a consulta por una cortada o un incidente menor, también dejó sin clientes a Elvia.
“Aquí entre los tres pagamos una renta para poder vivir y ahorita estamos viviendo al día, mi esposo y mi hermano venden fruta pero tampoco les está yendo bien desde que la gente dejó de salir ya casi no vendemos”, añade.
La joven que permanece estática bajo su paraguas de colores, confiesa que el miedo es su compañero de trabajo desde que vio en las noticias la declaración de la pandemia.
El miedo, asegura, que se hace presente cada que ve entrar y salir gente del túnel blanco que ha instalado la Cruz Roja antes de entrar a la sala de espera, como parte de su filtro sanitario, pero valiente aguarda a que la próxima persona que no pase de largo y llegue a cómprele no esté enferma y la contagie.
“Claro que tengo miedo, yo no me quiero enfermar… Pero si no salgo a trabajar pues tampoco hay mucha opción, uno tiene que comer aunque se arriesgue, porque así sin un trabajo fijo ni nada, nunca sabemos cómo nos va a tocar”, dice.
Por lo que la joven junto a su familia deberá decir si “apechugar” y pasar aquí el resto de la contingencia, en un lugarcito que renta para pasar las noches o regresar a su tierra para vivir del campo.
“Allá en nuestro estado nosotros no pagamos renta, tampoco tenemos luz, ni agua, pero tenemos tierra para trabajar y ya sólo tendríamos que preocuparnos por comer y por no enfermarnos”, finaliza.
Entérate
Elvia vende frituras afuera de la Cruz Roja.
Ella es originaria de Puebla; llegó hace apenas dos meses a Saltillo.
Señala que pasó de tener ingresos por mil 200 pesos a casi no obtener ninguno.