¿Cuál reforma educativa?
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Hago un breve resumen de lo que hicimos en la LXII Legislatura cuando tuvimos el atrevimiento de darle un giro significativo a la educación que se imparte en este país nuestro. Establecimos en rango constitucional la evaluación de los maestros como requisito sustantivo para su ingreso, promoción y permanencia; asimismo, la creación del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE), dotado de autonomía, para consolidar un sistema de evaluación integral, equitativo y comprehensivo, que respondiera a las necesidades y particularidades regionales del país; e introdujimos algo inexistente: los méritos profesionales y laborales como base para ocupar las plazas magisteriales nuevas o las que fueran quedando libres por efecto de las jubilaciones, vía un sistema de concursos. También, el que derivado de sus resultados en la evaluación y desempeño se promovieran sus aumentos salariales. A grandes rasgos esta es la sustancia de la reforma que le han dado por llamar “de Peña Nieto”, no obstante que lo que el presidente envió se modificó cuando pasó por el tamiz de los grupos parlamentarios y lo recabado en los foros ex profeso, en los que hubo participación de maestros, especialistas y organizaciones interesadas en el tema. Este fue el trabajo del Poder Legislativo de la Unión: Legislar. La implementación de la misma correspondía al Poder Ejecutivo. Esto es muy importante destacarlo para que queden claras como el agua las facultades de uno y otro poder constituido. La reforma se envenenó desde el Poder Ejecutivo, lo expreso con esta llaneza, empezando porque no levantaron ni un dedo para parar en seco el adjetivo que le colgaron desde el ámbito sindical: Reforma laboral punitiva. Lo punitivo se lo impusieron la rabieta de los lideretes sindicales, que por supuesto jamás estuvieron de acuerdo en que la rectoría de la educación se le devolviera al Estado -de donde nunca debió de haber salido- y el haberles acabado el negociazo que les representaba la vendimia de plazas magisteriales al mejor postor, o repartirlas entre parientes y recomendados.
La evaluación sin consecuencias ya quedó establecida como obligatoria a partir de su publicación en el DOF esta semana. Les cumplió a sus votantes del magisterio el presidente López Obrador, por encima del bien mayor, que es el impartir educación de calidad para los niños y jóvenes mexicanos. Pero falta. El remate se dará en las leyes secundarias, toda vez que en el 16 transitorio se dejó la puerta abierta para que de nueva cuenta el reparto de plazas magisteriales o de un buen número de ellas -50 por ciento -regrese a los sindicatos. Con eso, el circo de las marchas de la CNTE, por lo menos por una corta temporada, se mantendrá a raya, porque son insaciables. Y se explica, ha sido por décadas su deleznable modus vivendi. No le tienen ni un mínimo de respeto a su profesión.
Cuando yo era alumna en la facultad de Derecho, estudiamos los grupos de presión; por principio, nos enseñaron que son organizaciones que no pretenden conquistar el poder público, pero sí influir en pro de sus intereses particulares en la toma de decisiones del ente público. Se nos remarcó que se trata de grupos sectoriales que tienen una visión parcial de la problemática social, pero no una de conjunto. Y nos dijeron que los sindicatos son grupos de presión. También nos definieron qué eran los sindicatos -hay muchas definiciones- y le comparto una de ellas: “Asociación de trabajadores cuyo objetivo es la defensa de los intereses profesionales, económicos y laborales de los asociados”. Pues valientes líderes tienen los maestros mexicanos, de esto ni se ocupan. Es una de las profesiones peor pagadas en nuestro país, tienen un servicio médico de quinta categoría porque la corrupción así lo ha determinado, los profesores jubilados pasan las de Caín con sus magras pensiones, los han utilizado como voto corporativo los priistas y ahora los morenistas, se les ha condenado a ser eternos apéndices del poder. Pero ¿qué tal viven sus dirigentes? verbi gratia, la “maistra” Gordillo… ¡Qué vergüenza! Y todavía tiene adoradores. ¿Cómo va a ser diferente este país con semejantes lastres? Y la otra ¿va a haber una distribución del presupuesto pensada para tener una infraestructura escolar ad hoc para alcanzar los objetivos planteados? ¿De verdad “el Estado garantizará que los materiales didácticos, la infraestructura educativa, su mantenimiento y las condiciones del entorno sean idóneos”? ¿Va a haber reducción de número de educandos en los salones de clases? ¿Se va a reconocer con mejora salarial a los maestros que si se esmeren en su desempeño docente? ¿Van a regresar a las aulas a quienes no aprobaron la evaluación? Los padres de familia ¿no tienen nada que decir, al respecto? Son preguntas, de muchas que quedan en el tintero.
¿A dónde vas México? De verdad que ya casi todos los días me siento como Agar en el desierto.