Cuando 35° son insuficientes
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Yo no sé por qué la gente se queja del calor.
A mí el calor me gusta.
Y entre más calor haga, mejor.
Y ni crea que uso sombrerito, o esas ridículas camisetas entalladas de manga larga.
No señor.
A mí me gusta el calor y lo disfruto.
No le hace que mi hermana María Luisa me regañe porque no me pongo bloqueador.
Sí, esa como nata que huele a rayos.
Me gusta el calor aunque la gente diga que estoy loco porque me pongo chamarra o sudadera cuando estamos a 35 grados en Saltillo o a 40 en Torreón o a 42 en Piedras Negras.
“Qué bárbaro, nomas de verlo me dan ansias”, me dijo una señora una tarde que platicábamos en su negocio de yukis a la entrada de Lucero, Durango, el calor a 38 grados y yo con la chamarra del periódico puesta.
Qué quiere señora, me gusta el calor.
Y no me importa que mi compa el ilustrador Federico Jordán, me critique porque tengo la manía de tomar cerveza caliente en el verano.
“Peña toma cerveza caliente”, pregona el maestro por todas partes y la gente se burla de mí.
“¿Usté esta loco o qué?”, recuerdo que me preguntó una mujer otra tarde que andaba perdido, caminando a la orilla de una carretera en San Buenaventura, buscando una colonia, el sol a madres.
“Qué mala hora escogió oiga”, me decía aquella doña realmente ofuscada.
Pero a mí me valió.
Porque me gusta el calor, la canícula, asolearme, el estío.
Vaya a saber por qué.
Y ni modo que digan que tengo sangre tropical
Soy más norteño que el cabrito y la tortilla de harina.
Y con raíces en Galeana, Nuevo León.
No sé, le digo, me gusta el calor.
Y me enojo cuando la gente se expresa mal de él, que dice pinche calor o méndigo calor o calor hijo de la chingada.
Qué les pasa.
Pero oiga, a propósito, que perro calor ha estado haciendo, de veras.
No le hace
Yo estoy feliz.