Curitas y aspirinas
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Juan, un mexicano promedio (dedicado, entusiasta, optimista) se quedó desempleado porque el restaurante en el que trabajaba fue clausurado por el Municipio. Después de unas semanas de buscar empleo consigue una entrevista en otro restaurante. El día de la entrevista, toma un camión de ruta para un trayecto de una hora durante el cual asaltan su camión y le roban su cartera. Al llegar a su parada, agitado, se baja del camión para caminar las últimas seis cuadras hacia su entrevista con la esperanza de que su suerte cambiará. Al doblar la última esquina y a media cuadra de su cita, tropieza y cae en la calle. Afortunadamente es una motocicleta quien lo golpea en la calle y no un automóvil.
Juan solamente sufre una fractura de tobillo y raspones en la cara y brazos. Se acercan peatones y se ofrecen amablemente a ayudarlo. De pronto, aparece alguien que se presenta como doctor y, abriéndose paso entre los mirones, toma el control de la situación con mucha autoridad y aparente dominio de la medicina. Pasan los minutos, Juan está algo adolorido pero, optimista como siempre, se siente tranquilo por la buena fortuna que tuvo de que se apareciera un doctor justo cuando lo necesitaba. El doctor observa las heridas, pide calma a su paciente y al mismo tiempo controla efectivamente a quienes no tienen nada mejor que hacer que hacer bola (una tradición muy mexicana). Una vez terminado su diagnóstico, y a pesar de la fractura obvia de tobillo, el doctor le dice a Juan que no es nada grave, que puede pararse e irse a su casa mientras saca de su saco tres curitas y dos aspirinas, y con una palmada en la espalda se despide de Juan, dejándolo sentado en la banqueta. Juan, sorprendido, sabe que no puede pararse y que difícilmente curitas y aspirinas será todo lo que necesite. Se quedará para siempre con la duda de si quien amablemente lo atendió era o no un doctor verdadero. Pasaron 45 minutos en el proceso, la gente pierde el interés y se empieza a retirar; Juan no llega a su entrevista. Parece que ese día simplemente no fue su día.
Sin querer burlarme del accidente ficticio de Juan ni ser pesimista, percibo a un México en una circunstancia similar al mal día del pobre Juan. Sin deberla ni temerla, un pueblo que se esfuerza día con día no las ha tenido todas consigo las últimas décadas. Es cierto, hemos tenido suficientes éxitos como para seguir siendo luchones, alegres, entusiastas, pero hemos tenido tropezones, a veces causados por terceros (dentro y fuera del País), que nos han dejado algunas fracturas, raspones y cicatrices que nos deberían ayudar a recordar los accidentes y sus causantes. Por décadas, hemos estado en manos de doctores (no en medicina) que con la mejor intención y con muy buena preparación académica nos han recetado consistentemente aspirinas y curitas que no han sido capaces de atender el dolor ni las lesiones, a veces graves, que el País ha sufrido.
Ahora, elegimos una vía diferente. Se supone que con menos doctores y con más experiencia en banquetas. Esos que ahora promueven una supuesta “cuarta transformación” tomarán responsabilidad del paciente y deberían ya saber que las aspirinas de siempre no son la medicina que se necesita. No podemos esperar que el País funcione a su potencial si seguimos pretendiendo que con pequeños parches las cosas funcionarán adecuadamente. Se necesita reconocer que el tobillo está quebrado, reparar, enyesar y rehabilitar para que Juan (México) pueda caminar y correr a la velocidad que puede. Las recetas de siempre darán los resultados de siempre.
*Próximamente en este espacio algunas ideas que NO son aspirinas ni curitas.
@josedenigris
josedenigris@yahoo.com