De médicos y boticas en el Saltillo moderno
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Médicos y boticas siempre ha habido en Saltillo. Iniciando el siglo 20 y según un documento del Archivo Municipal, en 1902 había en la ciudad 20 médicos y tan sólo dos farmacéuticos, entendiendo seguramente los que en esa especialidad tenían un título, muy probablemente egresados de las pocas generaciones de la carrera de Farmacia que en 1884 y años posteriores se cursaba en tres años en el Ateneo Fuente. Era común que farmacéuticos, médicos y químicos de profesión fueran los propietarios de boticas. En el sigo 20 se impuso por ley un responsable con título de químico farmacobiólogo en cualquier establecimiento dedicado a la preparación y venta de medicamentos.
El médico añade a sus conocimientos del cuerpo humano y las enfermedades los de la farmacología. El boticario ejerce la práctica de la farmacopea y el farmacéutico de profesión es el especialista, el conocedor de los más recónditos secretos y cualidades de las substancias y cuerpos medicamentosos. De esos conocimientos, muchas veces ancestrales, salen los preparados en forma de remedios, pócimas, menjurjes, potingues, calmantes, carminativos, cicatrizantes, demulcentes, depurativos, digestivos, diuréticos, expectorantes, helmínticos, laxativos, purgantes, anestésicos y toda clase de fórmulas encaminadas a recobrar la salud o a evitar las enfermedades.
Aparentemente salía caro tener botica en Saltillo. El Plan de Arbitrios del Municipio señalaba en 1890 un impuesto de seis y 12 pesos mensuales, según su tamaño, para las boticas, mientras que las pulquerías, por ejemplo, pagaban de cinco a ocho pesos. En los inicios del siglo 20, las boticas más importantes de Saltillo eran la San Luis, del señor Carothers; la Botica París, del doctor José María Rodríguez, en la plaza de Armas; la Botica Guadalupe, del doctor Dionisio García Fuentes, en la calle de Zaragoza; la Botica del Carmen en la calle de Allende, de José María de la Fuente; la Progreso, de Francisco de la Peña; la Botica Nueva, de Nicolás González, en calle de Allende; la Botica Universal de doña Toñita Lomelí fue una de las más grandes y funcionó en un local contiguo al Teatro García Carrillo, cerró sus puertas poco antes de finalizar el siglo pasado.
En los años treinta se anunciaban la Botica Lourdes, en la Plaza Manuel Acuña, y la Botica Santa Rosa, en la calle de Acuña. En 1941 se usa ya la denominación de “farmacia” y aparece la Farmacia La Salud, del químico José Cruz Escobedo, en Pérez Treviño y Zaragoza. La Farmacia Madero, del matrimonio Siller Soto, hoy desaparecida, tuvo un gran almacén de mayoreo y 20 sucursales en Saltillo y fue la primera en ofrecer servicio las 24 horas del día.
Sin ser exhaustiva la lista, ni mucho menos, en Saltillo como en todas partes ha habido médicos que movidos por su honda vocación se entregaban por completo a su profesión y al servicio de los pobres, como Santiago Valdés Galindo. Otros, muy apreciados como el doctor Juan Gallart, eran verdaderos médicos familiares. Algunos dedicaron buena parte de su tiempo a la enseñanza, como el doctor Mariano Narváez, o a la política universitaria como Arnoldo Villarreal Zertuche, mientras que otros incursionaron en las letras, como en la actualidad lo hace Jorge Fuentes Aguirre, cuyos artículos periodísticos se leen con fruición.
Hasta hace pocos años había tres establecimientos que funcionaban en su acepción primigenia de “botica”, donde usaban los instrumentos propios de sus quehaceres, como las balanzas de precisión con sus fanales y sus campanas de vidrio, y guardaban las substancias medicinales con las que preparaban pócimas, polvos y brebajes en grandes tarros de cerámica. La Botica Recio sucumbió al tiempo y sobreviven las muy antiguas Botica Pasteur, en la planta baja del Mercado Juárez, por Pérez Treviño, y la Botica Lourdes, en la calle de Obregón. Ahí pueden conseguirse substancias, polvos, alcoholes y otros artículos similares y preparaciones farmacéuticas con receta médica.