Desmantelar al ‘huachicoleo’, ese es el verdadero reto
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Mucha gente sabía –porque era imposible que todo mundo lo ignorara– de la existencia de las redes de robo de combustible, así como de la forma en la cual se vendía, “legalmente”, en las estaciones de servicio del País.
Decir lo anterior es necesario para tener claro que la “denuncia” respecto de la magnitud de la actividad, realizada por el actual gobierno de la república, si bien constituye una noticia –de acuerdo con la definición periodística de lo que es noticioso– en realidad sólo representa el reconocimiento expreso de una realidad que era ampliamente conocida.
Y hacer explícito esto último es relevante para llegar al punto nodal de cualquier discusión que pretenda pasar por seria en torno a lo que debe pasar, en el futuro inmediato, con la “guerra contra el huachicol” emprendida por la administración del presidente López Obrador: las mafias dedicadas al robo y venta de combustible de Pemex deben ser desmanteladas.
En otras palabras, exponer reiteradamente el escandaloso esquema construido sobre los cimientos de la corrupción, gubernamental y privada, no servirá de nada si quienes se benefician de su existencia logran permanecer en la impunidad merced, precisamente, a las mismas razones por las cuales forman parte de las “mafias del huachicol”.
Por ello es importante comenzar a reseñar más historias como la incluida en esta edición, relativa a la realización de tres operativos mediante los cuales se desarticuló una banda, dedicada al robo de combustible que operaba en terrenos aledaños a la carretera Monterrey-Saltillo.
De acuerdo con la información difundida por la Fiscalía General de la República, las acciones realizadas por la Policía Federal implicaron el decomiso de 104 mil litros de combustible, la detección de una toma clandestina y el arresto de dos personas.
Habrá que enfatizar la necesidad de que operativos como éste conduzcan al robustecimiento de las investigaciones y deriven en la identificación de quienes se encuentran en la parte alta de la pirámide delictiva, particularmente quienes, dentro de este grupo, pueden ser catalogados como “delincuentes de cuello blanco”.
Y es que tampoco servirá de mucho que, como ha ocurrido con otros fenómenos delictivos a gran escala, en el caso del robo de combustible sólo terminen tras las rejas los delincuentes “menores”, es decir, aquellos que realizan las tareas relacionadas con la comisión del delito, pero no son quienes más se benefician de tal actividad.
Porque si las cabezas de las “mafias huachicoleras” no caen, entonces habremos realizado sólo una crónica de la parte anecdótica del fenómeno, pero no habremos logrado nada en el terreno verdaderamente importante: el de combatir en serio la corrupción –pública y privada– que constituye el verdadero sustrato en el cual se incubó este fenómeno.
Desarticular la red de venta de combustible robado es, en este sentido, el reto más importante, pues es en esta parte de la cadena delictiva donde radica el corazón del negocio. Y mientras no se aseste un golpe mortal al corazón del monstruo, seguirá gozando de cabal salud.