Diciembre florido
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Mayo es el mes de las flores, según la frase consagrada. “Floreal”, llamaron a ese mes los revolucionarios de la Francia. En mayo las niñas iban -¿todavía van?- a ofrecer flores a la Virgen. En el rancho de don Teodoro Sánchez las muchachas hacían collares de maravillas, flor campesina de suave perfume desvaído, y los ponían a los pies de la Virgen del Refugio, santa patrona de ese añorado lugar de mi niñez. Sin embargo, con todo respeto para mayo y su muy justa fama de florido, para mí el mes de las flores es diciembre. Primero por las rosas de la Guadalupana; después por las de nochebuena, que pintan con su rojo los días decembrinos. Y, sobre todo, porque en diciembre floreció el milagro: de una azucena blanca nació el clavel que luego, por amor, se pintaría con el color de la sangre. Como hago siempre el primer día de cada mes, el pasado primero de diciembre cumplí un amado rito: encendí en mi casa una vela pequeñita y la puse frente a la estampa de la Divina Providencia. Creo en ese milagro, el que pone en mi mesa el pan de cada día, y lo agradezco, pues el hecho de ver todos los días el alimento cotidiano no me ha quitado el asombro de mirarlo. ¿De dónde viene a mí ese pan que a tantos falta? ¿Por qué yo lo recibo? Si no soy digno del pan del Cielo, menos aún lo soy del de la tierra. Con la luz pequeñita y vacilante de esa vela declaro mi pequeñez ante el prodigio. Viene después –mañana- el día de la Virgen, de nuestra Virgen, ni india ni española, sino mexicana, la de Guadalupe. Hasta los más jacobinos liberales del antepasado siglo guardaban un sitio para la Virgen Morena: el nombre masónico “La india azteca” se refería a la Guadalupana. A ella hizo alusión López Velarde cuando en la “Suave Patria” puso aquello de: “... Anacrónicamente, absurdamente, a tu nopal inclinase el rosal...”. O sea, fuera de tiempo, en diciembre, de modo absurdo, cuando no brotan flores, esa rosa de amor que es la Virgen del Tepeyac se inclinó con ternura sobre Juan Diego, simbolizado en el nopal. Vienen luego los entrañables días de Noche Buena y Navidad, para mí los más bellos del año. Gracias a mi esposa, esa otra divina providencia que en mi vida hay, la casa luce ya sus galas navideñas. Ella puso los 55 nacimientos que se miran en los diversos cuartos de la casa -empezamos a adquirir uno cada año, desde que nos casamos-, nacimientos de todos los tamaños, desde el más pequeñito (cabe en un huevecillo de codorniz), hasta el que tiene figuras de tamaño natural, que nos llegó de Tonalá, Jalisco, en un camión de mudanzas, regalo de un lector. Empezaron ya a florecer mis flores de diciembre, que seguirán brotando hasta el día de Reyes, y aún hasta febrero 2, el día de la Candelaria. Mayo se vuele pronto diciembre, pero a mi edad se tiene ya el saber necesario para hacer de diciembre un mayo, y recoger sus flores cuando parece que no es tiempo ya de conseguir ninguna flor. PRESENTE LO TENGO YO ‘Catón’ Cronista de la Ciudad ARMANDO FUENTES AGUIRRE