Disculpa que te hable del abismo
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Para Tino
Un hombre me escribió. Eligió un verso para tatuárselo dentro del Festival de la Palabra. Lo que llama profundamente mi atención es que haya elegido un poema oscuro. Fue Nazaret, quien tiene el nombre de un pueblo, quien hizo el tatuaje. Un hombre a otro hombre le abrió finamente la piel para que entrara la tinta.
Él me dice que se ha tatuado el verso en el antebrazo izquierdo. Por las fotografías que me envía, está sanando bien esa herida. La tipografía que eligió recuerda el espíritu de los tipos de una máquina de escribir antigua. Me cuenta que tiene otros dos tatuajes: los nombres de sus padres y el nombre de un grupo de rock. Ambos también son caligráficos.
Imagino que solo algún evento extraordinario haría que borrara ese tatuaje que se acaba de hacer. Y si lo hace, quedaría algún rastro. Su antebrazo dice: “Disculpa que te hable del abismo...”.
Me dice que le gustan los abismos, y que por lo que ha visto, por haber tocado en un grupo de rock que puso música a ciertos poemas que escribí y por lo poco que ha convivido conmigo, soy una buena persona y entonces mis versos pueden estar en su piel. Me gana la vanidad y me complace que haya elegido ese verso, y al tiempo lamento que piense algo tan lejano a la realidad. No escribo ficciones, tal vez, ficciono la realidad. Pero lo claro es que ha leído lo que escribo y acepta esas oscuridades que se posan en un poemario como La Turba, hecho con hambre y soledad, con lo vivido y con lo que me ha sido revelado por hombres y mujeres sobre sus vidas.
El abismo lo llevamos dentro, es esa parte que casi todos ocultamos para construir una imagen limpia, la mejor máscara posible y de pronto, allí está el abismo, tocando a nuestra puerta o a la puerta de quien está con nosotros; es esa parte que asoma en frases aparentemente equivocadas o inocentes; son esas instrucciones, esas reglas inamovibles; eso de lo que no queremos hablar, esos actos de cirquero sobre el hilo del peligro, esos acuerdos canallas que no hemos podido concluir hasta que forman círculos que no terminan de cerrar y se vuelven bucles infinitos; son esas verborreas, esos actos privados, esas locuras lúcidas.
Y se nos va la vida corrigiendo la imagen ante otros: hacemos ediciones de las autoediciones. Siempre es el otro, nunca yo, nunca es uno. ¿Cómo podría ser uno?
Éste es el poema completo escrito hace cinco años: “Tú y tu perro recién rasurado de las patas / la tienda con su música de privada distinción / este mundo es un espectáculo importante / disculpa si te hablo del abismo / aún y cuando todavía no te hablo del abismo / es de donde vengo ahora no lo ves pero va a saltar / va a saltar / y nos va a caer encima a los dos / por mucho que me gusten tus ceñidas nalgas”.
Una piel con otro tiempo de caducidad, llevará este verso aún y cuando yo ya no esté. Es un alto regalo saber que quien es músico y editor, decidió dar espacio a esta melodía oscura. Gracias por no editar la vida, Tino. No muchos dialogan con sus abismos. Nada más qué decir.
claudiadesierto@gmail.com