Dólar a 20: todos sentimos los efectos
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Más allá del simplismo discursivo con el cual los presentadores Andrea Legarreta y Raúl Araiza abordaron alguna vez las repercusiones que sobre la vida de todos tiene el precio del dólar, está claro que la paridad cambiaria de nuestra moneda es un tema que nos afecta, compremos o no productos importados, o vayamos o no de compras a los Estados Unidos.
En la semana, la divisa norteamericana ha rebasado la barrera de los 20 pesos, un hecho que a todo mundo pone nervioso porque frente al discurso gubernamental que pregona la existencia de una economía fuerte, tal noticia comienza a producir efectos más allá del mundo de la anécdota.
A uno de esos efectos se refiere el reporte periodístico que publicamos en esta edición, relativo al previsible incremento en el precio de los medicamentos, especialmente aquéllos que requieren los enfermos de diabetes e hipertensión arterial, según han revelado especialistas en el tema.
No es la farmacéutica la única industria que resiente el incremento en el precio del dólar, por supuesto. Todas aquellas áreas de la economía en las cuales se requiere de un insumo importado padecen el mismo efecto.
Pero en el caso de la industria farmacéutica, sin duda estamos hablando de un problema mayor, porque el principal comprador de medicamentos es el Gobierno y porque muchas personas que adquieren medicamentos por su cuenta verán impactada –negativamente– su economía.
Frente a tales consecuencias, lo menos que se puede esperar es que todo mundo se pregunte: ¿por qué está subiendo el precio del dólar?, o ¿está haciendo nuestro Gobierno todo lo que puede para frenar el alza de dicha divisa y fortalecer nuestra moneda?
La respuesta a tales preguntas es, desde luego, compleja. No pocos economistas encuentran difícil explicar –en palabras sencillas, al menos– las razones por las cuales se mueve la paridad cambiaria entre una moneda y otra y por qué lo hace en la dirección en la cual lo hace.
Más allá de las explicaciones técnicas, es intuitivamente evidente que nuestra moneda se deprecia frente al dólar porque nuestra economía es menos fuerte –o sus bases se han debilitado o la confianza que inspiramos en los inversionistas extranjeros ha disminuido– en los últimos años.
Para decirlo en palabras sencillas: algo estamos –o hemos estado haciendo– mal en los últimos tiempos. O algo han estado haciendo muy bien los estadounidenses, de tal suerte que en el balance nosotros salimos perdiendo.
Y ese algo que estamos haciendo mal –o que no estamos haciendo tan bien, para ponerlo en términos optimistas– debe ser identificado, medido y caracterizado, de tal suerte que reaccionemos adecuadamente al respecto.
Porque aún cuando estemos dejando de consumir productos estadounidense, o los viajes de shopping de muchas personas al otro lado de la frontera se estén reduciendo –o simplemente ya no existan– el precio del dólar continúa siendo una preocupación que no desaparecerá mientras la paridad cambiaria no se mueva lo suficiente de la barrera de los 20 pesos.