Don Nacho: otra solución
COMPARTIR
TEMAS
-“¿Y usted, cómo se llama?” –le pregunté a un hombre moreno, de guaripa y arrugas esculpidas por el sol, el trabajo y los años.
-“Me llamo Nacho… Y vengo a la plática porque en esta escuela está mi nieto… Mi hija, su madre, murió hace unos meses, y ahora yo me encargo de él, pues no tiene papá”.
Su respuesta fue como un relámpago humano en este desierto urbano en que vivimos abrumados por las urgencias de las preocupaciones y de las necesidades creadas y triviales…
Me habían hecho el favor de invitarme a dar una “plática” a padres y madres de familia de una secundaria pública, en una de esas colonias populares calificadas con un “alto ‘índice de pobreza”.
No le pregunté más .Un profundo respeto me invadió. Me imaginé a ese ser humano, encorvado por cansancios, con la fortaleza de su paternidad y su dolor de perder a su hija, su compasión al ver a sus nietos sin madre... Pero ni ese cansancio acumulado por los años, ni su pobreza económica evidente ni las limitaciones de su edad y de su ingreso lo hicieron “hacerse tonto”, “pasar de largo” ante la desgracia y pobreza de “su nieto”.
No le pregunté cómo le hacía para salir adelante con la carga alimenticia, educativa y hasta de espacio para que durmiera su nieto. Probablemente ni él se había detenido a considerar esas dificultades. La respuesta era muy evidente y muy sencilla: su amor no consideraba las dificultades de los problemas ni la carga adicional que siempre incluyen cuando se consideran “ajenos”... el amor los hace propios y genera esperanzas donde otros ni las imaginan.
El amor de don Lupe es igual que todos los amores madurados por la paternidad de la vida. No se quedan paralizados esperando que alguien los saque de apuros, son prácticos porque son verdaderos y responsables, están orientados a las soluciones con un simple: “A ver cómo le hacemos”... o como se decía antes para no presumir de “filántropo”: “le pondremos más agua a los frijoles”.
Es el amor que surge no de las posibilidades económicas sino de las raíces paternas que no han sido sepultadas por consideraciones razonables, sociales o económicas. Arranca del corazón del hombre que no ha sido domesticado por los miedos y las inseguridades, hoy muy atendidas con mitos y recetas de tecnologías que son privilegio de los que tienen con qué comprarlas.
Me vinieron a la mente los datos de siempre: “Afirma la ONU que en la humanidad actual existen mil millones de pobres”… “en México tenemos 50 millones de pobres”… y pensé que don Lupe y su nieto pertenecían a esas estadísticas.
¿Por qué hay tantos pobres sin bienestar, sin derechos sociales de salud, vivienda y educación en nuestro mundo actual que abunda en sabiduría científica, en riqueza y tecnología?
¿Será solamente porque los programas sociales son insuficientes para resolver el problema?
Estoy seguro que hay millones de padres que están siendo la otra solución ignorada por estar archivada en el cajón de lo implícito. Ellos, como don Lupe, se incorporan sin pretextos en la historia familiar de los pobres de sus hijos y sus nietos. Reviven con el eco humano de su paternidad... ese grito de amor radical que no les permite pasar de largo como si nadie los necesitara para vivir y crecer. Ellos son el 50 por ciento de la solución del vaso “medio lleno “en el que vivimos y en el que no se ahoga la familia.
Esos padres son los personajes de nuestro sistema social que aman a su prójimo sin excusas. Hay que felicitarlos.