Dos realidades semejantes
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“Saquen de la vitrina al ‘misterio’ con mucho cuidado”. Nos decía nuestra madre cuando iniciaba la faena de ‘poner el Nacimiento’ en la sala de la casa en estas fechas previas a la Navidad.
Mis hermanos y yo comprendíamos a qué “misterio” se refería. Eran el conjunto de María, José y el Niño-Dios que se colocaban en el “Nacimiento” de cada Navidad. La profundidad de la palabra misterio se volvía visible y tangible en unas figuras sencillas de barro. No requeríamos explicación alguna para “entender” el misterio que estaba en nuestras manos, que cargábamos para pedir “posada”. No era pesado “cargar” con el “misterio” simplemente “creíamos”.
Hasta el día de hoy seguimos admirando los “nacimientos” que en cada hogar cristiano la Fe y la costumbre construyen en un lugar importante del hogar. El corazón, que entiende de misterios, lo coloca en el centro. Lo complementa con musgo y paja, con ovejas y pastores, con un pino que con luces y esferas indica donde está el “misterio”. Es imposible que los personajes centrales pasen desapercibidos. Los cantos y villancicos vuelven poesía humana el misterio, y la veneración humilde y sencilla sustituye la admiración incomprensible del Misterio que se revela en la escena.
La adoración con cantos y con besos en cada hogar cumple su cometido de creer lo inverosímil. Lo que ha sido proclamado tantas veces: “Niño-Dios”, “Dios se hace hombre”, “La Palabra Eterna se hace carne humana y habita entre nosotros”. Es un Misterio inverosímil que Dios nace y vive en nuestro mundo. Sin abandonar su eternidad está presente entre nosotros. No es una fantasía ni una fábula, es una historia tan real como la que vivimos los hombres de todos los tiempos, pero no deja de ser un Misterio.
El nacimiento de Cristo tuvo una realidad que nos sorprende tanto que la disimulamos, como frecuentemente disimulamos nuestra realidad humana. La decoramos con esferas y con luces artificiales, con figuras de pastores muy bien vestidos, con una madre sin preocupaciones y un padre tan discreto y sereno que carece de dificultades. La obscuridad y el frio no aparecen, los excrementos de los animales no huelen y han desaparecido. Y sobre todo la miseria del pesebre ha sido convertida en un trono envidiable.
Nuestra realidad humana en la que se encarna el espíritu navideño es semejante o peor que la de Belén. La miseria y la pobreza de las mayorías humanas nos rodean igual que a ese Niño-Dios. Aunque las palpamos cada día, el sufrimiento, la persecución, la incertidumbre, la traición, la explotación humana, femenina, infantil, los rostros de angustia y de impotencia nos miran en todos los lugares
es el mismo misterio de la marginación que sufrieron los personajes de Belén.
Sin embargo, nosotros, también participamos conjuntamente del espíritu y la Fe de esos peregrinos que nos ayuda a trascender nuestra difícil realidad: incierta, sensible y amenazante. Nos impulsan a cantar y sonreír, a pesar de los dramas que nos angustian, pero que no han destruido la alegría espiritual de la Navidad. Es un misterio que en medio de una larga historia de tantas carencias y dificultades gocemos estos días navideños.
Mi madre tenía razón: “hay que sacar el misterio” que traemos en el corazón para gozar de la alegría que permanece dentro de nosotros a pesar de todo. Cristo, el Misterio, nace rodeado de la misma realidad que nosotros.
Javier Cárdenas
Con Texto