Eclesiástico 21.5
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“His judgement cometh and that right soon” (Su Juicio llegará y será pronto), se lee en un letrero enmarcado y colgado en la pared del jefe penitenciario Samuel Norton, en la muy exitosa “Shawshank Redemption” (“Sueños de Fuga”. Darabont. 1994), basada en una novela corta de Stephen King.
Detrás de una fachada de inflexible rectitud moral, Norton esconde toda la vileza y corrupción con que gobierna la prisión de Shawshank, en donde los convictos son su ganado y los carceleros sus feroces cancerberos.
Como metáfora de su doblez, detrás del letrero, cuya sentencia parece referirse al dversículo 21.5 el Libro del Eclesiástico, se oculta la caja fuerte del corrupto funcionario, donde guarda la billetiza que le reportan sus trapacerías financieras.
El letrero queda salpicado de sangre y materia gris luego de que Norton, tras percatarse de que su imperio ha colapsado y que la policía está afuera de su despacho para aprehenderlo y llevarlo ante la justicia, decide volarse los sesos.
La escena ocurre casi en paralelo con la fuga del héroe largamente atormentado e injustamente sentenciado, Andy Dufrense, lo que conduce a una catarsis tan profunda en el espectador que casi se siente que uno es el que está dejando atrás 30 años de encarcelamiento.
Es inevitable dejarse venir con esa secreción de endorfinas cuando el héroe vuela por encima de la inmundicia, pero también hay que reconocer que experimentamos le petit mort cuando el sádico villano recibe su merecido, en este caso, una bala en la cabeza por mano propia, con la noción absoluta de que será enterrado en el más oprobioso desprestigio.
Corren tiempos emocionantes porque hemos visto que la Justicia –o eso que en el mundo se ostenta con dicho nombre y no es sino el conjunto de instituciones que resguardan los intereses del orden vigente– ha puesto los ojos en personajes que parecían exentos de su radio de acción.
Ya fuese por su dinero o habilidad empresarial, por su carisma o influencia, o por sus atribuciones como funcionario o arrastre político, muchos parecían medirse con otro tabulador muy distinto al de nosotros, sus mascotas.
Hoy “sin en cambio”, dijo el zafio, tuvimos el privilegio de ver cómo el largo brazo de la justicia posaba su manita en el hombro de Alonso Ancira, dueño de Altos Hornos junto con el tumor que le creció a la acerera y que conocemos como Monclova.
Mire, de momento no puedo vaticinar si Ancira será sentenciado por los delitos que se le imputan o saldrá a las primeras de cambio con un “usté disculpe”.
Sólo me parece digno de hacer mención que en otros tiempos jamás hubiésemos imaginado a don AHMSA jugando a las escondidas con la Interpol.
Se suponía era pilar de su comunidad y no se diga de la economía del estado. ¡Es inconcebible que pudiendo vivir como rey de por vida y durante varias reencarnaciones más, se fue a embarrar en el peor chiquero del sexenio de EPN, claro, después de la Estafa Maestra, la Casa Blanca y el financiamiento de la campaña presidencial!
Pero Odebrecht es cosa seria y no poca. Es tan desmesurada la red de operaciones ilícitas de esta trasnacional de la estafa que por pura lógica no puede involucrar sólo a uno o dos personajes de la talla de Ancira o de Emilio Lozoya.
Si la investigación va en serio, tendrán que comenzar a manejarse otros nombres del mismo calibre, porque de los negocios de la envergadura de Odebrecht no participan los gatos o el infeliciaje, sólo altos políticos y empresarios.
Por supuesto que ya se manejan algunos nombres en charlas de café, en ciberanálisis y en medios de baja estofa y nula responsabilidad.
Nosotros no podemos hacer mención de ellos hasta que sean al menos indiciados, pero la apuesta es que hay más coahuilenses en ese molcajete.
Ignoro si serán llamados y, de ser así, cuál será el resultado: si terminarán sus días a la sombra o saldrán libres en pocos días como el profe Humberto que sólo jugó con nuestros sentimientos.
Pero sin duda nos es grato imaginarlo a él y a otros, como al jefe Norton, mirando su cuadro de hipocresía colgando de la pared, temerosos de que en cualquier momento lleguen para llevárselos a una celda.
Le aseguro que llegado el momento, la catarsis que experimentemos no tendrá nada que ver con la que se alcanza con una película o con un libro, sino que será verdaderamente orgásmica. No sé si vaya a ocurrir, pero vaya que la estoy esperando.
petatiux@hotmail.com