El Chundo
COMPARTIR
TEMAS
Numerosos colegas de la generación millennial (algunos a los cuales doblo en edad) me favorecen con su cálida amistad o el mutuo respeto profesional. Y pese a que no puedo sumarme a sus proyectos y reventones con la frecuencia (o aguante) que yo quisiera, siempre se agradece que, pese a lo irreconciliable de algunas de nuestras posturas, siempre lo consideren a uno.
No siempre fue así. En una época de mi vida yo era el chamaco que se codeaba con un grupo interdisciplinario de bohemios veteranos con el que aún estoy agradecido por su predilección.
Así que, a la hora de confrontar puntos de vista, tengo ambas perspectivas: Ya me ha tocado ser el joven, irreverente y arrogante hasta la mamonería; ya el cínico, desencantado y pesimista como corresponde al más añoso de la tertulia.
Una de esas amistades desiguales y por lo tanto improbables, me vinculó con el viejo maestro Juan José Esparza Hernández, rebautizado como “El Chundo” por sus contemporáneos desde sus años mozos y rebeldes que le estigmatizaron de por vida como disidente, para mí, su mayor y más admirable cualidad.
Pero la fama de revoltoso le vino de su época de docente en la escuela de Arquitectura (de la que fue fundador) como cabecilla del Movimiento pro Dignificación y Democratización de la UAdeC (sic); una romántica lucha de resonancia nacional por rescatar a la Universidad de la autocracia, en la que irremediablemente terminó cayendo años después.
Pero con dicho perfil, era obvio que la vida como académico de Esparza sería más bien breve. Los agitadores tienen que saber cuándo deponer la lucha y dejarse querer (absorber) por el sistema. Madurar, creo que le llaman.
Pero no “El Chundo” Esparza, que mantuvo vivo en su corazón anciano al mozalbete izquierdoso que se supone debemos dejar ir tras alcanzar cierta edad a la que el profe, pese haber cumplido 78 años, parece que nunca llegó.
Para fortuna de todos, las herramientas del maestro Esparza eran muchas y muy variadas. Así que, paralelamente a sus luchas ideológicas y personales, se forjó una carrera en la prensa y la radio de Saltillo.
Y aunque quizás sea cada vez menos gente la que recuerda su nombre asociado al periodismo o a la comunicación, no hay un colega o excolaborador suyo que no haya considerado una ganancia el intercambio con alguien de su erudición, la cual caminaba con un pie en lo académico y otro en lo vivencial.
Son incontables las vidas que tocó, entre discípulos, colegas y ese don natural para fraternizar que le caracterizó.
Yo le conocí dos veces: primero siendo yo reportero, cuando mi editor me encomendó entrevistarlo a propósito de un aniversario (el trigésimo) de la Matanza de Tlatelolco (como veterano de los movimientos estudiantiles su punto de vista era imprescindible).
Años más tarde, mis viejos maestros universitarios me admitieron en su peña semanal y me lo presentaron como su mentor. Así que, siendo maestro de mis maestros, era “El Chundo” mi abuelo académico.
Pese a las risas, las acaloradas discusiones, los tragos, los cigarrillos y las anécdotas, era fácil ver que el viejo maestro afrontaba una depresión de índole vocacional. Los micrófonos se habían cerrado para él hace tiempo y no había espacio para sus letras en las páginas de los medios impresos y de una cátedra, ¡ni hablar!
Lo rescató un modesto empleo como empacador en el supermercado: volvió a sentirse útil, con un propósito, dueño de sus finanzas domésticas y allí también, en ese gremio de ancianos y niños, se convirtió en líder y sólo por pragmatismo no organizó ya una marcha de empacadores.
Así que no le extrañe si una de las mentes más ilustradas de nuestra ciudad, un auténtico erudito formado en la Academia de San Carlos, embolsó sus compras y usted le pagó con algunas monedas sueltas. Ello no menoscabó su orgullo y, en todo caso, fuimos nosotros quienes salimos perdiendo, pues nos privamos de todos sus artículos, columnas y memorias que ya jamás escribió, textos inexistentes plagados de nombres, hechos y lugares que dieron forma al Siglo 20, cuya segunda mitad el profe vivió a plenitud.
Murió soltero (hombre sabio) en la casa de sus padres en el barrio de Landín.
No hubo elegías, esquelas ni panegíricos para el maestro Esparza. Su nombre está destinado al olvido de las instituciones ya que éstas tienen predilección por quienes las validan y la pluma de “El Chundo” no estaba al mejor postor.
Se retiró discretamente. La muerte le concedió la gracia de no torturarlo con una agonía prolongada y apenas le dio tiempo suficiente de poner sus asuntos en orden. Su última voluntad fue que, sin velorio de por medio, se diera aviso a sus amigos una vez inhumados sus restos.
Saltillo pierde y ni siquiera sabe lo que pierde con la partida del profesor Esparza.
Profe “Chundo”, te agradecemos las anécdotas, todas las referencias bibliográficas, fílmicas, musicales; las citas puntuales y también los desvaríos; las veces que coincidimos y también las que discrepamos. Te reiteramos nuestra admiración y nuestro secreto deseo de llegar un día a tu edad con tu intacta lucidez.
Espero donde estés, te hayas podido reunir finalmente con tu eterna novia, Janis Joplin.
petatiux@hotmail.com
facebook.com/enrique.abasolo