El destino del 'ahorro' republicano
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No entraba propiamente en la categoría de “república bananera” porque aunque la provincia del presidente de aquella nación era ancestralmente pródiga en bananos, las plantaciones de dicho fruto se extinguían desde que en los planes del nuevo mandatario apareció la construcción de una nueva refinería.
Entonces, sí era republicano el nuevo gobernante pero platanero ya no y menos aún porque desde su época de las espinillas y los barros se había ido a la capital a jugar a la política.
Les platico: Apenas le cruzaron el pecho con la banda presidencial y se acomodó con su familia en el palacio nacional, formalizó a su gabinete, después de sacar a dos o tres nombres ilustres que manejó en su campaña como estandarte de pulcritud, capacidad y reconocido abolengo.
Esos dos o tres notables ayudaron a jalar una buena cantidad de votos, sobre todo en los círculos no populacheros, sino de gente preparada, educada y adinerada, como se les llamaba a los votantes pensantes.
Después de un sinfín de escarceos en los que se fue deshaciendo del tufo de su predecesor -que a la sazón pertenecía a un partido político distinto al suyo- al ritmo de su canción favorita “Que no quede huella”, de un grupo venido a menos en un país vecino, fue delineando las bases de un gobierno enfocado a las masas que lo habían llevado al poder.
El pueblo era su máxima prioridad y el estribillo que repetía una en cuanta aparición pública tenía era: “Todo por el pueblo, para el pueblo y con el pueblo”.
Todo, incluso los presupuestos de cada una de sus secretarías, tenía qué pasar por el tamiz del enfoque al pueblo.
Entonces, cuando empezó el desfile de sus ministros para negociar primero con él cuánta lana necesitaban en sus secretarías y empresas estatales a su cargo, el presidente aquél se armó de libreta y lápiz al que le afilaba la punta a mano alzada antes de recibir a sus interlocutores.
Haciendo honor a lo de “primero las damas”, recibió por delante a la encargada de Gobernación que recién estaba llegando a la capital proveniente de su rancho naranjero al norte del país.
Luego al Canciller, que tenía poco de haber aterrizado en la patria, proveniente de un auto impuesto exilio en las tierras de Napoleón. Éste había sustituido a uno de los notables que fue utilizado en campaña por su nombre para la atracción de votos a la que me referí.
Después cayó el de Hacienda, que apenas aguantó la mitad del primer año del nuevo gobierno, porque del palacio le avisaron que el presupuesto que había negociado con su jefe, con la pena, no podría ejercerlo pues esa lana estaba destinada a fines más patrióticos que andar comprando tecnologías para eficientar el manejo del erario.
En seguida atendió a la de Desarrollo Social, que frotándose las manos pensó: “Como mi jefe tira hacia el pueblo, me va a ir con madre a la hora de la repartidera presupuestal”. Pobre ilusa.
Tocó el turno a la del Medio Ambiente, que tuvo la desgracia de aventarse un vuelo en primera clase y pedir al piloto que la esperaran porque iba tarde. Eso le costó un cese fulminante ordenado por palacio.
Acto seguido, otra dama, la de Energía, que de ese tema no sabía la diferencia entre corriente 110 y 220 pero como era leal al jefe y había camellado en la campaña, ahí estaba.
Siguió una dama más, la de Economía, que cuando representó a su jefe en la Cumbre de Davos la vetaron en las mejores mesas de discusión porque le faltó el “pedigrí del rango”.
Después, el de Educación, que también pensó en los cielos presupuestales porque si al presidente le interesaba tanto el pueblo, la educación era un tema toral. Del cielo al suelo.
Lo mismo le ocurrió al de Salud. Qué prioridad ni qué 8/4. El combate a la corrupción de los vendedores de medicinas estaba por encima de ese tema.
Al de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación lo recibió de pie y en el pasillo, porque ese tema el mandatario se lo sabía de corridito, al menos, eso él creía.
Una dama más tocó a su puerta, bien jovencita e inexperta en esa cartera, pero como le iba a arrimar al Consejero Jurídico de la Presidencia y además los hilos del tema laboral se los daría a un senador afuerado con dos nacionalidades -canadiense una- al que rescató de las garras del bote, no habría problema con la Secretaria del Trabajo.
Al salir ésta, entró el de Desarrollo Agrario, que pasó sin pena ni gloria el expediente de definición presupuestal porque el presidente no pensaba tocar ese tema al menos durante sus tres primeros años, dependiendo de lo que ocurriera en las elecciones intermedias del 2021.
De nuevo, otra dama, la de la Función Pública, cuyo nombre le recordaba siempre al título de una célebre novela de García Márquez.
Ya cansado de rebanar presupuestos, atendió al de Turismo, un alucinado descendiente de empresarios que creyó que le iban a dar todas las carteras de promoción mundial y que fue despachado con semblante de zombie al ver la mutilada que le dieron a su caja.
Y al último -qué paradoja- al de Cultura, a pesar de que el presidente estaba casado con una mujer notable en esas lides.
De cháser se aventó rounds con el de Seguridad Pública, a cuya dependencia le puso un nombre igual de populachero que su gobierno: Seguridad y Protección Ciudadana. Era uno que había sido secretario particular de dos presidentes de la república que pertenecían a partidos políticos distintos al que ahora gobernaba. No sabía nada de seguridad, pero no le hace.
También vio al que estaba cantado -y él encantado- como jefe de la oficina de la presidencia, un empresario que llegó a pensar inocentemente que le soltarían las riendas del manejo gubernamental con la IP.
Incansable como eran sus días de trabajo, se dio tiempo para ver al jefe de la petrolera de esa nación, un agrónomo muy cuate suyo.
Con el de la compañía eléctrica nacional, un político que de luz no sabía ni cambiar un foco pero con el cual quiso combatir con fuego el fuego que había en dicha dependencia.
Todo ese año, los presupuestos aprobados por los legisladores a tales personajes, tuvieron un sub ejercicio del 60%, porque su jefe del palacio nacional no los dejó que lo gastaran todo.
La ley de ese país tenía una partida a la que le llamaban “Ramo 23” o algo así, que era un instrumento de política presupuestaria a donde iban a parar los dineros no ejercidos en un año fiscal por las dependencias federales.
Los mal pensados le llamaban “partida secreta”, que el mandatario en turno gastaba como él quisiera.
El presidente presumía que estaba ahorrando como nunca y que el dinero público iría a atender a los más pobres. Pero ese ahorro no existía, porque al negarles permiso a las dependencias para ejercer sus dineros, al final del año tendrían qué regresarlo.
El presidente no se estaba robando el dinero. No señor, cómo creen. Lo estaba juntando en una bolsa para usarlo -llegado el momento- en sus fines políticos de concentración del poder.
CAJÓN DE SASTRE
“En la madre. ¿De qué país estás hablando?”, dice la irreverente de mi Gaby.
placido.garza@gmail.com